Imagina ser una cebra en la sabana africana. Estás pastando felizmente cuando, de repente, un león decide que eres su almuerzo. Tu cuerpo entra en modo “huir o morir”: el corazón late más rápido, los músculos se tensan y la mente se concentra en una sola cosa: ¡escapar! Pero una vez que el león se va, regresas a tu vida de cebra, pastando tranquilamente. No pasas la noche dándole vueltas al “¿y si aparece otro león mañana?”. Para las cebras, el estrés es pura adrenalina en el momento, y después, a seguir comiendo.
Los humanos, en cambio, hemos heredado un sistema de respuesta al estrés que se activa en situaciones de emergencia, pero lo usamos para lidiar con cosas cotidianas como problemas económicos o la presión de llegar a tiempo al trabajo. Y ahí está el problema: nuestro cuerpo no distingue entre una amenaza real (como un león) y una amenaza percibida (como la ansiedad por el futuro). Ambas activan los mismos mecanismos biológicos, pero las cebras se relajan rápidamente, mientras que nosotros seguimos dándole vueltas al asunto, como un disco rayado.
El título de este artículo se inspira en el famoso libro de Robert Sapolsky, un neurocientífico de la Universidad de Stanford, en su obra explora el impacto del estrés en la salud humana y revela por qué las cebras y otros animales no sufren de úlceras como nosotros. La evolución nos preparó para sobrevivir a las amenazas inmediatas, pero no para el estrés constante de nuestras vidas modernas. Desde la publicación de ese libro la sensación de estrés y no tener tiempo ha aumentado en occidente entre la población laboral de una manera exponencial y nos enfrentamos a una realidad, no sabemos cómo actuar ante tantas bajas laborales por estrés, depresión y burnout.
Biológicamente, el estrés es nuestra respuesta a una amenaza. Está diseñado para ser agudo y temporal: el sistema nervioso simpático se activa, liberando cortisol y adrenalina para prepararnos para la acción. En los animales, este estrés agudo es breve y permite regresar rápidamente a un estado de equilibrio. Pero nosotros, con nuestra capacidad de anticipar problemas, hacemos que el estrés se convierta en un compañero constante.
Nuestro enfoque del estrés es erróneo. Nos preocupamos por todo. Al final, nuestros cuerpos se estresan tanto por la amenaza de un león como por la ansiedad de un correo electrónico sin respuesta. La diferencia está en que las cebras pasan de la huida a la calma en un abrir y cerrar de ojos, mientras que nosotros quedamos atrapados en un ciclo de preocupación sin fin.
Vivimos en un estado de alerta constante, con el sistema de alarma activado todo el tiempo. El estrés crónico es la verdadera maldición humana. Estamos atrapados en un bucle de preocupación. Nos estresamos por facturas, inseguridades laborales y por quien será el ganador de la próxima edición del gran hermano. Y cuando el estrés se convierte en crónico, comienza a debilitar nuestro sistema inmunológico, la digestión se ve afectada y puede dar lugar a enfermedades como úlceras gástricas y problemas cardíacos, por poner solo algunos ejemplos. Las úlceras, por ejemplo, están relacionadas con un desequilibrio en los mecanismos protectores del estómago y un exceso de ácido. Aunque sabemos que la bacteria “helicobacter pylori” juega un papel clave en su desarrollo, el estrés crónico solo empeora la situación
Así que, ¿nos está matando lentamente el estrés? Desde luego no es un león al acecho, sino la acumulación de pequeñas preocupaciones diarias que mantenemos en nuestra mente. Además, preocupaciones a largo plazo como la planificación de una carrera o la incertidumbre económica no solo ocupan nuestra mente, sino que también activan nuestras respuestas físicas al estrés. Como resultado, nuestras funciones corporales esenciales se ven comprometidas, incluyendo esas mal llamadas “contracturas” musculares que vemos in crescendo en las clínicas de fisioterapia y no son más que tensiones mantenidas por nuestro sistema nervioso.
Lo que realmente complica el estrés crónico es que nunca tenemos la oportunidad de regresar a un estado de reposo. Estamos constantemente expuestos a factores estresantes: trabajo, relaciones, problemas económicos, tráfico y, en la era digital, la presión de estar siempre conectados. Si le contaras a tu abuelo cómo es nuestra vida, probablemente se reiría de lo fácil que tiene la vida.
Sapolsky señala que nuestra biología no ha evolucionado al mismo ritmo que nuestro estilo de vida. ¿Alguna vez has sentido estrés solo por pensar en todo lo que tienes que hacer mañana? Felicidades, acabas de activar tu respuesta al estrés sin necesidad de un león a la vista. Y lo mejor es que lo hacemos cómodamente desde nuestro sofá, con una bolsa de papas fritas en la mano. ¡Eso sí es ser eficiente! (ahora tocaría poner emoticón de carita riéndose a carcajadas)
Lo fascinante de las cebras es que su sistema de estrés es casi perfecto: se activa cuando lo necesitan y se apaga cuando ya no. No pasan las noches dando vueltas en la cama preguntándose si eligieron el pasto correcto para cenar. Mientras tanto, nosotros hemos transformado esa respuesta en una máquina de sobrecarga. Nos estresamos tanto que ya ni necesitamos un motivo real. Nos preocupamos por el clima, las redes sociales y una lista de tareas que, seamos honestos, probablemente inventamos.
Entonces, ¿qué podemos aprender de las cebras? Primero, reconocer que no todas las situaciones que percibimos como estresantes son una amenaza real. Diferenciar entre lo urgente y lo importante es clave. También necesitamos encontrar formas de dar un respiro a nuestro cuerpo y mente. Prácticas como la meditación, el mindfulness y el ejercicio pueden ayudar a reducir esa activación constante de nuestra respuesta al estrés. En nuestros programas de Inteligencia Corporal, siempre decimos que cuidarse es conocerse y estas prácticas son un gran comienzo.
Conclusión: El estrés crónico es una de las principales razones por las que los humanos somos más propensos a desarrollar enfermedades relacionadas con el estilo de vida moderno. Tal vez deberíamos replantearnos si la vida moderna es realmente compatible con seguir siendo humanos y no perder la salud en el camino. ¡Ah! igual la próxima vez que alguien nos envíe a pastar en vez de enfadarnos deberíamos tomarlo como un cumplido.