El feminismo, como movimiento, ha tenido un impacto innegable en la transformación social, posibilitando el logro de algunos derechos fundamentales para las mujeres que antes parecían inalcanzables. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto cómo algunas corrientes dentro del feminismo han evolucionado hacia posiciones radicales, que a veces parecen dejar de lado el verdadero propósito del movimiento: alcanzar una igualdad inclusiva. Este cambio ha provocado que muchas mujeres, e incluso algunos hombres, se alejen del movimiento, sintiendo que ha perdido su esencia y que, en lugar de buscar la equidad, se está enfocando en una división cada vez más marcada entre los géneros.
Este sentimiento no es aislado. Según encuestas recientes, un número significativo de mujeres de todas las edades han comenzado a rechazar la etiqueta de “feminista”, no porque no crean en la lucha por la igualdad, sino porque sienten que el término ha sido apropiado por un discurso radical que no las representa. En España, solo el 30% de las mujeres se identifican actualmente como feminista, según un estudio del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Esta cifra es aún más reveladora si se tiene en cuenta que en décadas anteriores, el feminismo era visto como la única vía para lograr la igualdad.
Continuando con los datos, es necesario destacar que a nivel global, la brecha de género ha ido disminuyendo, pero los avances no son homogéneos. En España, hemos logrado progresos significativos en la representación política de las mujeres y en el acceso a la educación superior. Sin embargo, la participación de las mujeres en el mercado laboral y la igualdad salarial siguen siendo problemas pendientes. Según el informe del Foro Económico Mundial de 2023, España ha cerrado alrededor del 79% de su brecha de género, lo que la sitúa por delante de muchos países europeos. Pero aún estamos lejos de alcanzar el nivel de igualdad que han logrado países como Islandia, donde se ha cerrado casi el 90% de la brecha.
¿Qué ha cambiado en el discurso feminista?
La filósofa y feminista Camille Paglia ha señalado que algunas ramas del feminismo moderno han adoptado una postura más agresiva y combativa, en la que el hombre es visto como el enemigo natural. Este enfoque ha llevado a que muchos perciban el feminismo como una lucha de “nosotras contra ellos”, lo que ha distorsionado su propósito original. Pero ¿es esta realmente la mejor manera de luchar por la igualdad? Feministas contemporáneas como Chimamanda Ngozi Adichie nos recuerdan que el feminismo debe buscar la integración y no la exclusión: “Todos deberíamos ser feministas”, afirma, señalando que el verdadero cambio solo se producirá cuando todos, hombres y mujeres, trabajen juntos para desmantelar los roles de género opresivos.
Este mensaje inclusivo también fue el núcleo del poderoso discurso de Emma Watson en la ONU, cuando lanzó la campaña HeForShe. “Si solo luchamos por la igualdad desde el lado de las mujeres, no vamos a lograr un cambio completo”, dijo Watson, aludiendo a la importancia de que los hombres se involucren activamente en la lucha por la igualdad de género. Watson subrayó la necesidad de abordar las desigualdades que también afectan a los hombres, como la presión para ser el sostén económico o la falta de espacio para mostrar vulnerabilidad emocional.
El feminismo radical
Para muchos hombres, la evolución del feminismo hacia un discurso que parece excluirlos ha generado incomodidad e incluso rechazo. Una encuesta reciente en Europa mostró que solo el 40% de los hombres se sienten cómodos apoyando el feminismo en su estado actual, ya que perciben que, en lugar de promover la igualdad, se ha convertido en una batalla en la que no tienen cabida. Además, muchos se sienten atacados por un discurso que los coloca, automáticamente, como opresores. Esto no significa que no crean en la igualdad de género, pero el lenguaje de confrontación los ha alejado del movimiento.
No podemos ignorar que las políticas de igualdad reales necesitan la participación activa de los hombres. No se trata de que los hombres asuman un rol de liderazgo en esta batalla, sino de reconocer que su implicación es esencial para desmantelar los sistemas de opresión que perjudican tanto a hombres como a mujeres. La masculinidad tóxica no solo daña a las mujeres; también empuja a los hombres a desempeñar roles rígidos que limitan su desarrollo emocional y social. Solo un feminismo inclusivo puede liberarnos a todos de estos estereotipos dañinos.
El feminismo no debe ser una batalla entre géneros, sino una lucha conjunta por la igualdad de oportunidades, derechos y dignidad para todos. Como bien nos recordaron figuras como Emma Watson y Chimamanda Ngozi Adichie, la verdadera igualdad no se logrará hasta que todos participemos en ella. Los hombres no deben ser excluidos de esta conversación; al contrario, son necesarios para el cambio. Necesitamos un feminismo que incluya, no que divida, y que abrace la diversidad y las diferencias de género como algo que nos fortalece, en lugar de separarnos.
El futuro de la igualdad no es una utopía, pero solo será posible si hombres y mujeres caminan juntos, hacia un objetivo común donde el respeto, la empatía y la colaboración sean los pilares de una sociedad más justa.