SEX O NO SEX

¿Con quién fantaseas cuando nadie te ve? Las mujeres hablan

La actriz Gillian Anderson, la terapeuta sexual de Sex Education, ha recopilado en su libro Want los deseos femeninos más íntimos y nunca antes pronunciados

Gillian Anderson
La actriz Gillian Anderson

Gillian Anderson (Chicago, 1966) era una niña cuando se publicó Mi jardín secreto, de Nancy Friday, una obra de culto para millones de mujeres que durante años llevaron el libro en sus bolsos. Su autora recogía en él las fantasías sexuales femeninas más comunes contadas por ellas mismas. Sin inhibiciones. Su éxito reveló que, sin imperativos sociales, miedos y pudores, nuestra imaginación sexual se dispara hasta los niveles más transgresores.

La actriz lo leyó por primera vez mientras preparaba su papel como Jean Milburn, la terapeuta sexual de la exitosa serie Sex Education. El libro tenía casi tantos años como ella y, lógicamente, se preguntó de qué manera habrían cambiado las mujeres en sus fantasías o si las suyas propias serían como las del resto, aunque para hablar de sí misma sobre estos asuntos admite un recato chocante. Sin pensarlo demasiado, envió una invitación a mujeres de todo el mundo a través del periódico The Guardian para que compartieran esos pensamientos que ocultamos en nuestras cabezas. Les dio un plazo de 28 días para responder.

En ese tiempo, Gillian recibió 1.800 cartas anónimas que ha recopilado en Want, un libro que podría tomarse como la versión actualizada y ampliada de Mi jardín secreto. En él las mujeres liberan de nuevo sus deseos íntimos sin más identificación que su ubicación, religión y condición sexual. Son historias “honestas, crudas, íntimas y hermosas”, pero, al contrario que la obra de Friday, que contenía fragmentos sobre sexo no consentido e ilegal, Gillian ha marcado una línea roja que deja fuera cualquier testimonio que raye en “la ilegalidad, la bestialidad o el incesto”.

‘Sex Education’. Fuente: Netflix

El resto, incluido el deseo de dominación intensa o sexo violento, aparece tal cual lo han expresado las participantes. “Quiero que las mujeres de todo el mundo, y todas las que os identificáis intrínsecamente como mujeres ahora –queer, heterosexuales y bisexuales, no binarias, transgénero, poliamorosas-, todas vosotras, mayores y jóvenes, cualquiera que sea vuestra religión, casadas, solteras o no, me escribáis y me digáis en qué pensáis cuando pensáis en sexo”, propuso.

Ante la ingente respuesta, las seleccionó y organizó temáticamente: “Perversión”, “Desconocidos”, “Poder y sumisión” y otros títulos que están haciendo carraspear a sus primeros lectores. De Rumanía le llegó la carta de una bisexual que no quiere morir sin antes encontrar una iglesia vacía en la que poder practicar sexo oral con un hombre sobre el altar y que sus gemidos de placer resuenen por todo el templo sin miedo a que Dios la castigue. Una vez cumplido su particular capricho, confirmará que el sexo es “una de las experiencias más religiosas de nuestra vida”.

Desde Escocia, una casada que se define pansexual confiesa que, a causa del rechazo sufrido durante años, habría terminado con su vida de no ser por sus mundos imaginarios paralelos. Y una soltera, que no revela su ubicación, le contó que su fantasía desde hacía tiempo tenía como protagonista a un hombre dominante, adinerado y muy bueno en la cama. Un Christian Grey que compense todos los novios sexualmente pésimos que ha soportado desde los 17 años. “En mi fantasía, estoy con un hombre que me sorprende con reservas en un restaurante sin consultarme primero. Me compra un vestido nuevo y lo deja sobre la cama con una nota que dice ‘Ponte esto’. Me recoge en un coche caro, él paga la comida, por supuesto, y luego, en el dormitorio, no tengo que hacer nada. Soy completamente sumisa y disfruto de un placer increíble”, narra esta anónima aspirante a Anastasia Steele.

