ESTILO14

Cincuenta años de infidelidades continuas

Doña Sofía, la reina emérita, se hartó de cantar por Mocedades lo de "Tú me admiras porque callo y miro al cielo"…

Boda de los reyes eméritos, el 14 de mayo de 1962. EFE

¡Buena está montada! Toda familia tiene sus dosis de drama, pero una familia real más aún. Y la realeza española, desde que un buen día se levantó la veda del respeto institucional, se ha visto envuelta en muchos escándalos y disputas a lo largo de los años, coronándose en que llevamos de siglo con peleas familiares, corrupción y aventuras amorosas de larga duración. Marta Gayá, Coninna Larsen, Bárbara Rey La punta del iceberg, ya que según el exmilitar y escritor Amadeo Martínez Inglés, el emérito se habría acostado con más de 2.000 mujeres entre 1976 y 1994, 62 de ellas en un periodo de seis meses.

Y Sofía, ¿qué opina de todo esto? La reina emérita, pese a su perfil bajísimo, sigue siendo muy popular entre los españoles y también en su Grecia natal. Busco en los libros de Pilar Urbano y en otras fuentes, pero no existen declaraciones públicas verificadas de Doña Sofía sobre Bárbara Rey, la figura más mediática en estos momentos por su largo vínculo sentimental con Juan Carlos de Bribón, y, como es común en su rol, no se pronuncia sobre temas de este tipo.

Lo más cerca que está de decir algo se puede leer en la página 187 de La Reina muy de cerca (Planeta, 2008), uno de los libros de entrevistas escrito por Urbano: “¡No somos de piedra! Hacerse el sordo, cuesta. Hacerse la tonta, cuesta. Callarse cuesta. Todos tenemos nuestro amor propio. Pero hay que tragarse el sapo y seguir la vida: recibir, saludar, sonreír “qué tal, qué tal” como si nada. Peor sería que te sacaran de tu sitio”.

Naves ardiendo más allá de Orión

A Doña Sofía no la han conseguido sacar de quicio ninguna de las tropelías que se han amontado a su alrededor. Ella ha tenido que ver y vivir cosas que hace cuarenta años no hubiéramos creído: ha visto atacar naves en llamas más allá de Orión y ha visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, pero todos esos momentos, desgraciadamente para ella, no se pierden en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

Doña Sofía y Don Juan Carlos bailan entre el público en el baile de la Ópera de Austria. EFE

Tras la escandalosa abdicación y huida del país de su marido, Sofía goza de una autoridad incuestionable entre nosotros, algo realmente destacable, porque ella no es española de nacimiento y tuvo que pelear con bravura para que se la considerara merecedora de nuestro respeto y admiración. De joven jamás se le pasó por la cabeza que sería reina de España. Sin embargo, si hubiera un concurso para elegir a los antepasados más nobles del mundo Sofía probablemente estaría entre los diez primeros: entre sus antepasados directos se incluyen los reyes de Gran Bretaña y Dinamarca, así como los emperadores de Rusia y Alemania. La mayoría de sus parientes reales procedían de Grecia, donde ella nació en 1938. En ese momento, su padre era el príncipe heredero –y futuro penúltimo rey de los helenos– Pablo. Se esperaba que la niña tuviera una infancia feliz y una vida sin problemas. En cambio, la pequeña Sofía tuvo que comer hierba y vivir entre ratas: en 1941 Grecia fue invadida por Hitler y los padres de Sofía, junto con el resto de la familia real, se vieron obligados a huir del país. Primero huyeron a Egipto y luego a Sudáfrica, donde el padre de Sofía no tenía acceso al dinero familiar. Los aristócratas hereditarios se las tuvieron que apañar para vivir en chozas miserables e infestadas de ratas y se vieron obligados a subsistir a base de hierbas recogidas en las orillas de los caminos. Esta situación se prolongó durante cinco años, hasta que al final de la Segunda Guerra Mundial la familia regresó a su hogar y, un año después, el padre de Sofía fue proclamado rey Pablo I de Grecia.

Después de graduarse de la universidad, la estricta madre de la princesa, la reina Federica, envió a Sofía a trabajar como enfermera en un hospital de maternidad. Debido a su origen, se suponía que la princesa solo debía trabajar en los turnos diurnos, pero en contra de los deseos de sus padres Sofía quiso hacer guardias y trabajar de noche, igual que sus colegas plebeyos. A pesar de su fortaleza interior, Sofía era muy tímida; su madre, en cambio, se caracterizaba por un carácter fuerte.

