Fatídicos primeros días de noviembre. No me apetece escribir, ni publicar nada, ni encuentro los motivos para hacerlo. En las primeras horas del cataclismo seguí compartiendo en mi cuenta lo habitual, pero con el paso del tiempo ya era imposible hacer vida normal. Observé “trastocado” lo que pasaba y trataba, como todo el mundo, de asimilar la envergadura de la tragedia.
Compartir en redes sociales ya forma parte de nuestros quehaceres diarios y labra inexorablemente nuestra personalidad y reconocimiento, más aún cuando coincide con una calamidad con efectos tan crueles.
Por mi vida de hiperconectado, en el pasado me he visto enfrentado a muchos dilemas. He buscado razones o fuerzaas para publicar algunas penas, pero evitado cualquier asunto polémico. Aun así, en estos últimos días tan tristes, se me ha pasado incluso por la cabeza borrarme de las redes.
¿Cómo comportarse cuando pasa algo tan sobrecogedor y surrealista?, ¿debería salir indignado o apuntarme a una hazaña solidaria?, ¿debería sobreactuar como hacen muchos o seguir siendo el mismo?, ¿Publicar en tiempos revueltos tiene sentido?
Lo cierto es que, desde la terrible Dana, más de uno de nosotros habrá pasado por esta encrucijada. Si vuestro trabajo está íntimamente ligado al mundo digital, la duda puede dejar de ser tan trivial.
Seguir estando, seguir informando
En las primeras horas de una catástrofe, como la que hoy nos atañe, las plataformas sociales se convierten en un canal interactivo y masivo, de valor incalculable. En ese momento tan tenso, Instagram, Twitter, (y TikTok) son los medios más eficientes para informar de lo que ocurre. Detrás de la necesidad de notificar, puede que haya algo de formar parte de la historia, de haber sido el testigo (afortunadamente vivo) y poner a los demás en guardia. Cuando es ya muy tarde para alertar, solo nos queda convertirnos en el altavoz de miles de personas que todo esto pudo afectar.
Compasión y tristeza
El día después del infortunio, nos levantamos todos sin entenderlo mucho. Nos invade un enorme sentimiento de compasión y de tristeza al ver imágenes tan duras como principal noticia. Intentamos ponernos en la situación de los que ya no tienen nada, ni donde sentarse, ni donde echar la cabeza. Las publicaciones en redes adoptan entonces un tono dramático y dejan entre la población, un enorme sentimiento de amargura. Con los algoritmos actuales, es ya prácticamente imposible salir escapando de la riada informativa.
Ayudar y solidarizarse
Nuestro instinto natural es ayudar. “Todos a una”. Lo ha demostrado aún más esta Dana. Es ese impulso desinteresado de apoyarnos unos a otros en uno de los momentos más difíciles de España, Indistintamente de nuestro origen, de nuestra edad o categoría social, nos sale esa vena solidaría. Provenga de un familiar, amigos o desconocidos, nos hacemos ecos de una situación delicada y expresamos nuestras condolencias. Reposteamos entonces los contenidos publicados por miles de afectados, y eso en señal de apoyo.
Decaer y callarse
Difícil tragar con tanto trauma. En una situación tan extrema, muchos usuarios optan por quedarse en segundo plano o en la sombra, eluden todo canal de noticias para intentar huir de tantas desgracias. Aun así, escapar al flujo monotemático resulta un vano esfuerzo. Si optas por consultar brevemente tus redes, te persiguen las imágenes de desolación, incomprensión, irá o consternación.
Gritar y posicionarse
Una vez asumido el primer golpe viene el momento de reflexionar y detenerse. ¿Qué puedo compartir en redes si todo es tan dantesco que supera todas mis previsiones? Entre dos tareas rutinarias (porque la vida no se para) los usuarios viven a distancia la evolución de las tareas de rescate y se estremecen con el retraso que eso supone.
Algunos empiezan a aliarse a las voces de desesperación, otros cogen sus coches, furgonetas y camiones y acuden sin delación. En un éxodo inverso, ayudan in-situ y acordes a los medios y a la situación. Se convierte en el tema principal de conversación y es objeto de viralización. Puede salvar decenas de vida y cambiar el sentido de una votación. Algunos medios audiovisuales están ya presentes y, como casi siempre, trasladan dramatismo y mensajes “afines”. Oímos y vemos unas lecturas bien distintas a la realidad en redes, de la población.
Pillajes, bulos y postureo humanitario
Nuestra luminosa tierra siempre esconde alguna oscura cara comportamental, lo mismo pasa con nuestro semejante mundo digital. Mientras buenas almas echan el resto, dejando incluso sus trabajos para ayudar en las duras labores, otros esperan a que caiga la noche para perpetuar el acto más desdeñable: robar a los que no les queda ni casa donde recostarse. Se organizan grupos nocturnos de ciudadanos y trasladan su indignación en redes, documentándolo todo, esperando a que algún día eso sirva de algo.
En paralelo, algunos personajes oportunistas siguen con su faceta mediática y se preguntan cómo construir una imagen de héroe o de alma solidaria. No quieren dejar pasar la coyuntura, añadirle unos galones a su egolatría y ser adulados por su “falsa” faceta humanitaria. A menudo visten chalecos de color naranja, se manchan las chaquetas y se graban exhaustos y con cara de pena.
Surgen también muchos bulos y desbordadas “infoxicaciones”, las redes no dejan de sorprendernos con sus fake news y sus aberraciones. Algunos influencers ávidos por aportar su granito de arena, no miden bien los tiempos y, sin contrastar la información, caen en la trampa.
Pasado unos días, muchas celebridades (de por sí, ya muy activas en redes) reflexionan y deciden viajar al Levante, organizan una recolecta, cocinan y colaboran económicamente. Bien sean incentivadas por la caridad, sentimientos y emociones o por razones estrictamente profesionales, todos se mezclan en este flujo repentino de comunicaciones. Muchos lideres de opinión se ven en la tesitura de tener que expresar reiteradamente su solidaridad y compromiso pleno y evitar, de paso, ser unos de los damnificados. Para algunos oportunistas, las explicaciones del “por qué lo hacen” sobran, para otros debería ser una constante durante toda su existencia.
Seguir viviendo, seguir trabajando
Uno de los perfiles quizás más “sensibles” a la actualidad es la de los miles de usuarios que dependen de su presencia en redes sociales, de su influencia y contratos comerciales. Subsistir a base de publicaciones conlleva (a menudo) proyectar unas experiencias y momentos muy felices, un gran entusiasmo y “comer perdices”. ¿Cómo seguir viviendo su “día a día” como si nada?, ¿cómo seguir trabajando en lo suyo sin ser malentendidos o rechazados por su audiencia?
Las plataformas sociales les hicieron tomar conciencia de la importancia de sus marcas personales y entender que nadie está ya a salvo de dar un mal paso en entornos digitales. Para ellos, publicar algo (habitualmente anodino) se convierte en una profunda reflexión y requiere un gran atino. Para la mayoría y el resto de ciudadanos, la decisión es menos decisiva, optan por apoyar algún movimiento solidario, se animan a recaudar fondos o vivir, a su manera el duelo.
Ha cambiado todo tanto que ya es difícil discernir, en momentos tan extraños, lo bueno de lo malo.