Si se nos permite un poco de humor negro que alivie el histriónico duelo que vivimos por Julián Muñoz, a Isabel Pantoja (Sevilla, 1956) aún le falta un muerto para completar el retablo que armaron José María Forqué y Pedro Lazaga en 1966 en la película Las viudas. Un marido apasionado, otro avaro y un tercero algo ligerito de cascos. Todos murieron. La casualidad ha querido que la muerte de su ex coincida, con un par de días de diferencia y 40 años de distancia, con la de su marido Francisco Rivera “Paquirri”.
El destino, siempre tirano, nos empequeñece al robarnos la oportunidad de elegir nuestro proceder. A todos menos a Isabel, que se hace grande. En esta ocasión no ha tenido de cuerpo presente al hombre con el que compartió seis años de su vida, ni falta que hace teniendo en cuenta que el ex alcalde de Marbella ya tuvo quien le llorase.
Desde Mayte Zaldívar a Karina Pau y Pepi Valladares. Todas viudas, cada a su manera. Aun formando parte de esta singular cofradía, la tonadillera ha preferido mirar cuatro pasos atrás.
Las memorias post mortem de Julián
Si hay llanto, será más por las memorias post mortem de Julián. Ya anunció en vida que de aquel fuego quedaron brasas y hoy son sofocantes de verdad. Al sentirse repudiado, dibujó a “Mi gitana” como el arquetipo de femme fatale que le arrastró hasta la escollera. Un guion machista para él y misógino para su mujer Mayte Zaldívar, que lo compró. No podemos negar que hubo atracción fatal, como tampoco podemos obviar que Isabel sucumbió a la erótica del poder, a ese embrujo de pasear su amor como primera dama marbellí. Ninguno sospechó que iban todos de camino al cadalso. Los amantes y la esposa despechada acabaron en prisión.
El 21 de noviembre de 2014, la cantante ingresó en la cárcel de Alcalá de Guadaira, acusada de varios delitos contra la hacienda pública y blanqueo de capitales. Un año y medio después se le concedió la libertad la libertad. Fue la etapa más negra para quien había recibido honores, musicalmente hablando, de Grande de España gracias algunas joyas que forman parte de nuestro tejido biográfico, aunque no sean del agrado de todos. Nos referimos al cancionero de Marinero de luces, compuesto por José Luis Perales. Con él la tonadillera rompió su silencio tras el fatídico accidente mortal de Paquirri en Pozoblanco, hoy hace 40 años. Es un disco de culto a la altura de La Flaca, de Jarabe de Palo, o Bandido, el séptimo de Miguel Bosé y el más rompedor.
Antes de enviudar, Isabel cumplía en aquellos años ochenta de musas del destape el trasnochado rol de novia virginal y esposa recatada, con la honra siempre bajo el manto protector de Doña Ana, su madre. Torero y tonadillera se habían conocido en una corrida de toros. Paquirri era un apolíneo algo rudo que se manejaba con la misma habilidad con los toros que con las damas. Además de sus idilios con las famosas, que todavía hoy siguen sumando nombres, tuvo como primera esposa a “la más guapa de España”, la divina Carmina Ordóñez. Y eso imprimía carácter.
Las malas lenguas, o las más enteradas, siempre mantuvieron que Paquirri nunca olvidó a la madre de sus dos hijos mayores, Francisco y Cayetano. Tampoco se creyeron la imagen inmaculada de Isabel, pura pantomima para ganarse el corazón de Paquirri y, de paso, el de España. “Yo voy a ir al matrimonio tal y como mi madre me trajo al mundo”, declaró desde las páginas de Interviú. Paquirri asentía: “Me lo pidió ella y lo he respetado, ¡cómo voy a manchar algo que me parece tan bonito!”. El día de la boda, el 30 de abril de 1984, la novia llegó a la Basílica del Gran Poder vestida de raso blanco y cola de siete metros en un carruaje tirado por yeguas blancas y vírgenes.
Y si este era el libreto, Doña Ana se ocupó de que la hija lo siguiese al pie de la letra. Ella pudo ser una gran bailaora que enviudó también muy joven con cuatro hijos a los que tenía que sacar adelante y no dudó en cumplir a la perfección su cometido como madre de la artista hasta el fin de su vida.
Nueve meses y diez días después del enlace nació Francisco José Rivera Pantoja, Kiko Rivera, el único hijo en común. La historia de amor entre el torero y la tonadillera adquirió tintes lorquianos a raíz de la trágica muerte de Paquirri en la plaza de Pozoblanco. Isabel se convirtió en la viuda de España y explotó su dolor aprovechando su extraordinaria voz y su desgarradora imagen de mujer doliente.
El siguiente capítulo de su biografía lo marcó la adopción de Isa, una niña peruana que le colmó de alegría. “Ahora lo tengo todo para ser feliz”, exclamó. Sin embargo, la cantante ha sido una eterna insatisfecha. Por su vida han pasado mujeres, como Encarna Sánchez o María del Monte, y hombres, como Diego Gómez, pero siempre ha conseguido que sus relaciones de amistad o de amor se cuenten envueltas en enredos e intrigas. Por unos motivos u otros, tampoco la relación con sus hijos, hoy por hoy dañada, ha resultado como a ella le habría gustado. Cada uno se afana en buscar un culpable sin que ninguno sea capaz de llegar a un entendimiento.
En la actualidad, la cantante pasa parte del tiempo recluida en sí misma, acuciada por las deudas, según dicen, y dándole vueltas a ese rompecabezas vital con piezas que no consigue encajar. Pero en su ADN está resurgir como el ave Fénix y cuando sube al escenario recupera su majestuosidad. Necesita las cenizas para renacer y anunciar el principio de un nuevo comienzo.