La estadounidense Laurie Anderson (Glen Ellyn, Illinois, 1947) es una de las personalidades más sorprendentes de la vanguardia mundial. Nunca pretendió convertirse en una estrella del pop. De hecho, su mundo –aunque estudió violín desde los 7 a los 16 años (y llegó a formar parte de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Chicago)– era el del arte performativo. En sus performances, sin embargo, sí incluía música. Y discurso. Mucho discurso. Porque lo que a Anderson le gusta, sobre todo, es contar historias y hacer reflexionar al espectador (y al oyente) sobre lo que cuenta. Y descubrió que el mejor modo de condensarlo todo: la expresión artística y el discurso teórico subyacente encontraba el acomodo perfecto en forma de espectáculos multimedia apoyados en proyecciones y música. En vez de cantar, Anderson narraba experiencias o reflexiones, con su voz distorsionada mediante elementos tecnológicos.
Así surgió O Superman (For Massenet), un single autoeditado en 1981, cuya letra era una meditación sobre el fallido rescate de los rehenes retenidos en la embajada estadounidense en Teherán en 1980 durante la revolución islamista del ayatolá Jomeini que derrocaría al Sha de Persia. Sorprendentemente, el single llegó a manos del entonces influyentísimo locutor de la BBC británica John Peel, que lo convirtió en un inesperado éxito en el Reino Unido. A raíz de aquello, la multinacional Warner Brothers se interesó por Anderson y le ofreció en 1982 grabar su primer álbum, Big Science, que la situó definitivamente como una artista fundamental de una vanguardia que podía tener una repercusión comercial pequeña, pero a escala planetaria, lo que la convirtió en un personaje relativamente popular internacionalmente.
Amelia Earhart, la pionera
La trayectoria de Anderson no es demasiado extensa, discográficamente hablando. Por eso, cada lanzamiento de un nuevo disco suyo es considerado como un acontecimiento. Y el último, Amelia, ha aparecido hace pocas semanas. Como casi todos sus trabajos, es una obra conceptual que, en esta ocasión gira en torno a la figura de Amelia Earhart, la legendaria pionera estadounidense de la aviación. Earhart fue la primera mujer aviadora en cruzar en solitario el Océano Atlántico sin escalas, hazaña que logró en 1932. Años después, en 1937, quiso ser también la primera mujer en dar la vuelta al mundo en avión. Despegó de Oakland, en California, el 20 de mayo de 1937 y atravesó América, África y Asia antes de ser vista por última vez el 2 de julio de 1937 en Lae, en la isla de Nueva Guinea, última parada en tierra antes de la isla Howland, a medio camino entre Australia y las islas Hawái, en una de sus últimas etapas del vuelo. Año y medio después de su desaparición, Earhart fue declarada oficialmente muerta, pero el interés público que su figura despierta siguen vivos casi noventa años después. Treinta años más tarde de ser dada por muerta, Earhart fue incluida en el Salón de la Fama de la Aviación Nacional estadounidense y en 1973 en el Salón de la Fama Nacional de la Mujer. Varios monumentos conmemorativos llevan su nombre en los Estados Unidos, incluido el aeropuerto de Atchinson, una ciudad fronteriza entre los estados de Kansas y Misuri. Un asteroide descubierto en 1987 y un cráter lunar descubierto en 2015 también han sido bautizados con su apellido. Por no hablar de Amelia, la película de Mira Nair estrenada en 2009, basada en la vida de Earhat, en la que Hilary Swank interpretaba a la aviadora, y lideraba un elenco de actores que también contaba con Richard Gere (en el papel de su marido) y Ewan McGregor.
Un proyecto que viene de lejos
Como casi toda la obra que Anderson ha creado desde los años ochenta, Amelia es un proyecto híbrido que se desarrolla como algo situado entre un ciclo de canciones, un oratorio y una radionovela de época. Anderson despliega una orquesta de cuerda, elementos electrónicos y una sección rítmica con tintes de jazz junto con su habitual galería de voces habladas y cantadas. Algunas partes de Amelia son apuntes objetivos, con anotaciones de fechas y lugares apuntados en los diarios de Earhart. Pero también hay tramos de abultado contrapunto orquestal que resultan envolventes, evocando la inmensidad y el peligro que encierran los cielos y los océanos.
La fascinación que Earhart ejerció sobre Anderson viene de lejos. De hecho, Amelia, el álbum, lo ha descrito Anderson como «una prima lejana» de la música que compuso para un ciclo de conciertos que realizó la American Composers Orchestra en febrero de 2000 en el Carnegie Hall neoyorquino, celebrando el cambio de milenio. El director de orquesta Dennis Russell Davies fue quien le sugirió que escribiera música inspirada en las gestas de Earhart, para un programa inspirado en el vuelo para el que también iba a contar con compositores como Philip Glass y Samuel Barber, entre otros. Anderson profundizó en la historia de la heroína de la aviación y rápidamente llegó a admirar su espíritu feminista, su pragmatismo y sus conocimientos técnico. En declaraciones a The New York Times, Anderson explica que «cuando ella hablaba con mujeres les decía “cuando yo estoy en mi cabina del avión, con todo ese equipo tecnológico a mi
disposición, me siento igual de cómoda que ustedes están en sus cocinas. A ella nunca se la valoró como buena mecánica –añadía Anderson–. Ella no era, en absoluto, una persona de guantes blancos. No se limitaba a subir al avión y decir: “Soy una mujer piloto”».
