Generación conectada Phil González
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“Profe, ¿puedo usar ChatGPT?”

Esta semana pedí una tarea, uno de esos trabajos que, como profesores “tradicionales”, solemos pedir a nuestros estudiantes. En este caso la clase tenía una edad media de unos veinticinco años, jóvenes de culturas, países y horizontes varios. Una de las entregas me llamó especialmente la atención, era tan perfecta que no tuve duda en su producción. Era una tarea realizada gracias a esa inteligencia artificial tan de moda.

En un primer instante me sentí como insultado, la típica reacción de “profesor de la vieja escuela”, con el orgullo tocado. Estaba hasta dispuesto a poner una mala nota. “¿Qué se habrán creído estos niños?, ¿Acaso no iba a reconocer yo un trabajo realizado por un algoritmo? Menos mal que recapacité, eso no me representaba. Presumo de ser un enrollado profe que va a dar clases en zapatillas de deporte.

Como periodista y divulgador en el área de las “nuevas tecnologías”, ¿cómo iba a ser yo el que tirase la primera piedra? En lugar de absurdas reprimendas, decidí escuchar sus palabras. Quería conocer de primera mano sus opiniones y preocupaciones en este novedoso entorno. Hablamos, al día siguiente, abiertamente de esta nueva forma de inteligencia, de sus limitaciones, pero también de sus buenas prácticas.

Sobre una treintena de chavales, casi la totalidad ya usaba ChatGPT de forma intensa y diaria. Me di cuenta de repente, que el trabajo de los ministerios de educación, de sus consejeros y hasta de los propios docentes no iba a ser algo sencillo, pero sí de carácter urgente. Tendríamos que ponernos todos “las pilas” y realizar unos cambios relevantes si no queríamos caer en una obsolescencia programa e inminente.

De profesores a gestores del pensamiento

No hay lugar a duda, la figura del profesor será más crucial que nunca. Si bien la IA es capaz de generar interesantes respuestas, también es bastante proclive a inventarse datos, sesgar la información o reproducir erratas. El docente deberá, desde ya, no solo transmitir conocimientos, sino también enseñar a desarrollar un pensamiento crítico, llevar sus alumnos a cuestionarse las pertinentes fórmulas y a aprender a debatir con las máquinas sin confiar ciegamente en sus contestaciones burdas.

Un problema que, en breve, no atañerá solo a jóvenes, pero a generaciones mayores que tendrán que aprender a dialogar con esta omnipresente y digital conciencia. Bendito sea el problema: será una gran oportunidad para modernizar, por fin, una educación entera y su obsoleto formato de enseñanza.

Enseñar en el siglo veintiuno

Los avances en este nuevo tipo de inteligencia llamada “generativa” plantean, como nunca, una gran hazaña para todo el cuerpo educativo. Si hace ya muchos años que cientos de millones de personas aprenden por si solas (en Youtube o en aplicaciones especializadas) nos surge una pregunta: ¿cómo debería evolucionar el rol de un institutor o de una profesora?

Desde su vocabulario, lenguaje no verbal o indumentaria, las nuevas generaciones obligarán a los docentes a actualizar sus modales para seguir siendo una referencia. Hoy ya no se trata únicamente de trasladar amplios conocimientos, sino que tendrán que integrar el uso de las pantallas, las redes sociales y muchos vídeos en nuestra narrativa. Como si se tratase de un capítulo más en su rutina, un profesor deberá crear ese vínculo y reservar alguna sorpresa. ¿Cómo fomentar el interés, la reflexión y el uso de las neuronas en un entorno donde la inteligencia humana dependerá cada vez más de su homónima artificial interconectada? Evitar que la mitad de la clase acabe aburriéndose, en el fondo de la clase y en total desidia, será su principal misión y tarea.

Es más, con la Inteligencia Artificial, ya no se tratará únicamente de códigos de conducta o de un adaptado estilo, estaremos hablando de una nueva era que dará carpetazo a la mismísima escritura, al uso de las manos y en parte de la cabeza. La escritura y el dibujo fueron históricamente unos medios clave para incentivar un pensamiento analítico, creativo y crítico. Sin embargo, la capacidad de la IA para generar textos, fotos, logos y presentaciones nos obligará a replantear nuestra forma de enseñar y pedir aportaciones a nuestros escolares.

¿Evolución sin evaluación?

¿Quién no recuerda esas noches estudiando y esos nervios cuando la fecha de los exámenes se estaba acercando? La educación siempre conllevó ese momento de la verdad, esa evaluación que ratificaba una cierta evolución en el aprendizaje y la sabiduría.

Las evaluaciones antes consideradas intocables, eran la prueba y acreditación del nivel intelectual de los estudiantes y profesionales de generaciones pasadas. Estando hoy todo al alcance de la IA, en nuestros dispositivos de bolsillo y en nuestro día a día: ¿Merece aún la pena saber calcular infinitas formulas si lo hacen en unos microsegundos unas computadoras? Prohibir su uso sería un atraso equivalente al de quitarnos los móviles y volver a los teléfonos fijos y sus contestadores.

Lo que sí habrá que enseñar es a hacerlo con cabeza, animar a desarrollar un espíritu crítico y desarrollar la consciencia de que las máquinas no piensan por si solas. Ofrecen tendencias, pero luego hay que saber interpretarlas.

Hoy, un estudiante que entrega un ensayo redactado por ChatGPT ha aprendido a integrar y usar la tecnología, a obtener unas respuestas rápidas, pero no a desarrollar un pensamiento propio y unas facultades autónomas. Eso es el auténtico reto para nosotros educadores en esta nueva era.

Regulación de la IA en la educación

La llegada por sorpresa de la IA en nuestro “primer mundo” ha superado cualquier intento de regulación formal en el ámbito administrativo y educativo. Mientras que la validación de libros de texto sigue un proceso arcaico y minucioso, la implementación de IA en las aulas ocurre sin ningún debate previo ni proceso riguroso. Los primeros en acogerla, motu proprio, son los propios alumnos envalentonados. Mientras gobiernos y escuelas deshojan la margarita y plantean como integrar estas tecnologías desconocidas en sus sistemas, los estudiantes ya están usándolas a marchas forzadas. Sin embargo, sabemos de sus riesgos y de cómo la manipulación de los jóvenes (especialmente vulnerables) puede tener una negativa influencia sobre todas sus decisiones.

Al igual que en otros momentos de la historia, se podría considerar tomarse un descanso o limitar su uso hasta asegurarnos de sus aportaciones beneficiosas, no se podría en este caso esperar a que pase una larga década. La IA debe regularse ya urgentemente en el ámbito educativo, sin tapujos y sin pausa. Es fundamental equilibrar innovación y prudencia, pero no podemos ir por detrás de las novedades que pretenden construir el futuro de nuestras sociedades.

Si la inteligencia artificial supera pronto las capacidades de la materia gris de los humanos, ¿cuál será el propósito de la educación en estos múltiples campos? Tradicionalmente, las instituciones educativas preparaban a las personas a un mundo y a un escenario predecibles, pero hoy la IA desafía ese modelo cómodo y anticuado.

La educación siempre ha sido una cobaya, una experiencia de aprendizaje evolutiva integrando todo lo nuevo en unas pizarras anticuadas, enfrentando el recurrente uso de los cuadernos a la comodidad de las pantallas. Ahora tendremos un nuevo y turbulento invitado en el aula. Lo importante será formar mentes creativas, curiosas y autónomas, capaces de pensar más allá de lo que les dicten esas máquinas.

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