Las ausencias, a veces, dicen tanto como las presencias. Y la del rey Carlos III en el funeral del Papa Francisco no pasará desapercibida. No estará en la Basílica de San Pedro cuando los jefes de Estado del mundo se reúnan para despedir al Pontífice, pese a que hace apenas unas semanas se sentó con él cara a cara en el Vaticano.
En ese momento, las imágenes reflejaban cordialidad, respeto mutuo y cierta solemnidad entre dos figuras que sabían que aquel encuentro quizá era el último. En el caso del Papa, porque la salud se le escapaba a cada paso. En el del rey, porque el tiempo -y el cuerpo- le obligan a ir tachando viajes de la agenda.

Carlos III, en pleno tratamiento por un cáncer cuyo diagnóstico aún mantiene bajo discreción, ha optado por no acudir a Roma. No es solo una cuestión médica. También hay protocolo. En 2005, cuando falleció Juan Pablo II, fue su madre, Isabel II, quien se mantuvo en Londres y delegó en el entonces príncipe de Gales.
La monarquía británica tiene esa capacidad para convertir las ausencias en costumbre, y las decisiones personales en gestos institucionales. No ir no es desentenderse. Es seguir la línea de una dinastía que se cuida de no romper con lo que siempre se ha hecho, especialmente en terrenos tan sensibles como el religioso.

Pero si el rey no va, alguien debe ir. Y ese alguien será su hijo. El príncipe Guillermo viajará a Roma como cabeza visible de la delegación británica. Es su primer gran acto internacional como heredero en funciones, un test que viene sin examen, pero con mucho público mirando. Representará al Reino Unido, pero también ejercerá, como ya hizo su padre hace dos décadas, de heredero que empieza a ser más que eso. El símbolo de una continuidad silenciosa, de un traspaso sin anuncio, pero evidente.
Carlos III ha querido hacer saber su pesar mediante un comunicado, en el que destaca la figura de Francisco como un “hombre de fe, de compasión y de diálogo”. Es la manera que tiene la realeza británica de estar sin estar, de mostrar respeto sin que el protocolo se resienta. La relación entre ambos líderes, aunque breve, fue significativa. El rey valoraba especialmente el papel del Papa en cuestiones como el medioambiente y la defensa de los más vulnerables; intereses comunes que reforzaron el tono cálido de su encuentro reciente.