ESTILO 14

Cristina Pedroche, más Pedroche que nunca. ¿Por qué nos incomoda su belleza?

La presentadora dará la bienvenida a 2025 celebrando la vida, ensalzando su cuerpo y enviándonos un poderoso mensaje, pero, por los ataques que recibe, se ve que el cuerpo femenino sigue resultando ofensivo

En cuestión de horas, las doce campanadas marcarán el nuevo año, las mismas que faltan para que Cristina Pedroche vuela a dejar a unos con los tenedores suspendidos en el aire y a otros pinchando con rabia el plato. Es ya un clásico de nuestra Nochevieja. Y estos últimos son los ofendiditos por el reloj de arena que marcan sus curvas milimétricamente equilibradas, los coléricos por la insolencia con la que la presentadora nos planta cada 31 de diciembre una perfección que esculpe a fuerza de ejercicio y dieta o le vino dada por la madre que la parió. Discutirlo es otro clásico inapelable cada comienzo de año.

Es su undécima vez dándonos las campanadas, suficientes para admitir que somos poco indulgentes con la belleza física y que esta es un mal para quien cree no tenerla o para quien, lejos de buscarla, la rechaza mortificando a quien sí la encuentra. Es verdad que Pedroche, con la osadía que exhibe, hace tonto el consuelo de los que teorizan con la monserga de que la belleza es frágil y transitoria y animan a buscarla dentro del alma y del espíritu, más que en los signos del cuerpo. No es que no tengan razón, pero tiempo habrá el resto del año. Este es el momento de Cristina Pedroche y de deleitarnos con el shock estético en el que deja a su audiencia.

No es la carne que enseña lo que hace que sea única y deje boquiabierto al personal, sino el conjunto. La presentadora impregna a cada estilismo un mensaje que debería ser más poderoso que la piel que revelan sus transparencias. En 2023, se inspiró en la naturaleza y escogió un vestido con materiales orgánicos confeccionado por la joven diseñadora alternativa Paula Ulargui. Un año antes, de la mano de ACNUR, lució un diseño, obra de Íñigo Garaizabal, compuesto por un abrigo desmontable confeccionado por más de 75 refugiados, una falda de tul transparente y una escultura de paloma a modo de top hecha por Jacinto de Manuel como símbolo de libertad y paz en el mundo.

Ese es el significado de sus transparencias, tan versátiles como los juicios que suscita. Está, por otra parte, la cosa del marketing y de un equipo que idea cada año, con varios meses de antelación, cómo recrearse, picar al personal y avivar a una legión de haters que sale inmediatamente en bandada para abalanzarse sobre ella. Alguna vez, cuando los insultos rayan en lo intolerable, Pedroche contraataca con alegatos a favor de la libertad de unos para vestir como quieran y de otros para expresarse como les venga en gana. Pero las tenazas no dejan de apretar y ha tenido que acostumbrarse a que el escrutinio de su imagen se convierta en una tradición más de nuestra Nochevieja. A veces en una cuestión de Estado, según quién se inmiscuya.

¿Qué nos depara este año?

El número once implica un nuevo decenio. Será más Pedroche que nunca y olvidaremos los diez estilismos anteriores. A nueva década, nueva etapa. Será un vestido que no es vestido, habrá una capa tricolor… “No se derrite y quizá se lo pueda poner cualquier persona, tenga el cuerpo que tenga”, avanzó recientemente. Solo quizá. Está bien el matiz antes de dejar a nuestra imaginación a su libre albedrío. Añadimos también que esta vez tendrá como competidora a Lalachus, que, sin estrenarse aún, ya ha recibido también su buena tanda de mensajes de odio. Seguramente, los mismos ojos que se irritan ante la belleza de Pedroche se ofenden ante la de una mujer que no se ajusta a determinados cánones, provocando un dolor aún mayor.

Pero no es la belleza en sí lo que deja sin aliento a la audiencia, sino la seguridad con la que Pedroche la viste, su capacidad contagiosa de sentir que está viva y con ganas de conquistar el año que empieza. Es una mujer que se ama a sí misma, que no cuestiona sus medidas ni se pregunta si será digna de ser querida. Se sabe feliz y aparece convencida de ser ella misma. La mirada ajena le hace sentirse poderosa y alguna vez se habrá imaginado Marianne en el cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, con los pechos descubiertos y una bandera tricolor, saltando sobre los cadáveres, en este caso los haters que la crucifican.

Es la sensación que transmite. La de permitirse ese capricho. Por eso, no es su belleza lo que cautiva, sino su valentía. Si es o no perfecta, de eso nos olvidamos. Como cualquier otra mujer, ella también tiene demasiado de esto o le falta de aquello. Tendrá sus días malos, de esos en los que tendrá que descorrer el barro para destapar el sol. El instante de las campanadas la define porque es real y eso, en lugar de ofendernos, nos tranquiliza e inspira una manera de amarnos por encima de cualquier imperfección o magulladura, una manera de poner en valor ese cuerpo que, mientras nos siga resultando incómodo, solo nos convertirá en pobres criaturas.

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