Moda

Los looks más icónicos de Pretty Woman, 35 años después

El vestuario, diseñado por Marilyn Vance, acompañó la transformación de Vivian Ward y dejó piezas icónicas que aún hoy inspiran pasarelas y editoriales. Repasamos los estilismos más memorables de Julia Roberts en una película que sigue vistiendo titulares

El icónico vestuario de Julia Roberts en 'Pretty Woman' (Garry Marshall, 1990)

Han pasado 35 años desde que Pretty Woman se estrenó en los cines en marzo de 1990: llegó como un vendaval de laca, tacones y sonrisas imposibles, y lo cambió todo sin pedir permiso: de repente, las salas oscuras se llenaron de adolescentes soñando con rescates imposibles, parejas en silencio que volvían a mirarse, y algún que otro escéptico que, sin saber cómo, salió tarareando a Roy Orbison. En España, un país que aún vivía entre la resaca de los ochenta y la ansiedad noventera, la historia se convirtió en algo más que una película.

Vivian Ward, una joven prostituta de Los Ángeles -encarnada por Julia Roberts- que se cruza con un millonario de sonrisa contenida, conquistó la taquilla a través de una evolución visual que hoy es referencia de estilo. Detrás de ese vestuario inolvidable estuvo Marilyn Vance, encargada de construir con ropa la transformación de Vivian sin renunciar a su personalidad.

Imagen de archivo

Uno de los looks más icónicos de la película es, sin duda, el vestido marrón con lunares blancos que la protagonista luce durante la escena en el club de polo. Este diseño, creado por Vance, fue confeccionado con una tela de lunares que la diseñadora encontró en Beverly Silks and Woolens. Debido a la limitada cantidad de tela disponible, el largo del vestido se ajustó a una longitud midi, lo que permitió añadir un detalle al sombrero a juego.

Combinado con un cinturón del mismo tono, guantes y un sombrero de ala ancha, el estilismo marcó el punto de inflexión en su evolución: un momento de sofisticación clásica que reflejaba una adaptación al nuevo entorno sin que el personaje dejara de ser ella misma. El vestido es hoy una pieza reconocible incluso para quienes no han visto la película.​

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Otro hito estético fue el vestido rojo con escote corazón que Vivian lleva a la ópera. Inicialmente, el director Garry Marshall había imaginado este vestido en negro, pero Vance insistió en que el rojo sería más impactante para la transformación del personaje. Después de varias pruebas de cámara, se decidió que el vestido sería rojo. El collar de diamantes que Edward (Richard Gere) le entrega -con una caja que se cierra de golpe en una escena improvisada- completó una de las imágenes más recordadas de la película.

Pero si hay una escena que representa la transformación externa del personaje es la del paseo por Rodeo Drive. Tras el rechazo inicial de las dependientas, Vivian vuelve convertida en una mujer elegante, decidida y segura. El vestido blanco con botones dorados y pamela negra que lleva en ese momento simboliza el giro del personaje, ya no por la ropa cara, sino por la forma en la que la habita. La moda aquí funciona como relato: no se trata de una simple mejora estética, sino de una declaración de poder.​

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Menos recordado pero igual de relevante es el vestido negro con encaje y pedrería que Vivian lleva en una cena formal. Este diseño ajustado, discreto pero rotundo, muestra una Vivian que ya no necesita disfrazarse: se mueve con naturalidad entre los códigos de un mundo que antes le era ajeno, pero sin diluir su esencia. Es un little black dress con mucha más intención de la que parece.​

Y, por supuesto, imposible olvidar el look con el que conocimos a Vivian: minifalda azul eléctrico, top blanco, chaqueta roja y botas por encima de la rodilla. Aunque parece sacado de alguna tienda de ropa barata de Hollywood Boulevard, en realidad fue una creación de la diseñadora de vestuario. Marilyn Vance se inspiró en un traje de baño que tenía ella misma en los años 60 y el resultado fue el vestido más icónico de la película.

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Las botas por encima de la rodilla y atadas con un imperdible sí que las compró, y las encontró en una tienda punk llamada Nana en Chelsea, Inglaterra. Un estilismo arriesgado, sexualizado y llamativo que desde entonces ha sido versionado una y otra vez en pasarelas, disfraces y editoriales. Fue la presentación del personaje, y a la vez, una forma de retarlo todo: el juicio, el prejuicio y la mirada del espectador.​

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Treinta y cinco años después, Pretty Woman sigue siendo un caso de estudio sobre cómo el vestuario puede acompañar una narrativa sin caer en el cliché. El trabajo de Marilyn Vance logró algo muy difícil: que cada prenda no solo vistiera al personaje, sino que hablase por él. No se trataba de hacerla parecer rica, sino de mostrar que podía ser fuerte, libre y auténtica… con tacones o sin ellos.​

El cine ha cambiado, las comedias románticas también, pero la silueta de Julia Roberts en ese vestido de lunares, caminando entre caballos y millonarios, sigue siendo una lección de estilo: que la moda, cuando está bien contada, no es un accesorio. Es el guion.

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