Esta semana pasada, Mark Zuckeberg anunciaba su nueva apuesta en términos de control de contenidos y censura. Meta cancelará los contratos de sus fast-checkers que hasta hoy contrastaban la veracidad de la información compartida. Dejará el control a la propia comunidad de usuarios y a los algoritmos de la IA. La noticia sigue dando la vuelta al mundo y dando lugar a reacciones exacerbadas de periodistas, políticos y, por supuesto, de todo un pueblo.
Desde décadas, los gestores de contenidos digitales se han enfrentado al espinoso tema de “lo compartido” por los usuarios. Recuerdo cómo, siendo responsable del portal de una gran operadora, debía evitar cualquier palabrota o foto inapropiada. Lo curioso es que, a esa época, las principales figuras del panorama político no tenían, en Twitter, ni cuenta.
Desde entonces todo ha cambiado y las redes ponen o destituyen cualquier jefe de gobierno. Obama, Trump y los demás presidentes americanos se lo tomaron muy pronto en serio. Las redes se convirtieron en su particular ring de boxeo, dónde el más lento o menos acertado, cae rápidamente al suelo. En Europa, seguimos viendo la pelea desde la grada, aunque nos afecte cada vez más de lleno.
Muchos han definido el movimiento de Meta como un acercamiento interesado a Trump, una tentativa de minorar su rivalidad con Musk, o de apoyarles a ambos, en su enfrentamiento con Europa.
Meta: historia de una censura
En el 2004, surgió The Facebook en la mente de cinco universitarios. Sin autorización alguna, los jóvenes emprendedores compartieron fotos de cientos de alumnos de Harvard y sus direcciones. La red creció muy rápido y frente al éxito inesperado, se vio obligada a establecer un manual de moderación y de uso comunitario. Facebook automatizó entonces parte de ese proceso de verificación, con potentes algoritmos y un importante equipo humano. Con la compra de Instagram, la empresa se topó con un primer escollo. Y es que Apple echaba a las apps que mostrasen cualquier tipo de desnudo. Mark decidió cortar por lo sano, eliminando cualquier cuenta de usuario que se atreviese a hacerlo. Muchos artistas como el español Juan Francisco Casas lo sufrieron, se rebelaron, pero sin poder recuperar nunca su cuenta y arduo trabajo.
De hecho, esta reciente decisión respondería, en parte, a una estrategia de “lavarse las manos” y evitar conflictos legales en varios mercados, argumentando que ya no tienen control directo sobre las publicaciones de los usuarios, sino que lo deciden los algoritmos. Una estrategia que ya fue empleada por muchas plataformas para trasladar cualquier responsabilidad legal hacia los propietarios de las cuentas.
Redes sociales y manipulación de votantes
La tardía toma de conciencia, por parte de los políticos, de la hegemonía del mundo digital y de su impacto directo en la intención de voto, llevó los partidos a tomar cartas en el asunto. Facebook se vio ante la obligación de instaurar una verificación de contenidos específicos, mucho más allá de los desnudos.
En 2016, tras el impacto de la propagación masiva de noticias falsas sobre las elecciones americanas, así como del escándalo de Cambridge Analítica, Zuckerberg fue llamado a declarar ante el mismísimo congreso.
Facebook contrató entonces a hordas de verificadores, muchos de ellos en Barcelona. Esos miles de fast-checkers realizaban un trabajo de hormiga, buscando a combatir la desinformación y visualizando contenidos dudosos, desde sus pantallas. Durante todo el día, iban contrastando la veracidad de los hechos y procediendo a la eliminación de cuentas de usuarios sospechosos. Sin embargo, también suscitaban mucha incomprensión y ciertas críticas, por falta de explicaciones y transparencia.
Mientras Facebook se centraba en combatir la desinformación a través de sus verificadores, Twitter abordó el problema de forma más tajante, en forma de expulsión directa a cualquier incómoda “oveja negra” que fuese delatada por la junta comunitaria.
