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Coliving rural, otra manera de viajar y trabajar

Tomarse un respiro de la rutina, conectar con la naturaleza o conocer gente nueva son algunos de los motivos por los que animarse a experimentar el coliving, una modalidad que combina el trabajo remoto con la vida rural.

vive en un coliving permite trabajar en remoto y conectar
Cortesía de Rooral. Fotografía realizada por Berta Vicente Salas.

Para Juan Barbed la muerte de su abuela supuso una lección de vida. Al volver de Estados Unidos, el pueblo de su familia le acogió con especial cariño y a partir de ese momento surgió la idea de Rooral, una red de coliving con sede fija en Benarraba, en la serranía de Ronda (Málaga). No es el único ni mucho menos.

El fenómeno coliving es un modelo residencial diferente a casi todo: no son hostels, ni hoteles ni casas rurales, ni tampoco forman parte de la tendencia flexi living. Su principal característica es la convivencia en una zona rural que está preparada para el trabajo remoto y sobre todo, conectar con el entorno. 

Del mochilero al nómada digital 

“La gente quiere comunidad”, explica Juan, “sobre todo, autenticidad y sentirse bienvenido”. Hasta Benarraba llegan viajeros desde Estados Unidos, Noruega, Suecia y del resto de España buscando una manera más comprometida de conocer el país y seguir trabajando. “Hay que cambiar la narrativa de que es en las ciudades donde todo pasa”.

Para ello se alinea con ayuntamientos y entidades públicas en zonas rurales con menos de 500 habitantes o con problemas graves de despoblación. España está entre los tres países de la Unión Europea con mayor índice de despoblación rural según el Eurostat. Sumado a los problemas de acceso a la vivienda o el debate en torno al modelo turístico español, el coliving rural es un formato más cualitativo que puede dar muy buenos resultados.

Según Juan, el impacto económico en Benarraba ha sido de entre 80€ y 90€ semanales en negocios del pueblo, pero insiste en que el impacto social, el de “caras nuevas” es mucho más profundo.  Gracias a las actividades que organizan como la elaboración de queso de cabra payoya, talleres de cestería, colaboración en los huertos o clases de programación impartidos por los propios colivers, el pueblo se ha visto revitalizado. La clave está en “ayudar a retener talento en los pueblos y frenar la brecha demográfica”.

La vida rural, ¿romantizada?

Y es que a veces ocurre el flechazo. Después de pasar unos meses en La Folcrá, cerca del Pirineo catalán, cuatro colivers se mudaron definitivamente a la zona. “Hacemos de puente entre el mundo rural y el urbano” explica Joan Massó, cofundador junto con Elena de Arana de FEM Coliving, una masía del siglo XIV en plena naturaleza a una hora y media de Barcelona. Ellos mismos también decidieron cambiar de vida, mudarse al pueblo y bajar revoluciones. 

Los ritmos frenéticos de trabajo, el estrés, la ansiedad o el síndrome del trabajador quemado (burnout), ya afectan a 7 de cada 10 trabajadores en España. Todos ellos factores que animan a muchas personas a probar otra manera de vivir y trabajar, aunque Joan matiza “estas experiencias también sirven para alinear las expectativas respecto al mundo rural y entender cómo funciona realmente” 

O bien la vida en el pueblo destila aburrimiento o bien se romantiza. Ambos clichés conviven en el imaginario colectivo y precisamente vivir unas semanas en un coliving rural es la mejor manera de descubrir si la vida en el campo es la opción adecuada.   

Más allá de trabajar en remoto: impacto social y arraigo 

Desde la tala de eucaliptos, apertura de caminos, festivales de música, talleres gratuitos, murales colectivos, hasta proyectos de residencias artísticas con becas. La vida no se para en Anceu, fundado por Agustín Jamardo en Pontevedra, Galicia. 

Este programador conoce la vida del nómada digital y también la soledad que se puede sentir después de estar viajando y trabajando en remoto durante años. En 2018 decidió dar forma a este coliving que cuenta con una ONG propia y que pone en valor la vida en comunidad desde diferentes colectivos tecnológicos y medioambientales.

Con un mínimo de 2 semanas y un máximo que varía entre los 2 y 4 meses de estancia, los colivers no rotan tanto como en otros modelos habitacionales, generando otro tipo de relaciones más profundas. “Si generas un motor cultural en una zona rural puedes atraer a mucha gente” explica. 

 

El futuro del coliving en auge

Poner en marcha un proyecto coliving no es sencillo. Actualmente no hay una regulación urbanística específica para el “uso del suelo” de un coliving y las licencias dependen de la normativa de cada comunidad autónoma. Para Martín Fleischer, inversor de proyectos y fundador de El Refugio, uno de los primeros coliving rurales de España, cualquier proyecto así necesita de “conectividad de transporte, servicios accesibles y un buen diseño de espacios comunes, especialmente las áreas de trabajo, que deben ser ergonómicas, bien conectadas y luminosas”

A esto hay que sumarle que no todo lo que se llama “coliving” lo es, sobre todo en centros urbanos, utilizados como residencia de estudiantes o como soluciones para trabajadores expats. En cualquier caso, Martín prevé que el mercado del coliving  “es más atractivo para inversores y operadores privados al representar una rentabilidad mayor que los clásicos negocios inmobiliarios. De hecho ya existen Fondos de Capital de Riesgo enfocados exclusivamente en coliving”

Con estos factores en mente, el coliving rural se perfila como una tendencia en crecimiento, ofreciendo no solo una solución habitacional innovadora, sino también una oportunidad de revitalizar comunidades rurales y fomentar una vida  personal y laboral más equilibrada. 

 

 






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