Carlos III ha comprado una casa. No un castillo, ni una finca con establos para caballos de carreras, ni un palacio decimonónico con lámparas de araña del tamaño de una bañera. No, una casa de campo de tres millones de libras. Una casa normal, en términos de la aristocracia británica, es decir, con el doble de metros cuadrados que cualquier colegio de provincias y suficiente terreno como para perder un Rolls-Royce sin que lo encuentren en semanas.
La propiedad en cuestión es The Old Mill, una casa con historia en Wiltshire, justo al lado de Ray Mill House, la residencia privada de la reina Camila. Pero Ray Mill no es solo una casa: es el refugio de la reina, el único sitio donde puede respirar sin la presión de la realeza sobre los hombros. Allí, cuando nadie la mira, se sienta con los pies en alto a ver la tele, pasea a sus perros y cuida de su jardín sin que un ujier le diga qué flor es protocolaria y cuál no. Es su búnker emocional.
El problema surgió cuando el dueño de la casa vecina, The Old Mill, decidió venderla. Y la posibilidad de que algún entusiasta del turismo rural comprara la propiedad y la convirtiera en un AirBnB de lujo, con despedidas de soltero y brunches de aguacate cada fin de semana, empezó a generarle a Camila lo que fuentes cercanas han descrito como “gran ansiedad”. Porque, claro, a ver cómo desconectas de Buckingham si al otro lado de la valla hay una boda cada sábado con un DJ a todo volumen.
Y ahí entra en escena Carlos III, que ha aprendido que el amor a veces implica firmar un cheque con muchos ceros. Por eso, ha comprado The Old Mill sin regateos, sin negociar y sin hacer preguntas. Ni siquiera una tan razonable como: “¿Por qué no vendemos Highgrove y nos instalamos en Wiltshire?”. No, aquí lo importante no era mudarse sino blindar el paraíso de Camila.
Ray Mill House es especial. Camila la compró en 1995, después de su divorcio de Andrew Parker Bowles y cuando aún era la mujer más odiada del Reino Unido. Mientras la prensa la trituraba sin piedad, esa casa se convirtió en su refugio. Cuando Isabel II falleció y Camila tuvo que asumir su papel de reina consorte, volvió allí a descansar, a ser simplemente Camila. No la reina, no la esposa de Carlos, sino la mujer que necesita ver una telenovela mala sin preocuparse por el Reino.
Así que Carlos ha comprado la casa vecina. Y aunque parezca una simple operación inmobiliaria, en realidad es una declaración de amor. Porque, a fin de cuentas, hay muchas formas de proteger a la persona que quieres. Unos escriben poemas. Otros compran casas. Y si eres rey, haces ambas cosas, pero lo segundo suele ser más eficaz.