Hay domingos que no necesitan mucho más. No hace falta que suenen las trompetas ni que Londres se despierte con los carruajes tintineando por The Mall. A veces basta con una fotografía mal revelada, con ese grano nostálgico que convierte a una reina en madre y a un príncipe en hijo. Así ha sido este Día de la Madre en el Reino Unido, cuando la Casa Real ha decidido sacar del cajón dos postales de otro tiempo.
En la primera, fechada en 1956, aparece Isabel II en uno de esos momentos que no suelen entrar en los documentales de coronación. Está sentada en una silla, muy elegante, con sombrero de ala corta y guantes blancos, leyendo un libro con el pequeño Carlos, que escucha atento a su madre. A su izquierda, la princesa Ana observa la escena con la calma de quien ya intuye que la vida le va a pedir paciencia.
La segunda fotografía es más reciente, pero no menos elocuente. Rosalind Cubitt, la madre de la reina Camila, sostiene en brazos al pequeño Tom Parker Bowles. Hay en esa instantánea una belleza doméstica que anula cualquier condecoración. Ni tiaras ni ventanas de palacio. Solo una madre y su nieto.
La publicación, que ha salido de las cuentas oficiales de la monarquía, es un gesto medido al milímetro por el equipo de comunicación real, que ha comprendido -con la tardanza propia de Buckingham- que el corazón del pueblo late más fuerte cuando se le habla de madres que de monarcas.

La difunta madre de la reina Camilla, Rosalind Cubitt, con su nieto mayor, Tom Parker Bowles. Fotografía: Casa Real Británica
Pero lo que no está en la foto también cuenta. Y en este caso, brilla por su ausencia la imagen de la princesa de Gales. Kate Middleton no ha participado con el tradicional retrato familiar. No hay instantánea con sus tres hijos, ni picnic en Windsor, ni paseo por los jardines de Norfolk. En su lugar, ha compartido un breve vídeo: un canto a la naturaleza y a lo que cura. Un mensaje que, leído entre líneas, no es tanto una felicitación como una respuesta.
La Casa Real británica ha aprendido, a fuerza de golpes y errores, que el pueblo ya no quiere ver reyes, sino personas. Que el afecto no se impone, se construye. Y que no hay nada más poderoso que una imagen que parezca robada cuando en realidad está perfectamente elegida. En el Día de la Madre, han bajado un escalón del trono para subir uno en la estima popular. Han abierto un álbum y han dicho: “También fuimos niños. También tuvimos madres”. Y en ese gesto, casi imperceptible, han acertado.