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La erótica del otoño: claves para colocar el deseo en su punto máximo

La estación a punto de empezar tiene una inmerecida mala reputación sexual, pero realmente nos favorece con una descarga hormonal y frutos con gran poder afrodisíaco

Richard Gere y Winona Ryder en 'Otoño en Nueva York' (Joan Chong Chen, 2000)

Por fin dejamos atrás la temporada de piña y la devolvemos, aunque sea magreada, al poemario de Gloria Fuertes, de donde nunca debió haber salido. Una vez que tenemos a cada tipo con su tipa, cada pito con su flauta, cada foco con su foca y cada piñón con su piña, recuperamos la erótica del otoño, una estación con inmerecida mala reputación por ser la que nos llena de melancolía.

El otoño es sexy y para convencernos no hay más que observar la naturaleza. El ciervo ibérico atrae a las hembras con su ensordecedor bramido y se disputa un harén en encarnizadas refriegas con el resto de los machos. Más sutil que la berrea del ciervo, pero igual de pendenciera, es la ronca, la llamada con la que los gamos tratan de cortejar a las damas. A los humanos, en general más discretos, el otoño nos devuelve al calorcito del hogar, a las cafeterías y a esos mágicos atardeceres, favoreciéndonos con una importante subida de testosterona, tanto a hombres como a mujeres. Y el deseo sexual se coloca en su punto máximo. Así lo advierte un estudio liderado por el endocrinólogo Johan Svartberg en el Hospital Universitario del Norte de Noruega.

Se han hecho otras investigaciones curiosas. Por ejemplo, la del pastel de calabaza y su influencia en el sexo de los hombres. Ni siquiera necesitan probarlo para sentirse excitados sexualmente, tal y como ha comprobado el neurólogo de Chicago Alan Hirsch, autor de varios estudios desde su Fundación para la Investigación del Olfato y el Gusto. Con una sencilla mezcla de olores de pastel de calabaza y rosquillas, el flujo sanguíneo del pene y la concentración de espermatozoides aumentan un 20%. Y si en lugar de rosquillas ponemos lavanda, el crecimiento llega hasta el 40%. Tan singular respuesta podría tener su origen, según este científico, en un vestigio primitivo de la evolución del macho.

Es evidente que el otoño enciende la pasión y la llena de sabores, aromas y texturas. Solo necesitamos dar un paseo por el campo o el mercado y, cesto en mano, decantarnos por la calabaza o por otros productos con probadas cualidades afrodisíacas. Tenemos frutas como la mora y la granada, que purifican la sangre y refuerzan el sistema inmunitario, pero también aumentan esos niveles de testosterona que ayudarán a levantar el ánimo y el deseo sexual en esta época de transición al invierno.

Ahora tiene lugar también la recogida de almendras, que activan la circulación de la sangre en los órganos genitales y liberan hormonas implicadas en el deseo, como dopamina y endorfinas. Y si lo que necesitamos es un fruto con superpoderes, ese es el pistacho. Gracias a su contenido en zinc, enriquece la salud sexual y la función orgásmica, fortalece la fertilidad y mantiene los niveles de testosterona en orden, además de ser poderoso antioxidante y un alimento de alta calidad nutricional. O la mandarina, una verdadera bomba libidinosa gracias a su concentración de vitamina C, que regula la actividad hormonal y la secreción de oxitocina y mejora la función vascular. También a sus semillas, con abundancia de zinc, se les atribuye excelente aptitud lúbrica.

Y no nos olvidemos ni del membrillo, para muchos el fruto prohibido del jardín del edén, ni de los higos, a punto ya de llegar al final de su época. Esta fruta blanda y carnosa resulta muy tentadora porque impulsa la secreción de feromonas, unas sustancias que podrían desencadenar respuestas fisiológicas y emocionales muy voluptuosas. Igual ocurre con la zanahoria, si bien la cuestión de las feromonas muchos científicos prefieren ponerla en solfa.

Al otoño hay que buscarle también el punto romanticón, no solo sexual. ¿Qué tal una película de amor? Un grupo de investigadores de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong detectó que la bajada de las temperaturas nos impulsa a ver escenas románticas como las inolvidables tomas de Orgullo y prejuicio. Sentir frío activa nuestro anhelo de calor en todas sus formas. Esto sucede porque hay un cruce neuronal entre las sensaciones corporales y las psicológicas, explican. No es casual que se estrene ahora Emmanuelle, la película que revive el espíritu de la historia erótica más recordada del cine.

Basta con ponerle ganas para que la erótica otoñal gane la partida a esos otros sentimientos que nos acompañan después del verano, como tristeza, falta de concentración, insomnio y cansancio, provocados sobre todo por la disminución de las horas de luz, el descenso de la temperatura y algunos cambios bioquímicos en nuestro organismo. Pero justamente ahora que nos libramos del calor sofocante y el sudor, los cuerpos se prestan a disfrutar bajo las sábanas. ¿Vamos a desperdiciar tanto deleite?

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