Hay cumpleaños que se celebran con velas y otros con carbonara. Flavia, en su rincón de la calle Gil de Santivañes, lleva diez años haciendo lo segundo, sirviendo Italia en platos redondos como discos de vinilo y recibiendo a los comensales con el mismo cariño con el que una nonna abriga a su nieto cuando hace fresco. No hay abrazo más sincero que el de un buen plato de spaghetti alle vongole, y en eso Flavia es una experta.
Nació en 2015, cuando aún podías hacer una reserva sin abrir una aplicación y la palabra “gluten” era solo una cosa que traían los cereales. Desde entonces, Flavia ha sido más que un restaurante: ha sido un lugar de resistencia frente a la impostura gastronómica, una trattoria con acento madrileño que se ha ganado un lugar en el corazón de quienes saben que la vida, si no sabe a parmesano, sabe a poco.

Cortesía Flavia
Pero Flavia no es solo un homenaje a la cocina italiana: es un acto de amor consciente. Fue pionera en Madrid al ofrecer una carta 100% sin gluten, mucho antes de que la intolerancia dejara de ser invisible. Ahora también hay queso vegano, opciones sin lactosa y la certeza de que la inclusión no está en las palabras, sino en la carta.
Todo lo que se cocina aquí llega con pasaporte italiano: la pasta, desde el Lacio; la burrata, desde Puglia; la tradición, desde algún lugar entre Nápoles y la infancia. La carbonara se hace como mandan los cánones (sin nata, que esto no es una herejía), y la boloñesa se atreve con carne de Wagyu como quien se sabe bueno y se permite un lujo. Las pizzas tienen nombre y apellido: Diavola y Prosciutto, siempre primeras de clase. Y de postre, un tiramisú que no es un postre, es una declaración de principios; y una tarta de queso de maracuyá que es como enamorarse en verano: inesperada y dulce.

Cortesía Flavia
El pasado verano, además, Flavia se vistió de Costa Amalfitana. Renovaron el espacio para que el comedor no solo albergue mesas, sino también sueños de vacaciones al sur de Italia. Todo respira azul, blanco, y una cierta melancolía mediterránea que convierte la sobremesa en un acto de evasión. Es un restaurante que no tiene mar, pero huele a él.
En su salón privado se celebran eventos que, si fuesen grabados, acabarían como escenas de Sorrentino. Y ahí está el secreto: no es solo lo que comes, sino cómo te hacen sentir. “Pasión, calidad y detalle”, dicen desde Flavia. Les faltó añadir que también hay algo de poesía en cada plato, una promesa de que todo va a estar bien si hay pan en la mesa y vino en la copa.

Espaguetis a la carbonara
Diez años no son poco. En gastronomía, son una vida. Y Flavia la ha vivido sin traicionar sus raíces ni renunciar al futuro. En una ciudad que cambia de restaurante como de camiseta, Flavia ha sabido mantenerse, como se mantiene lo auténtico: sin hacer ruido, pero dejando huella.