Reinaldo Herrera fallecía el 18 de marzo a los 91 años, dejando atrás un legado de discreción, cultura y buen gusto. No solo fue el compañero inseparable de Carolina Herrera, sino un editor y anfitrión cuya influencia iba más allá de los círculos sociales en los que se movía.
De ascendencia aristocrática venezolana, Herrera heredó el título de marqués de Torre Casa, aunque prefería no alardear de ello. Se desenvolvió con naturalidad entre Caracas, Nueva York y Europa, combinando su pasión por el arte con su trabajo en el mundo editorial. Como editor de ‘Vanity Fair’, supo capturar la esencia de la sofisticación sin artificios.
Su historia con Carolina Herrera comenzó en 1968, y juntos construyeron una vida que combinaba la moda y la cultura. Cuando en 1980 decidieron mudarse a Nueva York, Reinaldo se convirtió en un apoyo fundamental en la consolidación de la marca Carolina Herrera, moviéndose con soltura entre diseñadores, editores y mecenas.
Pero su rol iba mucho más allá de ser “el marido de”. Con un ojo afinado para la estética, formó parte del comité de la Lista Internacional de las Mejores Vestidas, ayudando a definir un canon de elegancia que todavía resuena en la industria. En su hogar del Upper East Side, las reuniones con personalidades como Andy Warhol, Jackie Kennedy o Bianca Jagger eran habituales, pero nunca un espectáculo: la discreción era su sello.
Hoy, su ausencia deja un vacío en quienes compartieron con él décadas de conversaciones y proyectos. Carolina Herrera y sus hijas Mercedes, Ana Luisa, Carolina Adriana y Patricia Cristina le despiden con la serenidad que él cultivó en vida. Su legado no se mide en grandes gestos, sino en la forma en que supo estar presente sin necesidad de protagonismo, en una elegancia que no dependía de la ropa, sino del carácter.