Una de esas leyes que llaman sabias dice que el destino siempre reclama su parte y no se retira hasta llevarse lo que le corresponde. Pues bien, de los Windsor ha sacado ya una buena tajada, especialmente este 2024, que empezó con la “cirugía abdominal programada” de Kate Middleton y la intervención quirúrgica de Carlos III por “un agrandamiento de próstata”.
Esto último lo anunció el Palacio de Buckingham en enero, asegurando que “la condición de Su Majestad es benigna”. Sobre la princesa de Gales, el comunicado llegó del Palacio de Kensington, con una declaración oficial que informaba que la cirugía había sido un éxito y que no estaba relacionada con un problema canceroso. Añadía que Palacio solo proporcionaría “actualizaciones sobre el progreso de su alteza real” cuando hubiese un dato importante.
A partir de ese día, apagón informativo que solo se rompía para decir “Kate está bien”. El mantra se repetía una y otra vez, como si la fuerza de la insistencia lograse alejar lo negativo. Y lo negativo era cáncer. El del rey se supo a las pocas semanas; el de la princesa se ocultó durante tres meses, alimentando bulos, caos informativo y una crisis reputacional casi sin precedentes. Todavía hoy, La Firma sigue sin especificar qué tipo de tumores son.
La monarquía británica, que acababa de inaugurar la era carolina, tras 70 años de reinado de Isabel II, tembló y la sacudida delató sus fragilidades. Una de ellas, provocada por la decisión de Carlos III de reducir la Familia Real a su mínima expresión al acceder al trono, fue la falta de personal. Hubo algún momento en el que al cáncer del rey y a la enigmática ausencia de Kate se le sumó la baja por agotamiento de la reina Camilla. Tampoco el príncipe William, multiplicado en sus tareas como heredero, padre y esposo de su mujer convaleciente, era capaz de asumir una agenda tan intensa.
La situación acentuó, además, las grietas abiertas por el príncipe Harry y su esposa, Meghan Markle, enfrentados a la familia, y la caída en desgracia del príncipe Andrés tras su implicación en el caso Epstein. Se llegó a hablar de crisis constitucional y vacío de poder. El pueblo británico se estremeció, pero finalmente Carlos III no dejó de asumir sus deberes como jefe de Estado. Por otra parte, la princesa Ana, la royal más dispuesta, se ocupó de cubrir eficientemente cualquier laguna.
El problema mayor vino por la mala gestión, en términos de comunicación, de la salud de la princesa de Gales. En eso coinciden hasta los periodistas más afines a la Casa Real. En su afán por respetar su privacidad, Buckingham Palace levantó un muro de silencio infranqueable y no tuvo en cuenta que Kate Middleton, además de ser el miembro mejor valorado de la Familia Real, era y es el motor mediático de la Corona. “Perfec Kate”, repiten los británicos cada vez que la ven. Es elegante, distinguida, estilosa, actual, cercana… Los cronistas de la corte aseguran que su comportamiento es el de una reina.
Tanto mutismo derivó en una pérdida de confianza demasiado arriesgada si se hubiese prolongado en el tiempo. Hubo bulos, algunos tan disparatados como el de un acuerdo por el que Kate había entregado a su suegro algún órgano a cambio de su reinado. Se habló de amantes, de dobles de la princesa e incluso de su muerte. La aparición de una extravagante foto junto a sus hijos, retocada por ella misma, empeoró las cosas.
Sus disculpas en X, unas horas después y en solitario, acrecentó el descrédito de la Corona: “Como muchos fotógrafos aficionados, experimento ocasionalmente con la edición [digital de imágenes]. Quiero expresar mis disculpas por cualquier confusión que causó la foto de familia que compartimos ayer. Espero que todo el mundo haya tenido un feliz Día de la Madre. C”. Fue tanto como echarla a los pies de los caballos. Algún cronista sugirió que Kate Middleton había cumplido ya el deber real de aportar un heredero a la Corona y poco importaba ya cómo actuase. Kensington pasó a ser “fuente ya no fiable”, un modo delicado de advertir su pérdida de credibilidad.
El 22 de marzo, Kate Middleton rompió su silencio y, de paso, cualquier otro rumor con un vídeo en el que confirmaba que padecía cáncer y estaba recibiendo quimioterapia preventiva. Vestida con una sencilla camiseta de rayas y con el rostro cansado, explicó que el diagnóstico había supuesto un enorme shock y pidió comprensión para poder superarlo de forma privada y en familia. Su mensaje conmocionó a la opinión pública y por fin se entendió que no se dejase ver en pleno proceso de quimioterapia.
En junio publicó un mensaje personal expresando su gratitud por los miles de mensajes de apoyo recibidos desde todo el mundo. “Estoy avanzando bien, pero como cualquiera que esté pasando por quimioterapia sabe, hay días buenos y días malos”, escribió. Solo unos días después, el 15 de junio, la princesa de Gales reaparecía radiante en un carruaje durante el desfile militar anual Trooping the Colour, celebrado en el centro de Londres para conmemorar el cumpleaños oficial del monarca. Lucía un vestido blanco de Jenny Packham y un sombrero de ala ancha de Philip Treacy. Más tarde, salió al balcón del Palacio de Buckingham. En medio de una situación indudablemente anómala, sonreía aplicando aquello que la reina Isabel repetía para sí misma: “Debo ser vista para ser creída”.
El 9 de septiembre comunicó el fin de su tratamiento en otro vídeo, esta vez mucho más entrañable, junto a su marido y sus tres hijos, George, Charlotte y Louis. En algunas de las imágenes aparecían también sus padres, Michael y Carole Middleton, el refuerzo decisivo durante todo este proceso. Grabado por Will Warr en un escenario lleno de recuerdos felices, agradecía el apoyo incondicional de sus seres queridos y expresaba la inmensa felicidad de “las cosas simples pero importantes de la vida, que muchos de nosotros a menudo damos por sentado. De simplemente amar y ser amado”.
Desde entonces, Kate ha ido recuperando su agenda y al heredero se le ve más sonriente que nunca. En sus miradas y gestos se muestran cariñosos y protectores, emitiendo un mensaje de cercanía que delata que, a pesar de este mal año -“brutal”, ha dicho el heredero-, la Corona resiste imperturbable. El matrimonio ha marcado su propio camino al trono y quizás tenía razón Marguerite Yourcenar cuando escribió que “no puede construirse una felicidad sino sobre unos cimientos de desesperación”.