La rebeldía de la nieta de Franco era más principesca, de enamoriscarse de los guardaespaldas o trepar la valla del jardín para beberse la noche en un Madrid que empezaba a abrirse a la modernidad. Era guapa y muy del estilo de las aristócratas influencers que hoy pueblan Instagram. La rebeldía de Jimmy era ácida y muy rígida en lo emocional, una conducta que él achacaba a la falta de apegos en la infancia. A pesar de la distancia en su indocilidad, tenían el mismo estado exaltado del alma y una única forma de entender la vida: con vehemencia. Este fue el punto de partida de su atracción y también el de su repulsión. Es lo que ocurre cuando dos cargas tienen el mismo signo.
Nació un amor pasional, absolutamente disruptivo para la familia de María del Mar (nombre real de Merry), la cuarta nieta de Franco e hija de Carmen Franco y Cristóbal Martínez-Bordiú. Pero duró lo que duran a Sabina “dos peces de hielo en un güisqui on the rocks”. Ella tenía 20 años y él 32. Al menos tuvieron tiempo de inaugurar con su enlace en la capilla del Pazo de Meiràs, el 3 de agosto de 1977, una nueva era de exclusivas de bodas en las revistas del corazón. Por la suya pagó la revista ¡HOLA! un millón de pesetas y se vendieron 1.300.000 ejemplares.
Tal y como vio venir el marqués de Villaverde, padre de la novia, el matrimonio se rompió dos años después, recién nacida Leticia, la hija que tuvieron en común. La pasión quedó sepultada entre las ruinas del Canto del Pico, un destartalado palacio de Torrelodones sin calefacción que la indomable hija de Carmen Franco prefirió en lugar del piso de la Avenida de América destinado, según lo dispuesto por los marqueses, a ser su hogar.
Una vez rota la pareja, Jimmy igual que Merry nos sirvieron su vida conyugal en un serial rosa muy del gusto de la sociedad de la época, igual que lo habría sido ahora. El principal elemento de fricción era la niña. La lucha por su custodia y sus desavenencias en cuanto al tiempo que el padre podía ver a la niña motivaron un largo cruce de acusaciones y la dolorosa ruptura paterno filial cuando Leticia tenía solo 12 años. Fue la mayor tragedia en la vida de Jimmy, aunque, replicando a Sabina, le dio por reír y ladrar a las puertas del cielo historietas, miserias y chascarrillos de una dinastía, la de los Franco, hasta entonces intocable.
En ese ruedo sin coto, ni Merry era una santa ni Jimmy tan pecador. Cansada de habladurías, ella, que había conseguido que el juez le concediese la guarda y custodia de Leticia, decidió poner pies en polvorosa y emprendió su particular huida a Canarias, Miami, Nueva York, Islas Vírgenes, Madrid y de nuevo Miami. Antes se ocupó de desmentir públicamente algunos rumores, como el que la relacionó con un Felipe González que ya empezaba a desprenderse de la pana para entrar en la beautiful people de la época. No pudo hacer lo mismo con el catalán Toni Enrich, con quien vivió un breve romance que él se encargó de destripar en un amplio reportaje para la revista ¡HOLA!
También la nieta de Franco se había acostumbrado a ese sabio consejo que, al parecer, dio Jimmy a su familia política: aprovechar el interés que despertaban sus intimidades para venderlas a golpe de talonario. Merry siguió acaparando páginas y, de acuerdo con su carácter apasionado, siguió enamorándose. Su segundo matrimonio no fue menos singular. Conoció al profesor de gimnasia norteamericano Gregor Tamler, que había trabajado en el Colegio Americano de Aravaca, a través de un anuncio en un periódico ofreciéndose como instructor de taichi. La propuesta llamó la atención de la joven y acabaron en el altar.
Con él fue con quien voló a Canarias y Miami para acabar recalando en Las Islas Vírgenes. Tras la ruptura, en 1991, Merry a la casa familiar de Hermanos Bécquer, que se convirtió en su refugio, igual que Miami, donde vive su hija, o la casa heredada de su padre en Monachil, Granada. De su hija, casada con un empresario salvadoreño en 2008 en el Pazo de Meirás, poco se ha sabido durante todos estos años.
Tampoco ella dio mucho más que hablar. En octubre de 2019, con motivo de la exhumación de los restos del abuelo en la basílica del Valle de los Caídos, la prensa rescató su biografía y refrescó quién es quién en este singular clan. La vida de los siete nietos de Franco, con sus lujos, romances, herencias, caídas o excesos, siempre ha despertado curiosidad en la prensa, si bien la auténtica reina de corazones fue durante años Carmen, la primogénita. De Merry volvió a recordarse su matrimonio con Jimmy, la herencia materna, estimada entre 500 y 600 millones de euros por cada hijo y los negocios inmobiliarios que tiene repartidos por toda España.
Ella y su hermano Cristóbal fueron los elegidos para estar presente en la retirada de la lápida. Cristóbal, “por ser militar”, y Merry “por ser la más valiente de todos los hermanos”, declaró a la prensa Francis, el nieto varón mayor. Durante la ceremonia, dicen que se la oyó rechistar continuamente espetando maldiciones a la ministra Dolores Delgado.
La ferrolana, así la llamaba su abuelo, era la favorita del dictador, pues veía en ella su mismo carácter. Lo explicó Merry en sus memorias: “Mi abuelo decía que yo tenía su mismo carácter indómito e independiente. Que era la más gallega de todos”. Implacable con el resto del mundo, incluidas sus otras nietas, Franco se volvía laxo con ella. Incluso bendijo su noviazgo con el periodista.
Jimmy dio buena cuenta a lo largo de su vida de este favoritismo, evidente en anécdotas como la del día que descubrió una piedra de hachís en su bolso. De aquellos años destapó muchas cosas más, aunque no podemos dejar de lado su tendencia al pensamiento mágico. Contó, por ejemplo, cómo sus amigos se hartaron a porros en la biblioteca de Emilia Pardo Bazán el día de su boda, donde se celebraban consejos de ministros durante la dictadura. Seguro que en sus relatos tragicómicos había más verdad que en la vida misma.
Con la muerte de Jimmy Giménez Arnau, que murió masticando el desencanto por la ausencia de su hija, caerá en el olvido la historia de su primera mujer, la más hippy de los Franco. Ahora en la familia Martínez-Bordiú reina el silencio que decretó la matriarca, Carmen Franco, en plena tormenta política por la exhumación: “No decir ni palabra”.