La moda, como la vida, es un eterno ciclo de entradas y salidas. Y uno de los nombres más icónicos de la industria se retira del escenario: Donatella Versace deja la dirección creativa de la firma que, durante casi tres décadas, llevó con puño de oro y plataformas de vértigo. Su marcha cierra una era en la que el exceso fue sinónimo de sofisticación, y en la que su imagen —eterna melena rubia, mirada felina y vestidos ceñidos— se convirtió en la viva representación del espíritu Versace.
El nombre Versace es, ante todo, una historia de familia. En 1978, Gianni Versace fundó la casa con una propuesta audaz: la ropa no solo debía vestirse, sino proclamarse. Su visión era la de una mujer poderosa, sensual, con un cuerpo que no se ocultaba, sino que se celebraba con cortes atrevidos, estampados barrocos y dorados relucientes. En 1997, cuando Gianni fue asesinado en las puertas de su casa en Miami, la industria se preguntó si la firma podría sobrevivir sin él.
Entonces apareció Donatella. Conocida hasta ese momento por ser la musa de su hermano y el alma nocturna de la casa, tomó el timón con la difícil misión de continuar el legado de Gianni sin convertirse en una simple réplica. Convirtió Versace en un fenómeno global, marcando hitos en la cultura pop: ¿quién puede olvidar el vestido verde que Jennifer Lopez llevó en los Grammy de 2000, tan legendario que llevó a la creación de Google Imágenes? ¿O las supermodelos de los 90 desfilando como diosas al son de Freedom de George Michael?

Jennifer Lopez y Donatella Versace en uno de los momentos más icónicos de su carrera. Fotografía: EFE
Pero la moda es un juego de supervivencia. En 2018, la familia Versace vendió la marca a Capri Holdings por 1.830 millones de euros. Donatella se mantuvo como directora creativa, pero la transición dejó claro que los tiempos estaban cambiando. Versace, con su ADN ligado al exceso de los 90 y 2000, debía adaptarse a una industria dominada por la nostalgia del quiet luxury y el minimalismo funcional. Y aunque Donatella logró modernizar la marca sin perder su esencia, la compañía necesitaba una nueva dirección.
El elegido para esta nueva etapa es Dario Vitale, un nombre aún desconocido para el gran público, pero con una sólida trayectoria en la moda italiana. Napolitano, de 41 años, Vitale pasó por firmas como Dsquared2 y Bottega Veneta antes de consolidarse en Miu Miu como director de diseño de prêt-à-porter. Su fichaje plantea una pregunta clave: ¿hacia dónde va Versace?
¿Suavizará Vitale la estética de la marca para alinearla con los nuevos tiempos, o mantendrá su espíritu audaz?
El reto es grande. Versace no es una casa cualquiera: es un símbolo de opulencia mediterránea, de noches interminables en Milán y de una feminidad sin concesiones. ¿Suavizará Vitale la estética de la marca para alinearla con los nuevos tiempos, o mantendrá su espíritu audaz? La industria de la moda, siempre hambrienta de cambios y giros inesperados, observa con expectación.
Mientras tanto, Donatella no se desvincula por completo. Seguirá como embajadora de la marca, asegurando que su legado no se diluya. Pero su salida marca el fin de una era, el cierre de un capítulo en el que la moda se atrevió a ser más grande que la vida misma. Con su adiós, se va una de las últimas grandes rockstars de la moda. Y aunque la industria nunca se detiene, su silueta seguirá brillando, envuelta en seda dorada y con el inconfundible aroma del exceso bien entendido.