Las memorias homónimas de Melania despegaron con fuerza gracias al sugerente avance que ofreció la editorial con su opinión favorable al aborto. El resto del libro ha resultado desapasionado y deja sin respuesta al lector ante la gran incógnita: ¿Cómo diantres llegó el amor a esta pareja tan desigual? Donald Trump, tan exaltado y desenfrenado, es puro fuego; Melania se muestra hierática y tan inexpresiva como una estatua. ¿Cómo nació el deseo erótico?
En unos meses el matrimonio celebrará sus bodas de plata, por lo que la malicia de los primeros tiempos la echaremos a un lado. Vamos a pensar que Donald Trump es el Pigmalión de nuestro siglo, ese personaje mitológico que se enamoró de Galatea, su estatua de marfil de rasgos perfectos, y resultó que, cuando se acercó a besarla, su tacto no le pareció tan frío y distante, sino cálido y con vida. Pasó de ser un bloque de mármol a un ser amado.
Excepto el tema del aborto, que ya se filtró, y alguna otra cuestión puntual, en su libro Melania justifica a su marido y pone en valor su figura, jugando astutamente con su ingenuidad cuando el asunto se vuelve turbio. Ahí ella estaba ocupada en el rediseño de los salones de la Casa Blanca. Da también algunas de las claves de su desconcertante amor: “Me permite ser quien soy y creer en lo que creo. Me permite ser mi propia persona, y lo respeta, y yo lo respeto y le dejo ser quien es. Tiene distintas creencias y hace lo que él cree”.
Sus palabras coinciden con lo reveló hace unas semanas en una entrevista para el canal de noticias FOX cuando le preguntaron qué le gustaba de Donald. “Su forma de ser. Su humor. Su personalidad. Su amabilidad. Es muy especial. Su positividad, su energía… Es increíble. Sí, tenemos una relación hermosa”. ¿Qué más se puede pedir?
Melania nació y se crio en Sevnica, en la antigua República de Yugoslavia. Comenzó su carrera de modelo en París y Milán y durante su etapa como maniquí fue inmortalizada por los grandes fotógrafos. En 1998, ya instalada definitivamente en Estados Unidos, conoció a Donald Trump en una de las fiestas de la Semana de la Moda de Nueva York. En 2005 contrajo matrimonio vestida con un diseño de Dior que Vogue calificó como el vestido del año. “No pude escapar de su encanto. Hubo chispas”, contó Melania en 2015.
Sus caminos no se habrían cruzado de no ser por el capricho del destino o porque solo la erótica del dinero tiene esa mágica capacidad de engendrar encantos. Pero jugó a su favor que el roce hace el cariño y, a pesar de las burlas y abucheos por parte de los enemigos del expresidente, y algún desprecio mutuo en público, el matrimonio permanece unido. ¿Se aman realmente? ¿Y si Melania fuese la única persona en el mundo a la que teme Donald Trump? Hablando en castellano, podría tenerle cogido y bien cogido por los cataplines a uno de los hombres más poderosos del mundo.
Melania, alta y de ojos felinos que acentúa con su mirada, es la primera dama más enigmática que ha tenido la Casa Blanca. En 2021 abandonó la residencia presidencial de riguroso negro y vestida de Chanel. En su libro ha roto su silencio, pero no da más que algunos destellos que la prensa convierte en bombas. Lo que ocurre en la estricta intimidad del matrimonio sigue protegido en una gruesa muralla.
Es significativo que para la promoción del libro haya elegido el impactante vestido de novia cuando la imagen que ofrecen es la de dos personas distantes, que se miran con soberbia y desde la altivez. Sus labios apenas se rozan si se besan en público y hasta fuerzan sus sonrisas. Para quien mira es incluso embarazoso. Pero es la manera de amarse de esta Galatea, que lleva en vena el aplomo soviético, y este Pigmalión que encontró la manera de adaptarla a su espíritu impetuoso. En el equilibrio nació el frenesí, aunque esté desnivelado.
Convertida en primera dama, en las redes sociales saltó el hashtag #FreeMelania con dos preguntas al aire: ¿Es Donald el marido más detestable? ¿Es Melania la esposa menos amorosa? El analista Stephen Bunard advierte del riesgo de trasladar a la vida matrimonial el odio a lo que representa política e ideológicamente el candidato presidencial. Es cierto que no tienen la perfecta fusión de los Obama o la encantadora sincronía de los Macron, pero han creado su propia forma de conjugar sus vidas en una danza insólitamente fascinante.
Se evitan la mano, se retiran la mirada, intercambian pucheros… Pero lo interesante es la respuesta de Donald a los gestos mohínos de su mujer. Se atusa la corbata, estira su chaqueta y levanta la cabeza. Es decir, necesita reafirmar su autoridad ante el mundo. Es la impresión que transmite también cuando camina varios pasos por delante de su esposa. De la frialdad natural de Melania no cabe esperar mucho más. Cuando tomó posesión, el 20 de enero de 2017, esbozó una gran sonrisa cuando su marido se giró para mirarla, pero inmediatamente desapareció de su rostro.
Son expresiones que hacen sospechar quién manda en el hogar. Cuesta pensar que en la intimidad esos besos que en público se dan de refilón se convierten en besos apasionados. Más bien parece que se han acostumbrado a una justa armonía conyugal. Por otra parte, no olvidemos que es modelo y eso le ayuda a interpretar bien su papel. Discreta y estilosa, compensa con su imagen impecable cualquier desafuero de su marido. Tampoco se puede esperar demasiado del comportamiento en pareja del candidato republicano. Es un hombre acostumbrado a dominar y lo refleja en su lenguaje corporal. Por eso, su intención cariñosa a veces deriva en actitud de patán.
Ella ha declarado que ama a su marido. Después del atentado que sufrió su marido en julio, confesó lo devastador que habría sido para ella y para su hijo una tragedia mayor. También en su entorno hay pleno convencimiento de ese amor. A punto de cumplir su 25 aniversario y con el nido vacío, el matrimonio podría haber decidido reajustar la relación. Según ha publicado la prensa estadounidense, esto pasaría por revisar su rol de primera dama si Trump alcanza la mayoría en las elecciones de noviembre. En lugar de ejercer a tiempo completo, se reservaría su espacio para visitar a su hija Barron, ya universitario, o para ella misma. “Saber que puedo valerme por mí misma si es necesario”, dice en sus memorias.
Al ciudadano estadounidense le habría gustado que Melania se tirase al barro en su libro. Que compartiese su dolor como hizo Hillary Clinton, que escribió sobre el romance de su marido con una becaria, o como Michelle Obama, que tantas veces ha hablado de esas crisis matrimoniales que no consigue salvar ni el mejor terapeuta. Melania ha preferido vestir sus memorias de alta costura y apretar los dientes cuando piensa que ese circo no es el suyo. ¿Quién puede poner en duda que, a fin de cuentas, Donald Trump sea un hombre enamorado que en la intimidad derrocha ternura y consideración? Como ha declarado esta misma semana Stephanie Grisham, exsecretaria de prensa de Donal Trump, “al final, probablemente solo Melania podría hacer o deshacer a Trump”.