La imagen es poderosa y difícil de digerir: una madre con guantes de látex y mascarilla quirúrgica recibe a su hija recién nacida tras diez días de espera. No la toca piel con piel, no la huele, no la reconoce a través de los sentidos que normalmente estallan en un paritorio. “Mi marido fue al hospital a por ella y me la trajo a casa. La cogí con guantes y mascarilla”, confiesa, cinco años más tarde, Inés Martín Alcalde.
La diseñadora de moda estaba en la semana 42 cuando la pandemia le arrancó de cuajo todas las expectativas sobre su parto. “Era mi segunda hija. Ya había vivido una primera experiencia y pensaba en frivolidades, en la bata que me iba a hacer para el hospital. Y, de repente, nos encerraron en marzo”. “Fue fuerte, fue raro, fue otra cosa”, asegura.
El parto se convirtió en una batalla entre protocolos y convicciones. “Me querían hacer cesárea sí o sí por ser posible contagiada, pero mi ginecólogo, Jacky, lo luchó. No quiso entrar ninguna enfermera a la habitación. Solo él y su mujer, Abby, que es la matrona. Los adoro, porque gracias a ellos pude tener un parto natural y, en el futuro, más hijos”. Fue un acto de resistencia. Una guerra silenciosa entre la medicina protocolaria y la humanidad del parto. “Hasta el director del hospital intervino. No veían factible que yo pariera de manera natural, pero Jacky insistió. Sabía que era lo mejor para mí, para mi cuerpo, para mi futuro. Gracias a él y a Abby, lo conseguí”.
Inés Martín Alcalde: “Mi marido fue al hospital a por mi hija y me la trajo a casa”
Inés recuerda el momento exacto en que se llevaban a su hija: “Estábamos los cuatro en la habitación y, nada más dar a luz, se la llevaron. A las 09:00 de la mañana me estaba yendo a casa sin ella”. La pequeña se quedó en neonatos y la madre en un limbo de soledad, angustia y fotos enviadas por el personal del hospital. “Todavía lo pienso y me emociono”, dice, sin hacer esfuerzo por contener la voz quebrada.
Inés Martín Alcalde: “Soy fuerte, pero en ese momento me vine abajo. Mi marido me apoyó mucho, porque nunca he llorado como lloré entonces”
Lejos de las mascarillas y las normas sanitarias, su embarazo había sido el de una mujer segura de sí misma y de su resistencia. “No tenía miedo a contagiarme, la verdad. Al revés, estaba con las novias como si nada. Pensaba que no me iba a pasar nada, que yo soy una todoterreno”. Pero la realidad siempre encuentra huecos por donde colarse. “Yo soy fuerte, pero en ese momento me vine abajo. Mi marido me apoyó mucho, porque nunca he llorado como lloré entonces”.
Hubo estudios. Investigaciones. Médicos queriendo saber si la leche materna podía transmitir el virus. “Me pidieron que me sacara leche y la enviara a La Paz para analizarla. Era todo muy frío, muy científico. Pero para mí, era un gesto de amor. Quería darle el pecho, quería que mi hija tuviera mi leche, aunque fuera desde la distancia”.
La experiencia la ha cambiado de una forma que todavía está procesando. “Darte cuenta de las cosas”, resume. “Y tener fotos de mi hija cuando la conocí por primera vez, casi como si fuera ajena. Es fuerte decir que has conocido a tu hija con guantes y mascarilla“. Mirarlas ahora es un ejercicio de memoria y de reconstrucción: “Pienso en cómo me sentí en ese momento y me doy cuenta de lo fuerte que fue. Pero también de lo frágil que era yo entonces”.
Si tuviera que definir lo vivido en una palabra, diría “miedo”. O “incertidumbre”. O quizá las dos juntas, de la mano, como lo estuvieron durante aquellas semanas en las que, de una forma extraña, ya era madre pero no podía serlo del todo. Un miedo con forma de distancia. Una incertidumbre que le impedía abrazar a su hija sin barreras.
Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, Inés Martín Alcalde sigue diseñando vestidos de ensueño y vistiéndolos de realidad. Pero hay una escena que no se borra: la del primer encuentro con su hija, sintiendo su calor a través del látex, viendo sus ojos por encima de la tela de una mascarilla. Un instante que es imposible de olvidar. Y que, en cierto modo, todavía sigue sanando.