Kamala Harris protagoniza su segunda portada de Vogue. Tres años han pasado desde su polémico estreno en la revista, cuando en su afán por ofrecer una imagen de cercanía, el resultado fue tan casual que dejó perpleja a la ciudadanía, que consideraba que la recién nombrada vicepresidenta merecía algo más elevado. Ahora posa para Annie Leibovitz enfundada en un traje de Gabriela Hearst que proviene de su propio armario y con una actitud completamente diferente. Aunque en esta ocasión no ha gustado la elección de la fotógrafa (“Sus fotografías son lo que pasa cuando la mirada blanca resulta incapaz de capturar la belleza”, aseguraba Tayo Bero en un artículo publicado en The Guardian en el que tildaba de “desastrosos” los retratos que la fotógrafa había hecho a la jueza asociada en la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ketanji Brown Jackson), sí lo ha hecho el contenido de la entrevista.
Ya hemos hablado en alguna ocasión de por qué a las figuras políticas siempre les termina por apetecer salir en las revistas de moda más populares del panorama, pese a que las críticas van a acompañar por norma a la publicación. “Si hay que proyectar una nueva imagen de presidenta mujer de EEUU ya se hará si llega a la Casa Blanca. De momento, hay que asegurar el voto y la ciudadanía. Si vota a una mujer (que encima, no es blanca), la quiere vestida y con el gesto de lo que aún consideramos (imaginamos) que es un presidente (serio y con traje). En algunos sentidos avanzamos, en otros muchos seguimos anclados teniendo que demostrar (como si no lo hubiéramos hecho y con creces) que las mujeres podemos hacer lo que hacen los hombres… Que demuestren ellos si pueden hacer la mitad de lo que hacemos nosotras”, dice en sus redes sociales Patrycia Centeno, experta en análisis y asesoría en estética política y corporativa.
Sin embargo, ha sido su participación en el podcast Call Her Daddy la que más controversia ha despertado. Se trata de un show al que celebridades de la talla de Megan Fox van a hablar de sus intimidades (sí: también sexuales), por lo que la presencia de Harris en el podcast sorprendió a muchos. La responsable del programa, Alexandra Cooper, se disculpó de antemano ante sus fans, pues su show no está bañado nunca por la política. “Como sabéis, no suelo hablar de política ni tener políticos en este programa, porque quiero que Call Her Daddy sea un lugar donde todos se sientan cómodos”, dijo al comienzo. Aclaró también el motivo por el que había decidido invitar a la candidata a la presidencia estadounidense. “En general, mi atención se centra en las mujeres y los problemas a los que nos enfrentamos”.
Durante los 40 minutos de conversación, hablaron de educación, de la reversión del derecho al aborto, del alto costo de la vivienda y de los ataques republicanos a las “mujeres que viven con gato y no tienen hijos”. “Me doy cuenta de que los programas de noticias habituales ya no atraen al público que alguna vez tuvieron. Además, la mayoría de los estadounidenses que consume muchas noticias ya sabe a quién va a votar. Es vital captar a los votantes indecisos, incluidos aquellos que actualmente no planean votar”, escribe en The Atlantic Helen Lewis.
Joan Lopez, autor de ¿Y si me presento a las elecciones?, cree que los factores clave que explican que Kamala haya optado por ir a este podcast son dos: la decadencia de los medios de comunicación tradicionales y el auge de medios alternativos, como los podcasts, Youtube y los influencers. “El primer candidato a la presidencia que trató a los influencers como un medio de comunicación más fue Obama, que les dio WIFI y acceso a las recursos de comunicación de su campaña. A partir de ahí ha ido evolucionando. La campaña americana tiene un factor diferente a la española que hay que tener muy en cuenta: para votar tienes que registrarte y en casi todos los estados, los registros terminan un mes antes de la votación. Y por ello los aspirantes han de recurrir a todo tipo de sistemas de comunicación para conseguir que haya el máximo de gente que simpatice por ellos. Se calcula que se van a registrar 245 millones de personas, pero hay un porcentaje alto de abstención incluso entre los registrados”, advierte. Comenta además que el día que Taylor Swift anunció en sus redes sociales que iba a votar a Kamala Harris, las estimaciones indicaron que fueron unas 300.000 las personas que en una noche se registraron a su favor. “Cuando se recurre a este tipo de personajes o de este tipo de sistemas de comunicación, se amplía el espectro de gente a la que llegar para lograr que más personas se registren”, aclara.
El hecho de que Cooper decidiera comenzar el capítulo del podcast con una disculpa hace pensar que en realidad, fue el equipo de Kamala Harris el que le propuso la entrevista, y no al revés. No olvidemos que en una entrevista concedida a The New York Times en febrero, aclaró que en su programa no permitía a los publicistas de los entrevistados estar presentes en la sala (como periodista, en muchas ocasiones casi tienes al equipo de marketing de talent con una katana cerca de tu lengua por si la conversación no va exactamente por ese lugar que planean, por lo que me da muchísima envidia) y no tener interés alguno en tener en su programa a figuras políticas. “Que vayan a la CNN o a la Fox. ¿Acaso quieres hablar de tu vida sexual, Joe (Biden)?”, preguntó en aquella entrevista.
Abrazar la cultura pop es esencial para lograr votos, y aunque al hacerlo las bofetadas son siempre más fuertes y recurrentes, al parecer, merece la pena. Pronto sabremos si podcasts, portadas y el apoyo de celebridades le sale rentable a Kamala Harris, que se ha atrevido a abandonar ese halo de intocabilidad que antes caracterizaba a la política y que cada vez se va debilitando más. Porque del mismo modo que antes los famosos parecían ser intocables y con la llegada de las redes sociales, han descubierto lo positivo que es para sus carreras abrirse al público, en mundo de la política podría ser el siguiente en dejar atrás una exclusividad y secretismo que en la actualidad, carecen de sentido.