Algunas fantasías están excelentemente elaboradas, como la de una neozelandesa casada que se imagina abogada o escritora, más joven, delgada y capaz de enloquecer al mismísimo Harry Styles, con el que acaba teniendo sexo muy caliente y apasionado. Su segunda fantasía, un trío con su marido y otra mujer, alcanza también niveles tórridos, pero se ve tan pervertida con esta idea que acaba llorando.

A Gillian le sorprende que sigamos siendo vergonzosas, incluso a la hora de desatar nuestra imaginación en nuestra más estricta intimidad. Lo paradójico es que, cuando a ella le pidieron sus editores su testimonio, también se sonrojó. No es que se crea mojigata, pero de ahí a escribir sus propias fantasías le hizo sentirse incómoda y afloró su “alma británica”. Finalmente lo incluyó en su colección como una anónima más y serán los lectores quienes tendrán que descubrir cuál de todos los relatos le pertenece. A pesar de este recato, confiesa que, a medida que avanza hacia los 60, su filosofía de vida va tomando forma de acuerdo con este principio: “al diablo, triunfe o fracase, me voy a divertir”.

El artista Harry Styles. Fuente: EFE

El libro no es su primera licencia. Ya en su última ceremonia de los Globos de Oro escogió un vestido lleno de bordados con forma de vulva. Incluso ha creado una marca de bebidas naturales con el sugerente nombre G-Spot (Punto G). Eso y el hecho de que su oficio como actriz le permite entregarse a los caprichos sexuales de las mujeres que encarna, se ha habituado a moverse por el sexo con singular desenvoltura.

Las cartas las ha recibido con gratitud y sin juzgar, sabiendo que esas fantasías confesas vuelven a sus autoras poderosas. “En la privacidad de nuestra mente es el único lugar donde realmente tomamos el control de cuándo y cómo”, dice. Nada le sorprende, aunque sospecha que nuestra imaginación sigue modelada de acuerdo con nuestra cultura y los dogmas con los que nos educaron. Agradece doblemente la valentía de muchas mujeres que confiesan su obsesión lésbica desde una religión que condena la homosexualidad.

De acuerdo con lo anterior, ha descubierto que el nivel de transgresión es subjetivo. Si para unas resulta suficiente una escena lésbica, otras necesitan llegar a los rincones más oscuros de su psique para alcanzar el clímax. Una australiana se imagina moviéndose rítmicamente en una sesión de sexo grupal donde cada uno la devora sin dejar una porción de su cuerpo libre del apetito. Se transforma en una máquina capaz de alimentar a un batallón de hombres. Otra, ecuatoriana y soltera, aparece en sus fantasías con pene para practicar sexo con una o varias amantes y así sentir el placer de los hombres cuando practican la penetración.

El afán por conocer nuestras fantasías sexuales se repite periódicamente. En España, la sexóloga Valerie Tasso hizo este mismo experimento hace diez años. En su caso, después de leer los testimonios que recopiló en su libro Confesiones sin vergüenza, le sorprendió que muchos de los relatos terminaban con una disculpa o un juicio de valor negativo que delataba el temor de sí mismas por lo que podía dar de sí su imaginario erótico.

Al contrario que Gillian, ella sí rompió el hielo destapando su propia fantasía: “Me imagino en un hospital psiquiátrico. Solo llevo una bata que se ajusta por detrás y deja a la vista el culo, la espalda y las piernas. Cuatro enfermeros me atan a la cama con correas de cuero. Pase lo que pase, no podré moverme. Solo con imaginar este escenario ya llego al clímax”. Da igual si han pasado 50 o 10 años o si los testimonios son tan actuales como los de Want, lo que queda en evidencia es que cuando una mujer fantasea sexualmente, no hay moral ni prejuicio que la detenga. Pero una cosa es el deseo erótico y otra la fantasía sexual. Esta última no está construida para que acontezca en la realidad, el deseo sí.

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