Nadar en agua fría es una práctica que, si bien la mayoría rechazan, ha ganado popularidad en los últimos años por sus múltiples beneficios para la salud, tanto física como mental. El efecto más inmediato, y también el más popular, es que activa el metabolismo; un proceso -denominado termogénesis- que nos lleva a perder calorías adicionales para generar calor. Es decir, el cuerpo recurre a nuestras reservas de grasa con el fin de obtener energía.
Existen infinidad de estudios y expertos que respaldan esta última teoría, asegurando que nadar en agua fría puede aumentar la tasa metabólica en reposo, quemando más calorías incluso tras salir del agua. What Doesn’t Kill Us de Scott Carney, periodista de investigación, autor y antropólogo estadounidense, asegura que el cuerpo puede adaptarse a condiciones extremas, incluyendo el frío, y cómo estas adaptaciones pueden mejorar la salud, la pérdida de grasa y la resistencia física.
Así reacciona nuestro cuerpo a las temperaturas extremas
Según explica Carney, el proceso de termogénesis es crucial para entender cómo el frío afecta la pérdida de grasa: “Cuando el cuerpo se expone a bajas temperaturas, necesita generar calor para mantener una temperatura corporal estable. Esto se logra a través de la quema de calorías, utilizando principalmente las reservas de grasa como fuente de energía”. Y añade que este proceso no sólo quema calorías durante la exposición al frío, sino que también puede aumentar la tasa metabólica basal, lo que significa que el cuerpo quema más calorías en reposo.
Además, la exposición al frío puede influir en las hormonas que regulan el apetito y el almacenamiento de grasa. “La exposición regular al frío puede mejorar la sensibilidad a la insulina y la leptina, dos hormonas clave en la regulación del apetito y el metabolismo de la grasa. Esto puede ayudar a reducir el almacenamiento de grasa y mejorar la capacidad del cuerpo para quemar grasa como fuente de energía”, concluye el experto.
Pero más allá de la pérdida de peso, nadar en agua muy fría puede aumentar la producción de glóbulos rojos, mejorando la capacidad del cuerpo para transportar oxígeno a los músculos y órganos, mejorando el rendimiento deportivo y la resistencia física.
En cuanto a beneficios psicológicos, la exposición al frío puede aumentar la liberación de endorfinas y otros neurotransmisores que mejoran el estado de ánimo, ayudando a reducir el estrés y la ansiedad, fortalecer la mentalidad y aumentar la resistencia a las dificultades diarias.
Los expertos recomiendan su práctica bajo el sentido común, teniendo en cuenta posibles riesgos. En primer lugar, la exposición prolongada al agua fría puede disminuir peligrosamente la temperatura corporal, llevando a la hipotermia (ocurre cuando la temperatura corporal baja por debajo de los 35ºC). Los síntomas incluyen temblores, confusión, falta de coordinación y, en casos graves, pérdida de consciencia.
Además, las personas con problemas cardíacos o condiciones preexistentes pueden experimentar arritmias -latidos irregulares del corazón- debido al estrés del frío en el sistema cardiovascular. Por último, la inmersión repentina en agua fría podría provocar un shock térmico, causando hiperventilación, aumento del ritmo cardíaco y, en casos extremos, puede llevar al desmayo.