PSICOLOGÍA

El algoritmo humano: repensando el trabajo desde el bienestar

Vivimos una desconexión entre el aumento de las ganancias empresariales y la realidad cotidiana de quienes sostienen esos sistemas: los empleados

Película 'Una mente maravillosa' (Ron Howard, 2001)

Vivimos en un sistema económico que premia, ante todo, el rendimiento. El trabajo se ha convertido en el centro de la vida social, política y económica. El aumento de beneficios de las empresas parece no tener fin, pero lo que muchas veces pasa desapercibido es que estos avances no siempre se traducen en mejores condiciones para los trabajadores. En lugar de un bienestar compartido, vivimos una desconexión entre el aumento de las ganancias empresariales y la realidad cotidiana de quienes sostienen esos sistemas: los empleados.

El entorno laboral actual está basado, en su mayoría, en el rendimiento constante, dejando poco espacio para los ritmos naturales del ser humano. Somos seres diversos, con necesidades físicas y emocionales distintas, y las exigencias del mercado no siempre se alinean con esas necesidades. La productividad incesante ha llevado a muchas personas a experimentar agotamiento, estrés y una desconexión con su propio cuerpo. A menudo, el trabajo se ha reducido a una simple fórmula: más tiempo, más esfuerzo, más productividad. Pero, ¿realmente esta es la mejor manera de vivir y de trabajar?

El algoritmo humano: ¿es el trabajo solo una cuestión de eficiencia?

En nuestro sistema económico actual, la productividad se mide a través de un algoritmo centrado en el rendimiento: más horas, más tareas realizadas, más resultados obtenidos. Pero este algoritmo humano no es una ecuación simple ni única. Somos seres complejos, con ritmos biológicos, emociones y necesidades que no pueden ser reducidas a una fórmula matemática. Cada individuo tiene un “algoritmo interno”, es decir, un conjunto de ritmos naturales, energías y ciclos personales que necesitan ser respetados para funcionar de manera óptima.

‘Una mente maravillosa’ (Ron Howard, 2001)

Como nos recuerda el filósofo Herbert Marcuse en El hombre unidimensional, la sociedad capitalista ha reducido al individuo a una máquina productiva, donde su valor se mide exclusivamente por lo que produce. En lugar de abrazar nuestras diferencias y el potencial humano en su diversidad, el sistema nos obliga a ser homogéneos en nuestras respuestas al trabajo.

Imaginemos que, en lugar de intentar forzar al ser humano a encajar en el molde de la productividad rígida, se adoptara un enfoque en el que se tomaran en cuenta las variabilidades individuales. Cada persona tiene un ritmo diferente, una forma distinta de rendir, aprender y descansar. Sin embargo, en la cultura occidental predominante, la productividad se mide casi exclusivamente por la cantidad de horas dedicadas al trabajo y no por la calidad o la sincronización con los ritmos naturales de la persona. El algoritmo humano es mucho más flexible y diverso de lo que el sistema actual permite.

La cara oculta del “rendimiento”

En un mundo donde las empresas logran récords de beneficios, la paradoja es clara: los empleados no están viendo reflejado ese crecimiento en su calidad de vida. En lugar de que los avances tecnológicos y los incrementos de productividad se traduzcan en más tiempo libre, mayor bienestar o mejores condiciones laborales, el trabajador se enfrenta a jornadas interminables y a la presión de ser más eficiente a toda costa. No han funcionado los programas de bienestar donde pasamos más horas en el trabajo ofreciéndoles clases de yoga, pilates y cualquier otra actividad de moda. La frase que más se repite entre los trabajadores en mi consulta es “no tengo tiempo de nada”, dicho queda.

El sociólogo David Harvey ha analizado cómo el capitalismo global, con su lógica de maximización de beneficios a toda costa, no solo margina al trabajador, sino que también crea un sistema de desigualdad que perpetúa la explotación. Mientras tanto, muchas personas, especialmente en los países en desarrollo, están dispuestas a aceptar condiciones laborales precarias porque simplemente no tienen otra opción. Las empresas globalizadas, en busca de mano de obra barata, externalizan la producción a lugares donde las condiciones de trabajo son inhumanas, dejando a millones de personas atrapadas en un ciclo de pobreza. Esto crea una diferencia abismal entre los trabajadores del primer mundo, donde se prima la productividad, y aquellos del tercer mundo, que muchas veces ni siquiera tienen el lujo de elegir un modelo laboral que los respete.

