A Diana de Gales la han vestido muchos: diseñadores, asesores, fotógrafos, cronistas y, sobre todo, el ojo público. Treinta años después de su muerte, su figura sigue teniendo un armario más vivo que muchas biografías reales.
En junio, ese armario, o al menos una parte cuidadosamente seleccionada, saldrá a subasta en Julien’s Auctions, en Beverly Hills. Más de 200 piezas. Más de 200 recuerdos. O más de 200 oportunidades de comprar una narrativa.

Es la subasta más grande hasta la fecha dedicada a su figura. Se celebrará en el hotel The Peninsula, que es como decir que no es solo una venta, es una puesta en escena. Estarán el famoso vestido de terciopelo azul con el que bailó con Travolta, los trajes de Catherine Walker que la acompañaron a hospitales, cenas de Estado o funerales diplomáticos, los accesorios que rodearon el cuerpo más escrutado del siglo XX. Todo eso a golpe de martillo.
Puede comprarse por nostalgia o por inversión. Por admiración o por marketing. Las razones son muchas y se confunden. Martin Nolan, director ejecutivo de la casa de subastas, dice que la gente quiere poseer un pedazo de historia. Es posible, aunque también es cierto que la historia, cuando está bien empaquetada y fotografiada, se vuelve fetiche. Y los fetiches cotizan.

Diana sabía de eso. A lo largo de los años, fue aprendiendo que no hay mejor declaración que un vestido. Cuando quería mostrarse fuerte, iba de rojo. Cuando tocaba parecer cercana, beige. Cuando la monarquía la asfixiaba, se vestía de sí misma. Hubo una Diana antes de la separación, otra después. No hay documento más claro que sus trajes. Y en parte, es por eso que aún fascina: porque nunca habló demasiado, pero dejó la ropa como subtítulos.

Algunos de estos vestidos ya han circulado antes por el mercado. Otros llevaban décadas guardados, esperando su momento. Ahora lo tienen: el aniversario, el revival mediático, la nueva generación que la idolatra como si acabara de aparecer en Instagram. Lady Di como icono sin fecha de caducidad. A falta de una voz, queda una silueta.
Y así, Lady Di vuelve a los titulares no por un escándalo, una exclusiva o una carta perdida, sino por lo de siempre: por lo que llevó puesto. Su historia, una vez más, pasa por caja. Y la caja registradora suena en dólares.