Al hablar de las tendencias para 2025 ya comentamos que la aplicación de citas Bumble habla del micromance, que supone el adiós de esos grandes gestos románticos y peliculeros a los que la ficción (y las redes sociales, porque poca cosa hay más ficticia que lo que acontece en ellas) nos había acostumbrado. ¿El motivo? El 89 % de las personas solteras españolas está de acuerdo en que la forma en que mostramos amor y afecto ahora incluye gestos más pequeños.
Al saber de esta tendencia pensé inmediatamente en ‘Los años nuevos’, la serie de Rodrigo Sorogoyen que ha desatado intensos debates acerca de si las relaciones de a pie son ciertamente… ¿Mediocres? ¿Aburridas? ¿Increíblemente soporíferas? Lo siento, pero en muchas ocasiones, lo son, y no pasa NADA. Son historias de amor normales alrededor de las cuales un productor multimillonario jamás se plantearía orquestar un proyecto, relaciones en ocasiones anodinas y definitivamente, en un abrumador porcentaje de veces, tan aburridas que de haber delante una cámara, nadie soltaría una lagrimita si esta se apagara.
Lo que creo que a tantos molesta de la serie es que retrata muchas de las relaciones que tenemos o hemos tenido de forma realista, comenzando por el hecho de que las casas que aparecen no parecen salidas de la revista AD. Mientras que la protagonista de ‘Valeria’ vive en una de esas casas del centro de Madrid que harían a Carrie Bradshaw preguntarse cómo se las apaña para poder pagar el alquiler con un ritmo de trabajo tan pausado, parece que por fin la ficción quiere que los hogares de sus protagonistas no griten “lujo”, sino “realidad”. Del mismo modo que en ‘Celeste’ Carmen Machi nos abría las puertas de su aburrido piso de Juan Bravo, ese que bien podría ser el de nuestra tía Clarita, en ‘Los años nuevos’ hay más hules que sillas Barcelona.
Acostumbrados a los fuegos artificiales, de repente la más abrumadora normalidad se nos antoja irresistible. Es imposible despegar la mirada de la pantalla por más que algunos aseguren que “no pasa nada”. Porque lo que pasa es La Vida, que rara vez da grandes titulares y que pocas veces nos regala esas escenas de romance que la ficción nos ha hecho pensar que son factibles. Porque nos chirría que Manu Ríos haga un análisis en una pescadería al comienzo de ‘Respira’, pero nos parece completamente normal que a Lily Collins le preparen en cada capítulo de ‘Emily in Paris’ unas citas tan asombrosas que cuando nos encontremos de bruces con la realidad, esa formada por un triste hummus del Mercadona y un vino de 6 euros que nuestra cita ha comprado para dar forma a lo que considera “una noche romántica”, querremos llorar.
Por más que la ficción tenga ese halo aspiracional que nos ayuda a abrazar la evasión, no está nunca de más que nos ayude a poner los pies sobre el suelo, ese que está a una temperatura ciertamente gélida porque la bomba de frío/calor que tenemos en casa es demasiado cara como para que la encendamos el tiempo necesario. “Esa mediocridad que en el fondo nos apela a todos. Con nuestras relaciones imperfectas, nuestros vacíos existenciales, la desconexión cada vez más presente, el paso del tiempo y las continuas decepciones”, escribe en ‘Vogue’ Alexandra Lores, que asegura que la serie de Sorogoyen confirma lo que ya sabíamos: que somos mediocres.
Pero creo que la mediocridad no es tan terrible. “¿Cómo vamos a desear estar en una relación en la que los miembros de una pareja se dedican a mirar sus teléfonos en la cama?” preguntó el otro día uno de mis contactos en sus stories de Instagram. Y lo triste es que pensé que aunque lo idílico sería que fuéramos incapaces de tocar las sábanas sin que nuestra pareja se abalance sobre nosotros, soy consciente de la de noches que he pasado con un look que no ha sido precisamente ideado por Victoria’s Secret mientras mi +1 se pierde en las redes sociales y yo hago lo propio. Además, si algo aprendimos de 2024 es que al aparecer, lo que nos parece ahora más romántico es la estabilidad.
Por eso el hombre más sexy del año ha sido John Krasinski según la revista ‘People’ y por eso la serie de Sorogoyen ha enganchado a tantas personas y al mismo tiempo, les pica a tantos: porque nos hace ver que somos inmensamente normales y ante todo, que no pasa absolutamente nada porque lo seamos.
Considero que es más positivo que una serie desromantice el amor a que sigamos haciendo del amor romántico un ejemplo a seguir, porque mientras que lo segundo nos condena a la frustración, aunque lo que le precede puede huele desde aquí a un ligero aburrimiento, supongo que ha de ser agradable estar de vez en cuando algo aburrido sabiendo que tu pareja puede llevar un chándal mugriento en la cama mientras ve por enésima vez un capítulo de ‘Friends’ que pensando que está enviando un mensajito a su ex. Igual es la edad, quizás el hastío o tal vez ya he tirado la toalla, pero yo ya prefiero bostezar a abrir la boquita para gritar del susto.