Aquella versión original de Anderson de Amelia, titulada Songs for A.E. se compuso para orquesta completa, empleando, eso sí, mucha electrónica. Anderson dice que era completamente diferente al disco actual, que se centra en ese fatídico último vuelo. «En general, Songs for A.E. trataba de vaguedades sobre volar, el aire y la aviación». En aquella época Anderson no estaba acostumbrada a escribir para una orquesta completa y recuerda que esa versión inicial estaba muy desordenada y que los ensayos fueron un auténtico calvario. Unos años más tarde, cuando Russel Davies era director titular de la Stuttgarter Kammerorchester [la Orquesta de Cámara de Stuttgart], instó a Anderson a revisar la música. «Me dijo que en el trabajo original había algunas melodías realmente hermosas y me sugirió hacer una versión para orquesta de cámara». Posiblemente se refiera a las seductoras melodías de lo que ahora son India And On Down To Australia o Road To Mandalay.
La voz de Amelia y la presencia de Anohni
Davies creó un nuevo arreglo, reduciendo la sobrecargada partitura de orquesta completa de Anderson para un conjunto de 19 instrumentos de cuerda. Entonces fue cuando Anderson pudo escuchar realmente lo que había hecho… Anderson reformó completamente la pieza y se centró en el itinerario final de Earhart, basándose en los propios diarios de la piloto. En cada escala que hacía en este último vuelo, enviaba telegramas a George P. Putnam, su marido y agente de prensa, así que todo su viaje quedó muy, muy documentado. Anderson desarrolló múltiples estrategias vocales: hay una voz descriptiva; una voz en la radio y la voz nasal y aguda de alguien que habla a través de un micrófono de los años treinta. También está la propia voz de Amelia Earhart, rescatada de una alocución suya, en un breve tema titulado This Modern World, en el que escuchamos un parlamento de la aviadora diciendo: «Este mundo moderno de ciencia e invención es de particular interés para las mujeres. Porque las vidas de las mujeres se han visto más afectadas por sus nuevos horizontes que las de cualquier otro grupo. Es en el hogar donde se desarrollan las aplicaciones de los logros científicos, que quizá hayan tenido un mayor alcance. Y es a través de las condiciones cambiantes en el hogar que las mujeres se han convertido en las mayores beneficiarias del sistema moderno».
Durante la pandemia, Davies y Anderson volvieron a revisar el material una vez más. Davies grabó sus arreglos de cuerda con la Filharmonie Brno, de la República Checa. Luego, en el estudio, Anderson llevó la música más allá, con músicos como el bajista Tony Scherr, el percusionista Kenny Wollesen y el guitarrista Marc Ribot, que aportaron su visión por encima de los arreglos de la orquesta de cámara. Y también está la voz de Anohni, la cantante británica transgénero, amiga inicialmente del difunto marido de Anderson, Lou Reed, que participa en seis de las piezas de que consta Amelia, y desde hace años amiga también de Laurie.
Una de las piezas recurrentes del álbum, al principio, a la mitad y al final, es el zumbido del motor del avión de Earhart. Es un ruido espeso, intrusivo, inevitable, y va desgastando a Earhart a medida que va avanzando la misión. «Sólo trataba de imaginar cómo sería –explicaba Anderson al periódico neoyorquino–. En esa cabina debía hacer mucho calor y mucho ruido, durante días y días y días y días y días y días». En el disco, el sonido del motor no es una grabación del motor de un avión real. Anderson lo construyó a partir de un dron de guitarra creado por la guitarra de Lou Reed para una de sus obras más famosas (por inaccesible y radicalmente vanguardista), Metal Machine Music, mezclado con su propia interpretación a la viola, procesada electrónicamente, además de una grabación de neumáticos pasando sobre grava. Es la interpretación de un artista, no un documento sonoro.
Ese juego entre realidad e imitación, pieza arqueológica y experiencia, hechos y sonidos, es el núcleo de Amelia. Anderson relata acontecimientos, pero también cuenta una historia y trata de transmitir cómo pudo percibir Amelia aquel momento histórico, antes de convertirse en un momento desastroso. En la antepenúltima y penúltima pistas del álbum, Howland Island y Radio, Earhart está tratando de llegar a una parada de repostaje vital; se suponía que un barco de la Guardia Costera estadounidense la guiaría. Pero está usando una frecuencia de radio equivocada y su señal queda ahogada por el resto de frecuencias: era una época en la que el uso de la radio no estaba regulado. Anderson incluye código morse que Earhart en realidad no usó; dice: «No puedo oírte. No puedo verte». Earhart no transmitió código morse; no fue lo que pasó. Pero suena verosímil, como si hubiera sucedido así.