Tiene guasa que, por aquel entonces, tanto Facebook como Twitter, dieron un serio toque a uno de sus usuarios más famosos, un Donald Trump reconocible por sus incómodos discursos. Acabaron eliminando sus cuentas vociferantes provocando su evidente enfado. Eran otros tiempos que hoy en día, ni unos, ni otro recuerdan.
¿Meta se pasa al bando republicano?
La propia comunidad de usuarios ha sido bastante crítica con la decisión del empresario californiano de eliminar los equipos de verificadores. Basta con leer algunas respuestas en su cuenta personal de Threads para entender que la inmensa mayoría se tiran de los pelos, le mandan al carajo y le tratan de chaquetero.
Algunos incluso comparten memes donde Zuckerberg lleva bigote y viste de Hitler, para ver cuánto tiempo durarán esos contenidos antes de ser eliminados. Temen que esta transición pueda incrementar la cantidad de desinformación.
El empresario (uno de los más ricos del mundo) argumenta que la eliminación de los verificadores responde a un verdadero compromiso de buscar la “neutralidad tecnológica” y confiar en que los algoritmos identificarán y tratarán cualquier contenido problemático. Según su criterio, las decisiones humanas pueden estar influenciadas por un importante sesgo personal. Esto le genera muchas críticas de censura selectiva o falta de parcialidad política. Si le acusaban, hasta hace bien poco, de ser demasiado afín a Joe Biden y al bando demócrata, ahora se le critica de lo contrario.
Esta automatización no estará tampoco a salvo de las controversias externas e internas, ya que deja las puertas abiertas a las estrategias de discursos más extremos, beneficiando más a un Trump, más “cañero”.
Razones económicas y de negocio
Más allá de los motivos expuestos por Meta, existen otras razones de peso que podrían estar impulsando esta decisión. La primera es puramente económica: los equipos de verificación de miles de empleados son muy costosos. De hecho, fue elprimer movimiento de Musk al comprar Twitter en busca de recuperar la rentabilidad y beneficios.
Se acumulan también rumores, artículos y reportajes sobre la salud mental de los propios verificadores (link; ), unos equipos responsables de visualizar miles de videos violentos, tan repugnantes como perturbadores.
De hecho, los anunciantes están preocupados también ante estas medidas, temiendo que la ausencia de verificadores humanos, incremente la cantidad de contenido “inadecuado” junto a sus marcas.
La reacción de la prensa y gobernantes
En prensa, medios tan influyentes como The New York Times o The Guardian cuestionan si se trata realmente de una optimización de recursos, un uso optimizado de la IA o de un repentino cariño hacia la Casa Blanca.
Muchos políticos europeos, como Macron y Starmer, han mostrado su preocupación por la actual hegemonía de las redes americanas y denuncian esa peligrosa relación con la política. Para ellos, Musk se ha convertido en un auténtico peligro para la democracia, en un momento en el que Trump vuelve a la carga contra Panamá, Groenlandia y Europa. Y, por si fuera poco, ahora Zuckerberg se apuntaría a la fiesta.
¿Cómo nos afectará en España?
Como usuarios, la única solución pasaría por una alfabetización digital de la populación. Abrir los ojos, ser más críticos y sopesados ante la información, y tener nuestro propio criterio de comprensión, denunciar los excesos y no viralizar inútilmente caos y tensión. Un objetivo loable que no hemos conseguido alcanzar en cientos de años, de prensa, radio y televisión.
Nuestros políticos aquí tampoco están preparados para esta nueva era, una escalera sin barandillas, ni barreras de contención alguna. Aunque se echen a la cara todo tipo de “fango” y de denuncias, tienen claro que el discurso amable, desgraciadamente, ya ni vende, ni cala.
Con la transcendencia de las redes hoy en día, los partidos deberían tener un batallón de comunicadores, expertísimos en entornos digitales, dispuestos a reaccionar rápidamente a cualquier estrategia inesperada y “mercenaria”.
Sin embargo, siguen sin verlo claro, ni apuestan en ello. No tienen ni idea del escenario que se les viene encima, un aire a “lejano oeste”, sin censura, ni sheriff, ni policía.