ESTILO 14

Infidelidad femenina: por qué lo llaman empoderamiento cuando quieren decir sexo

Llevamos décadas poniendo en el punto de mira la toxicidad masculina caracterizada por la promiscuidad y el sexo sin emoción. ¿Esos rasgos los queremos ahora para la mujer? El éxito de las aplicaciones ha propiciado un debate que empieza a ser emocionante

'Las amistades peligrosas' (Stephen Frears, 1988)

La infidelidad masculina se da por sentada en un elevadísimo porcentaje de hombres. La monogamia no es un rasgo del ser humano y punto, dicen sus defensores acérrimos. Por estrategia social y emocional, la inclinación humana es formar pareja estable y sustituirla por otra, pasado un tiempo, y así sucesivamente, sin que esto excluya las canitas al aire que uno considere. Ahora bien, si hablamos de infidelidad femenina, nos vemos en la obligación de llenar con excusas o razones esa misma tendencia a experimentar, curiosear y probar cosas nuevas. En ese retorcimiento aparece enseguida la trampa del empoderamiento, una palabra que ha colonizado hasta nuestra sexualidad. Después de siglos oculta, la infidelidad salió del armario y resultó que el 38% de las mujeres ha sido infiel a su pareja, pero no siempre con alegría, sino bajo el desafío de epatar y empatar al hombre para sentirnos más iguales, más empoderadas.

Una encuesta encargada por la plataforma Gleeden, que promueve encuentros extraconyugales femeninos, entrevistó a 5.000 mujeres y encontró, entre otras curiosidades, que a ellas también les mueve una necesidad sexual cuando sienten una atracción física. Sin embargo, destapó otra gran realidad: un elevado número de mujeres busca alimentar su ego. ¿Qué tipo de empoderamiento es este que se basa en el engaño? Un ajuste en la satisfacción sexual, un cierre en esa brecha orgásmica que aún existe en las relaciones o romper por fin con el estigma de la infidelidad… eso sí implica un paso más en el feminismo. Traicionar a la pareja para sentirse poderosa es otra cosa.

Si no admitimos las infidelidades del hombre como un motivo de pavoneo, tampoco deberían ser las de la mujer un síntoma de empoderamiento. Sobre todo, porque, como indica otro de los datos que saca a relucir Gleeden en sus entrevistas, el adulterio deja a la mujer con un profundo sentimiento de culpa. Alrededor del 40% de las infieles arrastra este complejo.

‘Anna Karenina’ (Joe Wright, 2013)

Es también significativo que cerca del 40% de los usuarios registrados en este tipo de plataformas de citas extraconyugales sean mujeres mayores de 50 años que se excusan alegando que necesitan aumentar su autoestima, sentir conexión personal y emocional, redescubrir su atractivo sexual y volver a sentirse deseadas. Faltan estudios que confirmen que, efectivamente, la llegada de un amante es suficiente para superar estas carencias y desafiar los estereotipos que traslucen. Más del 80%, según un informe de la firma cosmética Olay, siente presión por mantenerse joven y esto no hay desliz que lo supere. Antes habría que explorar esa relación de la mujer con la edad, la confianza en sí misma y los prejuicios.

Las encuestas que ofrece Ashley Madison, otra plataforma centrada en encuentros infieles, siguen esa misma línea. La mujer busca sentirse deseada, recuperar su confianza y percibir que su cuerpo sigue vivo. A menudo lo consigue si necesidad de contacto físico. Son las cosas del mundo digital, que permite distinguir entre infidelidad emocional, digital y física. Es decir, de pensamiento, palabra o acción. Las plataformas y aplicaciones están facilitando este tipo de aventuras en las que el mayor riesgo es la hipervigilancia de la pareja, en caso de despertar alguna sospecha, a través de dispositivos de geolocalización, espionaje del móvil, robo de contraseñas o seguimiento de sus likes y comentarios en las redes sociales. Son los sinsabores del mundo digital.

Y puesto que el adulterio femenino existe, el juicio, favorable o no, debería ser igual para todos. Sin embargo, hombres y mujeres perciben que se condena más severamente la infidelidad femenina. Incluso cuando el que traiciona es él, ellas se llevan la peor parte, tanto si castiga como si decide indultar al marido infiel. Recordemos el caso de Mónica Lewinsky en 1998. Hillary Clinton resultó la mayor vilipendiada por los líos de su marido, entonces presidente de Estados Unidos. La literatura y la cultura cinematográfica tampoco nos favorecen. ¿Cómo acaban las adúlteras de culto Madame Bovary o Anna Karenina? ¿Cuánto sufre Madame de Tourvel en Las amistades peligrosas, presa en su pasión de sus códigos morales?

‘Infiel’ (Adrian Lyne, 2002)

Laia Cadens, psicóloga clínica que ha colaborado en algunos de los estudios de Gleeden, valora positivamente que, desde la experiencia y el autoconocimiento, la mujer “encuentre caminos que potencien el placer y el orgasmo”. Pero tratar de empatar el marcador, suplir un vacío emocional o buscar venganza en la infidelidad no es empoderamiento, sino quebrar la confianza de esa persona con la que compartimos nuestra vida. La bloguera suiza Michele Binswanger, experta en relaciones de pareja y autora de Hacer trampa: un manual para mujeres, lo tiene claro: “expresar y defender tus necesidades y deseos sexuales es claramente un avance, hacerlo engañando y de forma clandestina no es defender nada”.

En su opinión, la mujer debería tomar el control de su sexualidad, imponiéndose los estándares tan altos en sus encuentros como ella decida, pero recuerda que la comunicación con la pareja e incluso con una misma es clave para identificar las necesidades sexuales y el modo de satisfacerlas en sintonía con ese deseo, no con un mandato ajeno de empoderamiento. Llevamos décadas poniendo en el punto de mira la toxicidad masculina caracterizada por la promiscuidad y el sexo sin emoción. ¿Esos rasgos que tanto han lastimado a las parejas durante años son los que ahora deberían sellar el empoderamiento femenino? El éxito de las aplicaciones de citas infieles ha propiciado un debate que empieza a ser emocionante.

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