‘Una mente maravillosa’ (Ron Howard, 2001)

¿Es sostenible este modelo?

El modelo basado únicamente en el rendimiento no solo es insostenible para los trabajadores, sino también para las propias empresas a largo plazo. El agotamiento crónico, el estrés y los problemas de salud mental y física no desaparecen solo por aumentar la cantidad de horas trabajadas. De hecho, la falta de equilibrio puede reducir la productividad y aumentar el absentismo. El psicólogo Daniel Goleman, en su trabajo sobre inteligencia emocional, resalta cómo la falta de bienestar emocional y social impacta directamente en la eficiencia y en la capacidad de trabajar de manera efectiva.

Las empresas que priorizan el bienestar de sus empleados, que comprenden que cada individuo tiene un ritmo y una capacidad diferentes, tienden a obtener mejores resultados a largo plazo, en todos los aspectos: económico, social y ético. Tony Schwartz, autor de The Energy Project, sostiene que las empresas deben reconocer que el bienestar de los empleados no es solo un beneficio adicional, sino un pilar fundamental para la productividad sostenible.

La necesidad de un enfoque más humano

El gran reto al que nos enfrentamos hoy es transformar un sistema que ha sido construido en torno a la productividad, hacia uno que reconozca al ser humano en su totalidad. El cambio debe venir desde todos los ángulos: empresas, gobiernos, trabajadores y consumidores. Es hora de que las empresas dejen de ver a los empleados como meros recursos y empiecen a entender que las personas son la clave para la sostenibilidad de cualquier organización.

Richard Branson, fundador de Virgin, es uno de los defensores del enfoque centrado en las personas. Ha dicho en varias ocasiones que las empresas que cuidan a sus empleados son las que, a largo plazo, consiguen los mejores resultados. La clave está en invertir en las personas, en su bienestar integral, y permitirles crecer, no solo profesionalmente, sino también como seres humanos.

Las soluciones pasan por introducir prácticas que prioricen el bienestar integral del trabajador: desde horarios flexibles hasta espacios que fomenten la salud mental, la desconexión y el descanso. Implementar un enfoque más humano no solo beneficia a los empleados, sino también a las propias empresas, que verán cómo la motivación, la creatividad y la productividad aumentan cuando las personas se sienten valoradas y respetadas en su entorno laboral.

‘Una mente maravillosa’ (Ron Howard, 2001)

El dilema de la globalización y la respuesta empresarial

Uno de los argumentos más comunes de aquellos que defienden el statu quo es que, si no te gusta el modelo actual de trabajo, siempre puedes “montar tu propia empresa”. Este razonamiento, que a menudo se utiliza para descalificar a aquellos que critican las condiciones laborales, pasa por alto dos cuestiones fundamentales: no todos tienen la oportunidad de emprender y, más importante aún, el cambio real no debe depender exclusivamente de que los individuos creen nuevas empresas. Las empresas que ya existen tienen el poder de reformarse y crear un entorno de trabajo más justo, humano y sostenible.

El modelo basado en la explotación de la mano de obra barata, que muchas veces se justifica por la competencia global, es parte del problema. Si bien la globalización ha llevado a una reducción de costos y a la creación de empleos en algunas regiones del mundo, también ha generado condiciones de trabajo extremadamente precarias, particularmente en los países en desarrollo. Como Naomi Klein lo señala en No Logo, esta lógica de “si no te gusta, hay otros que lo harán” no solo perpetúa la desigualdad, sino que también alimenta un ciclo insostenible de explotación.

La esperanza está en el cambio

La buena noticia es que cada vez más empresas se están dando cuenta de que un enfoque humano no solo es posible, sino necesario. Modelos de negocio que se centran en el bienestar de sus empleados están ganando terreno y demuestran que es posible obtener grandes beneficios sin sacrificar la dignidad humana. El bienestar de las personas debe dejar de ser una opción y convertirse en un eje central en la manera en que concebimos el trabajo.

El cambio está en nuestras manos: empresas, trabajadores y consumidores podemos hacer que el trabajo sea más humano, más ético y, sobre todo, más sostenible. Si las empresas son capaces de mirar más allá de la productividad inmediata y comprender que el bienestar de los trabajadores es la clave de su propio éxito, podremos comenzar a construir un futuro en el que todos tengamos un lugar, un ritmo y un espacio para ser verdaderamente humanos a no ser que no nos interese como sociedad seguir siendo humanos y queramos parecernos cada vez más a los robots.

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