Luis García Berlanga se burlaría al ver que, 14 años después de su muerte, estemos aún resolviendo si hemos perdido o no el pudor al escribir sobre sexo. El cineasta tenía en su casa de Somosaguas una biblioteca erótica con más de 3.000 ejemplares que cohabitaban con muñecas con indumentaria bondage, esposas metálicas y cinturones de castidad. Todo ello lo cuenta su nuera, Guillermina Royo-Villanueva, en su libro Tamaño natural, donde recoge infinidad de anécdotas derivadas del gusto por el fetichismo y el paradójico terror vaginal que padecía, a pesar de todo, el cineasta.
La ingente biblioteca de Berlanga no significa que escribir sobre sexo sea una tarea fácil. Implica evocar el acto físico, prender con las teclas sensaciones, impulsos y emociones y llevar eróticamente al lector hacia ese lugar que propone el escritor. Cuando se consigue es muy gratificante, pero antes el autor habrá tenido que ir ajustando el contenido de sus páginas a sus creencias personales, su sistema de valores, prejuicios, vergüenzas y los propios deseos. O no. Quizás la literatura le sirva para dar rienda suelta a su cabeza, nuestro principal órgano sexual, y deje a un lado todo lo demás.
Hay un impulso sorprendente por explorar el deseo y encender los cuerpos mediante la escritura sin necesidad de tener el talento de Pauline Réage, autora de la obra maestra Historia de O. Setenta años después de su publicación sigue siendo un manual iniciático para muchos jóvenes. Buen ejemplo de esta necesidad es la respuesta masiva que tuvo la actriz estadounidense Gillian Anderson, de 56 años, a su llamamiento: “Quiero que me escribáis y me digáis que pensáis cuando pensáis en sexo”. Preguntó a mujeres de todo el mundo y recibió 1.800 respuestas. De todas ellas, escogió 174 relatos con los que dio forma a su nuevo libro, Want. El resultado es una colección de fantasías sexuales muy auténticas, incluida la suya.
La autora, que interpretó a una terapeuta sexual en la serie Sex Education, reconoció que, a pesar de que suele hablar con naturalidad de sexo, la escritura le hizo sentirse incómoda. Se sorprendió a sí misma al comprobar su propia timidez y la vergüenza que aún existe. “De repente, describir las imágenes que habían estado en mi cabeza por un tiempo, y la acción de hacerlo, agregó un nivel de intimidad que no habría esperado”, declaró. A pesar de la dificultad, tanto a ella como al resto de las autoras que le mandaron sus textos les sirvió para identificar sus fantasías y hacerse cargo de su propia sexualidad. El libro se ha convertido en bestseller.
En España tenemos propuestas como las de la plataforma de encuentros infieles Gleeden o el portal de juguetería erótica Diversual, que organizan cada año sendos concursos de relatos eróticos Muerde la manzana. Los centenares de envíos en cada edición confirman esa necesidad de compartir nuestra intimidad menos conocida de una manera explícita.
¿Podemos hablar entonces de un renacer de la escritura erótica? Hay muchos indicios que nos hacen pensar que sí. Uno es el relanzamiento de la versión impresa de la revista Erotic Review, que nació en Londres en 1995. Se publica tres veces al año y constituye una estupenda plataforma de relatos breves, ensayos, poesía o arte, siempre con el denominador común del deseo. El primer número impreso, en agosto de 2024, agotó la edición en pocos días. Igual ha ocurrido ahora con una nueva entrega. Según su editora, Lucy Roeber, la novedad es que ofrece una mirada más fresca y abierta a comportamientos que trascienden las relaciones heterosexuales o, como ella dice, la “fanfarronería simplista” de escritores como Henry Miller y Martin Amis.
En la literatura erótica triunfa la autenticidad y la exploración del deseo de un modo fogoso, vehemente y, sobre todo, franco, aunque no siempre las editoriales apuestan siempre por este género. Tusquets anunció hace ya veinte años que suspendía temporalmente el Premio La Sonrisa Vertical, tras 26 años de existencia. El primer título de la colección fue La ilustre y gloriosa hazaña del cipote de Archidona (1977), de Camilo José Cela. La editorial subrayó la escasa atención prestada por la crítica a las obras premiadas con este galardón creado por Berlanga, cuya última edición quedó desierta.
Por otra parte, como explicaron en el comunicado de cierre, “la expresión literaria del erotismo ha ido gradualmente asimilándose a la narrativa general y se ha integrado, de un modo natural, en colecciones literarias no acotadas específicamente al género erótico”. Aun así, las librerías vivieron un boom de literatura erótica a partir del éxito de Cincuenta sombras de Grey, en 2011. A pesar de ser calificado como pornografía blanda y aburrida, animó a las editoriales a dejar a un lado sus prejuicios para apostar por libros con episodios sexuales con el ojo puesto en un público joven poco habituado a la lectura. Desde entonces, triunfan las historias de tórridos romances adolescentes.
El último fenómeno es la reina de novela erótica Megan Maxwell, que ha vendido más de cinco millones de ejemplares con la saga Pídeme lo que quieras y otros títulos. También Noemí Casquet, que vendió más de 150.000 ejemplares con Cuerpos y con su trilogía Zorras. La calidad literaria se aleja de Anaïs Nin, pionera en la narrativa erótica, Marguerite Durasc con El amante u Oscar Wilde con su novela de erotismo gay Teleny. Pero confirman que la literatura erótica vende y alimenta el cerebro erótico.