El relato de la actriz Elisa Mouliaá, que ha denunciado ante la Policía Nacional al exportavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón, por una presunta agresión sexual, parece extraído de cualquier narración o manual sadomasoquista. Salvo un detalle: el dolor y el placer no se acoplan. Él, según las palabras de las mujeres, busca placer y se regocija con las prácticas de dominación/sumisión. Ellas solo experimentan sufrimiento y sensación de abuso. No es, por tanto, sadomasoquismo, una inclinación sexual muy bien definida en la teoría, pero con evidentes riesgos de perversión para quien la utiliza como paraguas con el fin de ejercer violencia, dominación, agresividad o humillación sobre la pareja.
Son estas personas quienes rompen esa línea que separa el juego de la perversión y la conducta sexual gratificante de una agresión que, lejos de considerarse patológica, está incluida en el Código Penal. Todo ello, y dejando al margen el caso de Errejón, ya en manos de la Justicia, nos lo aclara María Calvente Samos, psicóloga clínica y especialista en abuso sexual: “El sadomasoquismo lo practican personas que, mediante una comunicación transparente, fijan entre ellas cuáles serán los límites. Cada uno tiene claro qué desea y en qué consistirá el juego. Ninguno podrá salirse de este guion previamente pactado. Existen unas palabras de seguridad o claves que se emplean cuando uno de los dos considera que está traspasando los límites. Si esto ocurre, el acto debe detenerse de inmediato”.
Ocurre y es lo perverso de esta forma de sexualidad en la que, según nos advierte la psicóloga, a veces encuentra acomodo lo más oscuro de la personalidad humana. Nos lo ilustra con La pianista, una película de 2001 dirigida por Michael Haneke. “A través de su protagonista, Erika, vemos la enigmática dualidad que puede haber detrás de personas que utilizan el juego de dominación y sumisión sexual y el sexo furtivo como vía de escape para sus frustraciones, dolores, inseguridades y batallas existenciales”.
Erika es una pianista frustrada que ha vivido siempre bajo la sombra posesiva y absorbente de la madre. “Esta disciplinada mujer, profesora de música ejemplar durante el día, de noche desata los más oscuro y siniestro de su ser e inicia una perturbadora relación de sometimiento y dominación con un alumno”. Como ella misma dice, “no tiene sentimientos”. Si algún día llegara a tenerlos, estarían muy por debajo de su inteligencia.
La pianista, que, por cierto, utiliza el piano como símbolo de poder, nos lleva a plantearnos esa otra forma de entender el sadomasoquismo, como una manifestación tortuosa y depredadora del interior humano. “En el sadomasoquismo mal entendido, el grado de crueldad crece a medida que estas personas van alcanzando sus deseos y necesitando un grado mayor de satisfacción. ¿Qué impulsa a una persona educada con los más altos estándares morales a esa voluntad de satisfacer sus deseos al precio que sea? La película es un claro ejemplo. Su protagonista tiene unos valores muy elevados y admirados, pero aflora en ella ese otro perfil oscuro y reprimido que le lleva a abusar de una persona noble. Son dos partes de la personalidad que están disociadas, pero no cabe hablar de locura. Tampoco es una hipocresía”, indica Calvente Samos.
Añade que, para entender por qué alguien rompe ese equilibrio entre lo que uno defiende y lo que hace, hasta el punto de llegar a una violación u otras formas de agresión sexual, es necesario revisar su historia vital, sus represiones y complejos. “Esto nos puede dar una pista de por qué ese afán insaciable de poder expresado en su modo de vivir la sexualidad mediante dolor, humillación o abuso”.
Por otra parte, cualquier adicción o droga contribuye también a llenar el vacío afectivo que puede haber detrás de un depredador sexual. “Un depredador sexual -dice- es una persona con una gran inseguridad, fuertes dudas de su valía profunda y dificultades en controlar sus impulsos. Domina, controla, humilla… Su código moral y ético puede ser muy elevado y exigente consigo mismo y con los demás, pero hay una fuerte separación o disociación entre su ser y su discurso”.
Es preciso remarcar que el hecho de que existan códigos demuestra que el sadomasoquismo, una actividad que implica infligir dolor físico, se basa en el consentimiento. “Solo si esto es así, se trata de un acto seguro”, insiste la psicóloga. Las prácticas de sumisión y dominación incluyen términos como bondage (atadura de cuerdas), abducción (el poder por el que el que el dominante subyuga al sumiso), abrasión (uso de cera caliente, púas, correas con pinchos, etc) o adiestramiento (juego en el que uno adquiere el rol de una perra u otro animal) u otros muchos aún más perturbadores.
Además de ser inquietante, el sadomasoquismo no deja de ser una práctica llena de confusión. Si nos vamos al artículo 155 del Código Penal, tenemos que, incluso en caso de consentimiento, cuando existe lesión, hay castigo, aunque la pena, eso sí, será inferior en uno o dos grados. Además, este consentimiento no será válido si se refiere a “un menor de edad o una persona incapaz”. En cualquier caso, todo dependerá del grado de dureza y de su resultado. En ocasiones, las lesiones requieren asistencia médica y, por tanto, de acuerdo con el código deontológico, el equipo médico deberá rellenar parte de lesiones y trasladarlo a la Justicia, que activará la maquinaria judicial. Lo más probable es que el pacto de dominación/sumisión pierda toda validez legal y el amo acabe mudándose de la habitación roja a otra enrejada.