ARQUITECTURA

Norman Foster, en la carrera por el monumento a Isabel II: el encargo que podría reconciliarle con el rey

Ha sido seleccionado entre uno de los cinco candidatos para diseñar el memorial a la reina, un encargo de esos que cualquier arquitecto mataría por firmar. ¿El problema? Su principal detractor podría estar sentado en el trono

Norman Foster sabe que la arquitectura es política. Se lo enseñaron las ciudades y las polémicas, se lo susurraron los monarcas, y se lo confirmó, a gritos, Carlos III cuando aún no había coronas de por medio. Ahora, mientras el Reino Unido elige quién diseñará el monumento conmemorativo a Isabel II, su nombre aparece en la lista de los cinco finalistas, y el destino, que no tiene reparos en hacer chistes pesados, lo vuelve a sentar a la mesa con su viejo adversario.

Porque si Foster es el arquitecto más importante del Reino Unido, Carlos III es su más ilustre enemigo. En 2009, cuando aún firmaba como príncipe de Gales, se metió de lleno en una batalla para que ciertos proyectos arquitectónicos que detestaba no vieran la luz. Sus gustos son los de un hombre que quiere que Londres parezca Londres y no una ciudad futurista salida de un catálogo de acero y cristal.

Carlos no entiende cómo a alguien le puede gustar un rascacielos como el famoso Gherkin, de Foster, cuando lo que necesita la capital británica son columnas dóricas y fachadas con la elegancia de otro siglo. En esa guerra, Norman Foster fue de los primeros en levantar la voz: acusó a Carlos de abusar de su “posición privilegiada” para frenar la arquitectura contemporánea. Básicamente, le llamó enchufado con ínfulas de dictador del urbanismo.

El rey Carlos III, en una imagen de archivo. EFE/NEIL HALL

La animadversión de Carlos por los arquitectos modernos venía de lejos. En los ochenta, viendo un proyecto de Richard Rogers para la National Gallery, se refirió a él como un “forúnculo monstruoso”. Fue solo el inicio de su cruzada para impedir que Londres se convirtiera en un escenario de ciencia ficción. Cuando se filtró que había intervenido personalmente para que se rechazara otro proyecto de Rogers en Chelsea, Foster saltó a la yugular: “Es un caso que debería hacer que cualquiera que valore la libertad de expresión se sintiera incómodo”.

Ahora, Carlos ya no es solo un príncipe con opiniones; es el rey. Y aunque no será él quien decida finalmente quién diseñará el monumento a Isabel II, la ironía no puede pasar desapercibida: ¿acaso hay algo más británico que el arquitecto al que detestas inmortalizando a tu madre?

A diferencia de su hijo, Isabel II nunca tuvo problema con la arquitectura de Foster. Lo nombró caballero en 1990 y, más tarde, barón Foster de Thames Bank. Se lo encontró en muchas inauguraciones y en cada una de ellas, el arquitecto se inclinó, no solo por protocolo, sino porque entendía que su éxito tenía algo de bendición real. Años después de su muerte, el arquitecto la recordó con cariño: “Era una mujer cuyo liderazgo y humildad real fueron impecables”.

Si la historia fuera una película con giros de guion calculados, el monumento lo ganaría Foster. Pero hay más nombres en la lista de finalistas: Thomas Heatherwick, Tom Stuart-Smith y otros grandes nombres del diseño y la arquitectura británica. Todos compiten por levantar el homenaje definitivo a Isabel II en St. James’s Park, a dos pasos de Buckingham Palace, en un rincón de Londres donde las flores aún recuerdan los días de luto por la reina.

El diseño ganador se anunciará este año y será revelado al público en 2026, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Isabel II. Si Foster se lleva el encargo, Londres sumará otro edificio de su firma, Carlos III tendrá que lidiar con la ironía y el arquitecto podrá añadir, a su interminable lista de trofeos, un monumento que pasará a la historia. Porque si la arquitectura es política, Foster sabe que la mejor manera de ganar una batalla es dejando que el tiempo haga su trabajo.

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