Parejas

Fidelidad, un valor tan antiguo como real

 Las estadísticas hablan y las grabaciones no mienten. ¿Qué impulsa a las personas a ser infieles? 

La fidelidad en las relaciones amorosas es un tema tan universal como el amor mismo. Desde los antiguos griegos, pasando por los cotilleos medievales, hasta los trending topics actuales. Si pensamos que la infidelidad es una preocupación moderna, basta con echar un vistazo a la historia para darnos cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol (o bajo las sábanas). Desde Enrique VIII, que no era precisamente el más devoto de los maridos, hasta los escándalos de la familia Windsor, las casas reales han sido expertas en convertir la infidelidad en titulares.

Esta semana, España no ha sido la excepción. El Rey Juan Carlos I ha vuelto a los titulares por la filtración de unas comprometedoras grabaciones con Bárbara Rey, quien fue su amante durante años. Aunque la infidelidad en la casa real española no sea algo nuevo, estas revelaciones nos recuerdan que, aunque alguien se siente en el trono, no está exento de las tentaciones terrenales que afectan a muchos. ¿Qué impulsa a las personas a ser infieles? ¿Por qué para algunos es tan difícil mantenerse fiel, incluso cuando el mundo entero está observando? Y lo más importante, ¿ha cambiado la infidelidad con los años o seguimos cayendo en los mismos errores desde tiempos inmemoriales? No es que queramos avivar la guerra de sexos, pero los estudios recientes nos dan pistas curiosas.

Según un informe de la American Association for Marriage and Family Therapy, el 25% de los hombres casados y el 15% de las mujeres casadas admiten haber sido infieles en algún momento de sus vidas. Aunque esta diferencia pueda parecer significativa, la brecha de género en las tasas de infidelidad está disminuyendo. Según un estudio de la Universidad de Indiana, las mujeres ahora confiesan sus deslices amorosos casi tanto como los hombres, lo que sugiere que el viejo estereotipo del hombre infiel y la mujer fiel está quedando obsoleto.

La infidelidad es un fenómeno que atraviesa fronteras, edades y estatus sociales, desde la realeza hasta el ciudadano común. Con la globalización de la tecnología y las aplicaciones de citas, uno podría esperar que la tentación fuera está más fuerte que nunca. Sin embargo, lo curioso es que, según estudios recientes, las tasas de infidelidad no han aumentado drásticamente en la última década. Lo que sí ha cambiado es cómo entendemos la fidelidad y qué consideramos “traición”. Antes, un desliz ocasional podía bastar para romper una relación, pero hoy, con las redes sociales, un simple “me gusta” en la foto equivocada puede encender las alarmas.

Psicología de la Infidelidad

Desde una perspectiva psicológica, la infidelidad es mucho más compleja que el mero deseo físico o la falta de amor. De hecho, en muchos casos, los infieles no están buscando reemplazar a su pareja, sino llenar vacíos emocionales o satisfacer necesidades no atendidas.

Según el psicólogo clínico David Ley, autor de The Myth of Sex Addiction, muchas personas que son infieles no lo hacen por deseo sexual, sino por lo que él llama “un sentimiento de desconexión emocional”. Las personas buscan en una aventura lo que no encuentran en su relación actual: validación, atención o la emoción de lo prohibido. Otro enfoque interesante proviene de la teoría del apego. Según la teoría, desarrollada por John Bowlby, las personas desarrollan diferentes estilos de apego en función de sus experiencias tempranas. Aquellos con apego evitativo, por ejemplo, pueden ser más propensos a la infidelidad, ya que tienen dificultades para establecer vínculos emocionales profundos y estables. Para ellos, las aventuras pueden ser una forma de evitar la intimidad y el compromiso que temen. Por supuesto, no podemos ignorar la biología.

Estudios como los de la antropóloga Helen Fisher sugieren que el cerebro humano está programado para sentir atracción por más de una persona a lo largo de la vida. Según Fisher, nuestros cerebros funcionan bajo tres sistemas emocionales distintos: el amor romántico, el apego y el deseo sexual, y estos no siempre están alineados. Es decir, podemos sentirnos profundamente apegados a nuestra pareja, pero al mismo tiempo experimentar deseo por otras personas. Así que, cuando alguien dice “no fue mi culpa, fue mi cerebro”, podría no estar tan lejos de la verdad. El concepto de fidelidad ha evolucionado, como lo demuestra la creciente aceptación de relaciones abiertas, poliamorosas y otras formas de amar que se alejan de la monogamia tradicional.

