ESTILO 14

Los últimos días de Gene Hackman y Betsy Arakawa

En la cronología del final de sus vidas asoma un detalle que se ha pasado por alto: la soledad de su esposa, un mal que iguala a todos los cuidadores de las personas con alzhéimer

Fotografía: EFE

Cualquier guion habría previsto para los últimos días de Gene Hackman una bonita coda interpretada al piano por su mujer Betsy Arakawa que rematara de forma épica su vida. Pero el destino, poco piadoso, ha querido que se abra una leyenda con demasiados rasgones. Gene, de 95 años y con alzhéimer, murió el 18 de febrero por enfermedad cardíaca, siete días después de su esposa, de 65 años, por hantavirus, una rara enfermedad transmitida por excrementos de roedores.

Cuando los servicios de emergencia, alertados por un guardia de seguridad, encontraron los cuerpos, ya estaban en descomposición. Durante una semana, mientras su mujer yacía en el baño, este hombre –”torpe y grande”, según se definió en su época de gloria- deambuló por su casa de 840 metros cuadrados sin alimento, sin cuidados y sin los compases del piano. La autopsia reveló que el actor falleció con el estómago vacío.

Nunca se sabrá con precisión qué ocurría en el interior de la encantadora mansión de Santa Fe, un refugio entre enebros y pinos piñoneros que fascinó al actor a finales de los ochenta, recién divorciado de su primera esposa. Las muertes han abierto varios interrogantes, algunos con incriminaciones veladas hacia los hijos o incluso hacia la propia esposa, una mujer que tomó el control absoluto de su vida en las dos últimas décadas.

Gene Hackman y su mujer. Fotografía: EFE

Con una fortuna de 80 millones de dólares, ¿por qué Betsy era su única cuidadora? ¿Qué llevó al matrimonio a prescindir de servicio doméstico? La esposa, pianista nacida en Hawái, le brindó una vida dichosa hasta su último aliento, según coinciden los amigos y vecinos que hablan estos días con los reporteros que tratan de reconstruir el macabro acontecimiento. “Cuidaba con devoción a su marido y él parecía feliz por el control de su esposa. Sin esa protección, habría fallecido hace mucho tiempo”, ha declarado a The New York Times Tom Allin, uno de los amigos de siempre de Gene. Cocinaba muy bien, vigilaba su alimentación, paseaba de su mano y le animaba a practicar yoga.

Para entender qué pasó hay que marcar el diagnóstico de alzhéimer de Hackman como punto de inflexión. Hasta entonces, la casa de Santa Fe fue el remanso de paz que la pareja escogió para vivir un amor bohemio y alejado de los focos. El actor esculpía, pintaba y escribía ficción. Betsy le daba mucha paz. Eran almas gemelas, a pesar de la diferencia de edad. Llegó allí huyendo del estrellato y con el anhelo de disfrutar como ese hombre común que tantas veces interpretó en la gran pantalla. No necesitaba móvil ni correo electrónico. Su esposa era quien organizaba partidos de golf o visitas y pasaba al ordenador lo que él escribía a mano.

En armonía con su bohemia despreocupada, la relación de Hackman con sus tres hijos, Christopher (65 años), Elizabeth (63) y Leslie (58), fruto de su matrimonio con Faye Maltese, era cordial, pero sin muchos aspavientos. El intérprete reconoció hace tiempo lo duro que tuvo que ser para ellos ser hijos de una celebridad. El divorcio, en 1986, y sus ausencias provocaron una relación fría e insuficiente. No fue el padre que aconseja o fija límites, y ese fue uno de sus mayores pesares. “Era muy complicado para mí estar fuera tres meses y luego volver a casa y empezar a darle órdenes”, admitió en 2011.

Gene Hackman en ‘Sin perdón’ (Clint Eastwood, 1992)

El sonido de su propia grandeza, como decía su personaje en Los Tenenbaums: Una familia de genios, le impedía escuchar y, cuando la demencia irrumpió en su vida, se le hizo tarde para recuperar los afectos. En 2023, en el cumpleaños de Betsy, Gene se olvidó de su ritual de felicitación. A ojos vistas, era una prueba palpable de su deterioro, pero las neuronas habían empezado a morir mucho antes. Con el cerebro de su esposo irreversiblemente dañado, la esposa protectora decidió encerrarse a cal y canto junto a él en su casa, en la exclusiva Santa Fe Summit. Sus salidas eran ya muy escasas. Si acaso, se veía a Betsy realizando gestiones domésticas, siempre con mascarilla para evitar contagiar a su esposo. No había más muestras de vida a su alrededor que los restos de latas a la espera de ser recogidos y el ajetreo de los perros.

Al diseccionar cómo debieron ser los últimos días de vida para esta pareja, asoma la realidad del alzhéimer, tan cruel para Betsy como para el resto de los cuidadores de los seis millones de estadounidenses que sufren la enfermedad. Y la realidad no es otra que los sentimientos de soledad, aislamiento y baja calidad de vida. A la responsabilidad de cuidarle durante 24 horas añadió su deseo firme, quizá encarnizado, de velar por su intimidad. Esto le hizo desconectar y aislarse socialmente. Su excesivo control estaba motivado por esa necesidad de protección del actor: no habría permitido que nadie invadiese o violase su figura. Era un acto de amor incondicional. No recibía nada a cambio; tal vez, dados los efectos devastadores del alzhéimer, ni un gesto de cariño.

Este hecho centra cualquier cronología de las muertes de Gene y Betsy. ¿Aprieta el corazón? Por supuesto. Ni el peor de los cineastas contra los que arrojaba su temperamento habría escrito semejante final para esta gran estrella de la interpretación que echó el telón sin que sonaran los aplausos.

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