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Errol Musk contra Elon: el padre que dispara desde la sombra

Mientras Tesla pierde valor y el hombre que quiere conquistar Marte esquiva críticas con memes, su historia familiar se resquebraja en titulares

Sky News

En la historia de las grandes fortunas, los nombres siempre brillan más que los vínculos. El apellido se convierte en marca, y la familia, en una nota a pie de página. Elon Musk, el hombre que quiere conquistar Marte, lleva años escapando -a velocidades orbitales- de algo que ni la tecnología ni la ingeniería aeroespacial pueden resolver: su propio pasado. Y justo cuando parece que todo está bajo control, aparece su padre, Errol Musk, como esos recuerdos mal curados que vuelven justo cuando uno más quiere olvidarlos.

Esta semana, Errol ha concedido una entrevista al tabloide The Sun. No ha sido una aparición anecdótica: ha sido una descarga eléctrica emocional. Una especie de misil lanzado no desde un cohete, sino desde algo más primitivo: la decepción paternal. “Es triste lo poco que ve a sus hijos”, ha dicho. Y en esa frase, que podría sonar inofensiva, hay una acusación devastadora. Errol Musk no está criticando al CEO, ni al visionario. Está apuntando al hombre. Al hijo. Al padre. Al ser humano.

Lo que molesta a Errol no es que Elon tenga demasiadas empresas, o que su tiempo esté consumido por reuniones, inversores y lanzamientos espaciales. Lo que le pesa es esa otra ausencia: la que no se mide en productividad, sino en presencia. Dice que su hijo no pasa tiempo con sus hijos. Que nunca fue un buen padre. Que la distancia emocional se ha hecho costumbre. Que en la lista de prioridades de Elon, los afectos ocupan un lugar incómodamente bajo.

Elon Musk en el Despacho Oval. Imagen: EFE

Las declaraciones podrían ser simplemente eso: palabras sueltas, frases de un padre dolido o frustrado. Pero en el caso de los Musk, cada frase pública es una especie de documento histórico. Porque la familia Musk, más que una familia, es una saga. Una novela de ciencia ficción escrita en tiempo real. Elon, el niño prodigio, se convirtió en una figura mitológica del capitalismo moderno: genio sudafricano, emigrante, emperador de Tesla, domador de algoritmos, comprador compulsivo de empresas y, más recientemente, protagonista de una caída bursátil que le ha hecho perder decenas de miles de millones de dólares en pocas semanas.

Tesla, su joya de la corona, ha perdido más de 30.000 millones de dólares en capitalización bursátil en lo que va de año. Las acciones bajan, los inversores dudan, y la fe ciega que el mercado tenía en él comienza a resquebrajarse como una cápsula espacial mal sellada. Pero Elon Musk sigue actuando como si nada. Publica memes, lanza ironías, discute con periodistas en X (antes Twitter, ahora su juguete más caro) y se envuelve en un personaje que parece protegerlo de todo, menos de lo que dice su padre.

Porque hay cosas que no se pueden silenciar con una risa sarcástica ni con un tuit viral. Y entre ellas está la voz del padre que te mira como adulto y aún así te ve como niño. Un niño que creció demasiado rápido. Que cambió el afecto por la ambición. Que construyó naves espaciales, pero no supo mantener una llamada familiar de más de diez minutos.

Errol Musk, por su parte, tampoco es el ejemplo más ortodoxo de figura paterna. Ingeniero, polémico, impredecible, capaz de declarar sin pestañear que tuvo dos hijos con su hijastra Jana Bezuidenhout (33 años menor que él). Es un personaje ambiguo, denso, capaz de inspirar un guion de Succession ambientado en Johannesburgo. No es que hable desde la altura moral, pero habla desde una experiencia que parece más resentimiento que consejo. Y eso, justamente, lo hace más humano.

Uno no elige a su padre. Tampoco a su hijo. Lo que ocurre entre ambos es un juego de espejos en el que muchas veces nadie se reconoce. Elon Musk probablemente responderá a esto con silencio, como siempre hace cuando lo íntimo se cuela en la prensa. O con una broma críptica en X, como ese hombre que se protege del dolor con ironía de alta gama. Pero el mensaje ha quedado ahí: el padre ha hablado, y esta vez no ha sido para celebrar un lanzamiento, sino para recordar algo más básico: que los cohetes llegan al espacio, pero los afectos se construyen en la Tierra.

Hay padres que quieren que sus hijos lleguen lejos. Otros solo quieren que les cojan el teléfono de vez en cuando. Y Errol Musk, en el fondo, parece estar diciendo eso: ya que no me llamas, al menos que me escuchen en los medios.

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