Según una encuesta realizada por el Pew Research Center en 2023, un 23% de los adultos jóvenes entre 18 y 34 años consideran que las relaciones abiertas pueden ser satisfactorias y una forma legítima de evitar los problemas de la infidelidad clásica. Y si bien las estadísticas nos muestran que muchas personas aún valoran la exclusividad, cada vez más parejas negocian los términos de su compromiso. Las fronteras de la fidelidad se están moviendo, y lo que antes era considerado infidelidad hoy puede ser parte de un acuerdo consensuado. De hecho, según algunos estudios, las relaciones abiertas no necesariamente sufren más rupturas que las monógamas, ya que se basan en la comunicación y la transparencia, dos pilares que muchas relaciones tradicionales a veces pasan por alto. Así, la idea de que la fidelidad es simplemente “no acostarse con otra persona” ha quedado un tanto anticuada.

Hoy, la infidelidad puede ser emocional, digital o incluso virtual. ¿Un mensaje picante por WhatsApp cuenta como traición? ¿Y qué tal un coqueteo en una realidad virtual? Las definiciones son tan variadas como las personas que las aplican. La fidelidad sigue siendo una aspiración para muchos, pero la forma en que la practicamos (o no) ha cambiado tanto como las tecnologías que la facilitan o la dificultan. Las cifras nos muestran que actualmente no somos tan distintos de nuestros antepasados cuando se trata de sucumbir a tentaciones. Y, como siempre, los reyes siguen siendo igual de vulnerables que los plebeyos cuando se trata de caer en las redes del deseo. La fidelidad, en todas sus formas y definiciones, sigue siendo uno de los pilares de las relaciones amorosas para muchas personas.

Sin embargo, la pregunta que subyace es: ¿cuántas parejas son realmente felices siendo fieles? Según un estudio publicado por el Instituto Kinsey, las parejas que practican la monogamia reportan altos niveles de satisfacción emocional y estabilidad. De hecho, el 75% de los encuestados que se describen a sí mismos como “fieles” afirman que se sienten felices y emocionalmente conectados con sus parejas, una cifra que no es nada despreciable. Por otro lado, el mito de que la infidelidad es sinónimo de insatisfacción se desmorona al analizar la realidad. Un estudio de la Universidad de Rutgers revela que, sorprendentemente, el 56% de las personas que engañan a sus parejas reportan estar felices en sus relaciones primarias. ¿Cómo se explica esto? Según la psicoterapeuta Esther Perel, autora de Mating in Captivity, la infidelidad no siempre surge de la falta de amor, sino de la búsqueda de novedad, emoción y una sensación de autonomía personal que las parejas a largo plazo a veces descuidan.

La infidelidad, para algunas personas, no significa el fin del amor, sino una vía para reencontrarse con partes de sí mismos que sienten que han perdido. Pero ¿se puede construir una relación sólida y satisfactoria sobre la base de la traición o la falta de compromiso? Aquí es donde la ciencia y la psicología coinciden en que el verdadero éxito de una relación no radica en la cantidad de aventuras o “likes” que se permiten, sino en la calidad de la conexión emocional y el compromiso mutuo.

Las parejas más felices no son aquellas que nunca han enfrentado tentaciones o desafíos, sino las que han sido capaces de negociar los términos de su relación, comunicarse abiertamente y, sobre todo, comprometerse con el bienestar del otro. La doctora Sue Johnson, creadora de la Terapia Focalizada en las Emociones, defiende la idea de que el amor verdadero y duradero se basa en la seguridad emocional. Según ella, las parejas que experimentan un apego seguro son las que más éxito tienen a largo plazo. “La fidelidad no es solo una cuestión de comportamiento, sino de compromiso emocional”, dice Johnson. “Cuando nos sentimos profundamente conectados con nuestra pareja, no solo a nivel físico, sino emocional, es mucho más fácil resistir la tentación externa”.

En sus estudios, Johnson ha encontrado que las parejas que trabajan en su relación emocionalmente tienden a ser más resistentes a la infidelidad y, lo más importante, son más felices. Esto nos lleva a una conclusión que, aunque parezca obvia, a veces olvidamos en medio de tantas distracciones y tentaciones modernas: el verdadero valor de una relación comprometida reside en el esfuerzo y la dedicación mutua. La felicidad en una relación no viene garantizada por la ausencia de tentaciones externas, sino por la decisión diaria de elegir al otro, de invertir tiempo, amor y energía en la relación. En un mundo donde todo parece ser desechable, las relaciones sólidas y comprometidas son más valiosas que nunca.

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