Nicole Kidman y Halina Reijn, actriz y directora, se pasean estos días como las nuevas maestras del sexo, una copia embellecida de Masters y Johnson -la pareja que nos enseñó cómo hacer el amor-, que se nos cuelan en la intimidad para explorar qué ocurre a puerta cerrada en nuestros dormitorios. Si los investigadores registraron unos 10.000 incidentes sexuales en sus experimentos, Halina ha captado en Babygirl, su nueva película, cada gemido, cada latido, cada empuje y cada contracción de su protagonista, Romy (Nicole Kidman).
Este thriller erótico, que llegará a las pantallas el 24 de diciembre, ha encontrado en la actriz australiana una mujer abierta, sin prejuicios y con la capacidad hipnótica de atraer la atención que necesitaba para diseccionar el sexo femenino en la edad madura. ¿Está impulsando una nueva revolución sexual? El argumento se resume fácil. Romy, frustrada e insatisfecha sexualmente con su marido Jacob (Antonio Banderas) se lanza a la búsqueda del placer y, de paso, de su propia identidad, dando rienda a lo que ella misma define como “sus necesidades obscenas”. En su ansia obsesiva de cincelar su vida, inicia una relación con Samuel, un joven que resultará vital en su viaje hacia la liberación.
No existe en la narrativa nada innovador. La complejidad del deseo humano y la naturaleza de una mujer dispuesta a perderlo todo han inspirado obras soberbias en todas las épocas. El rol de casada aburrida que necesita agitar su corazón lo ocuparon Ana Karenina, Madame Bovary o la Ana Ozores de Clarín, grandes heroínas literarias, pero con el hachazo de la tragedia como castigo a sus lujuriosas formas de amar. El punto de partida de sus autores es ese idéntico deseo de evasión del aburrimiento, de la rutina diaria y de una existencia enjaulada.
Aunque actriz y directora replican los mismos sueños y ansiedades sexuales, se han tomado el gusto de darle a los clásicos una versión actual y sin prejuicio. En ese afán de justicia con sus predecesoras, la erótica se abre paso entre las piernas y exponen de forma explícita el cuerpo despierto al placer sexual, bien en solitario o sometida.
Nicole Kidman es, por otra parte, una mujer otoñal como Ana Magdalena, protagonista de la obra póstuma de Gabriel García Márquez En agosto nos vemos. Aparecen independientes, liberadas y dueñas de su destino, a pesar de las tensiones de su alma femenina. “El mundo cambió desde el primer sorbo. Se sintió pícara, alegre, capaz de todo, y embellecida por la mezcla sagrada de la música con la ginebra… No le dejó ninguna iniciativa. Se acaballó sobre él hasta el alma y lo devoró para ella sola y sin pensar en él, hasta que ambos quedaron perplejos y exhaustos en una sopa de sudor”, describe el autor colombiano.
Sin demérito para el Premio Nobel, en el cine es más delicado desmontar el tabú de señora mayor de 50 con personajes poderosos, sensuales y atractivos, sobre todo porque la industria no responde con suficientes proyectos. Son muchas las actrices que han hablado de la jubilación anticipada y forzosa en Hollywood, mujeres a las que se les ha dado por finiquitada su carrera al sobrepasar una edad, independientemente de su talento. Jane Fonda, Meryl Streep, Laura Dern o Jennifer Aniston son, igual que Nicole Kidman, parte de un cambio, aunque el toque de gracia revolucionario sería que terminasen de asumir que se puede envejecer con gracia sin la esclavitud del bisturí.
Halina Reijn despliega la exquisitez de mago de salón para desnudar a Nicole Kidman en Babygirl cuando se entrega al bondage con su joven amante, pero abre otro debate: ¿se puede ser feminista y sumisa? ¿Son liberadoras las prácticas sadomasoquistas? Este tipo de juegos sexuales en lo que una persona ejerce el poder y el control sobre la otra da lugar a opiniones dispares. Para unos, erotizar las relaciones de dominación y sumisión implica reproducir lo peor del patriarcado; para otros, sumisión sexual y feminismo son compatibles desde la base del respeto, la cordura y el consenso. La cuestión es si consentir es suficiente para descubrir lo que una quiere realmente.
La película explora las dos fantasías femeninas más recurrentes. Una, ser dominada, recibir órdenes sexuales por parte de un amo y ejecutarlas sin contemplación para darle placer. La psicología concibe la fantasía como un ejercicio mental saludable y natural, una vía de escape que nos evade y añade repertorio a nuestra vida sexual. Con la imaginación despertamos el deseo y podemos tocar las teclas que deseemos permitiéndonos, si así nos lo proponemos, tocar el cielo. No hay juicios ni autocrítica. Tampoco hace falta dar la talla, ya que es sexo a nuestra medida. Otra cosa es cuando la imaginación se vuelve perturbadora o perversa y, por tanto, irrealizable. Entonces hay que echar mano de una ética sexual que se alza como único valor protector en este sentido.
La segunda fantasía femenina que sale a relucir en las encuestas es vivir una aventura con una persona con una gran diferencia de edad, generalmente más joven. Aquí Babygirl -sentimos dejar en evidencia a Antonio Banderas en su papel de cornudo- destapa otra realidad: si el deseo afloja con la edad, puede que algo tenga que ver la pareja que está a nuestro lado. A menudo son ellos quienes, por diferentes circunstancias, provocan que el sexo sea muy difícil. Y lo que Nicole Kidman viene a demostrar es que quizás las nuevas generaciones de hombres vienen preparadas con una mayor inteligencia emocional y sexual para dar respuesta a esas mujeres maduras insatisfechas.
La actriz levanta muchos velos y lo hace con la misma naturalidad con la que ha lucido, a sus 57 años, su escultural corsé enjoyado de Schiaperelli, iluminando el Festival de Cine de Venecia. Pero llegan los créditos y, de vuelta a la realidad, nos damos de bruces con la misma textura de ficción que al cerrar las páginas de Ana Karenina. Tal vez porque sabemos que la auténtica liberación es más compleja que un alarde de sexualidad. La misma actriz lo plasmó al hablar de lo vulnerable que se sintió durante el rodaje.