Fue ella quien eligió marido para su hija, el infante español Juan Carlos de Bribón, como habrán adivinado. La joven princesa griega conoció al futuro rey de España en 1954, en un crucero por el Mediterráneo organizado por la propia Federica de Hannover para hermanar a las familias monárquicas europeas. Entonces, Sofía tenía 15 años y Juan Carlos, diez meses mayor que ella, 16. En ese momento no se impresionaron el uno al otro. Sin embargo, la madre de la princesa no cejó en su empeño por casar a su hija con el infante, hijo del heredero al trono español, Don Juan de Borbón, y seis años después se volvieron a encontrar. De ahí, sí. Y dos años después se casaron. Al parecer, la romántica Sofía se enamoró del espectacularmente guapo Juan Carlos, pero el infante sólo empezó a considerar este matrimonio como un cometido dinástico, e inmediatamente después de la boda –para la que Sofía tuvo que convertirse al catolicismo, abandonando su religión natal ortodoxa– ya empezó a engañar a su joven esposa. Después del nacimiento de sus hijos, garantizada la continuidad dinástica con la llegada de Felipe de Borbón, Juan Carlos pensó que el objetivo estaba conseguido y finalmente, tras la muerte de Franco, la restauración de la monarquía en España y el nombramiento de Juan Carlos como rey (y Sofía como reina) la relación matrimonial se enfrió.

La entonces princesa Doña Sofía con su hija la Infanta Elena en brazos, a su llegada al aeropuerto de Barajas procedente de Atenas en marzo de 1964, tras el fallecimiento del su padre, el Rey Pablo de Grecia. EFE

Una tentativa de divorcio

Su vida personal era tan insoportable que Sofía se planteó seriamente el divorcio; de hecho, la pareja ya no vivía junta, manteniendo sólo la apariencia de una familia feliz. Sin embargo, el divorcio fue impedido por la madre de Sofía: un par de años antes de estos acontecimientos, la monarquía en Grecia dejó de existir; el último monarca griego, Constantino II, hermano de Sofía, se vio obligado a huir del país, y Federica no podía permitir que su hija perdiera también la corona. Fue ella quien insistió en preservar el matrimonio y, después de muchas dudas, Sofía decidió no abandonar a Juan Carlos y sacrificar su felicidad personal.

En aquella época sonaba insistentemente en todas las radios una canción de Juan Carlos Calderón interpretada por Mocedades, Tómame o déjame, cuya letra decía cosas como: “Tómame o déjame / Pero no me pidas que te crea más / Cuando llegas tarde a casa / No tienes porque inventar / Pues tu ropa huele a leña de otro hogar // Tómame o déjame / Si no estoy despierta, déjame soñar / No me beses en la frente /
Sabes que te oí llegar / Y tu beso sabe a culpabilidad // Tú me admiras porque callo y miro al cielo / Porque no me ves llorar / Y te sientes cada día más pequeño / Y esquivas mi mirada en tu mirar”. ¿Se sentiría Sofía reflejada en esa exitosa balada sobre la infidelidad?

Doña Sofía hizo, a continuación, todo lo posible para convertirse en la reina perfecta; nunca acusó públicamente a su marido de infidelidad y se concentró en ganarse el cariño de los españoles, tarea que no le resultó nada fácil. La reina participó activamente en todo tipo de asuntos de ayuda social: las fundaciones que trabajaron bajo su liderazgo ayudaron a miles de personas en tiempos difíciles, lanzó una serie de programas para la rehabilitación de discapacitados y drogadictos. Creó una serie de instituciones de educación superior, incluidas escuelas de música. Y, a veces, tuvo que adaptarse a las circunstancias, como, por ejemplo, las corridas de toros, entonces tan populares en España, y que ella, por su conciencia abiertamente animalista, no toleraba, sin que lo dijera públicamente.

En la actualidad, y pese a que no le gustan los toros, ni el fútbol, ni el flamenco, Doña Sofía es querida. Y es a ella a la que se debe el matrimonio de su hijo, Felipe VI, con Doña Letizia: el rey Juan Carlos se opuso firmemente a ese matrimonio. Su hijo no solo se había enamorado de una plebeya, sino que esta venía acompañada por una mala reputación en términos monárquicos. Juan Carlos estuvo a punto de impedir el matrimonio de su hijo, pero Sofía, viendo que Felipe amaba sinceramente a su novia, y considerando que eso era suficiente para ser feliz, intervino y convenció a su marido para que aceptara la elección de su hijo.

Viaje de la reina a Cabo Verde. EFE

2012, “annus horribilis”

Que los hechos tanto tiempo mantenidos ocultos sean la comidilla nacional ya no le deben de resultar dolorosos. Todo subió de tono hace doce años, cuando la periodista Pilar Eyre publicó La soledad de la Reina (La Esfera de los libros, 2012), en la que se aireaba su largo sufrimiento como esposa de un mujeriego en serie. En el libro se detallaban las numerosas indiscreciones del emérito, incluido un supuesto intento por propasarse con Lady Di, y se afirmaba con rotundidad que la pareja no había compartido cama desde mediados de los años setenta. Ese mismo annus horribilis, saltó a los titulares la relación de Juan Carlos con Corinna Larsen, al conocerse que ella le había acompañado en el famoso viaje de caza de elefantes a Botsuana en el que el Bribón se rompió la cadera. Un año antes de aquel safari, la agencia de contactos estadounidense Ashley Madison, especializada en facilitar encuentros furtivos entre personas emparejadas, utilizó una imagen de Juan Carlos para una campaña publicitaria en plena Gran Vía madrileña, en la que el emérito aparecía junto a Bill Clinton y el entonces príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra, junto a la leyenda: “¿Qué tienen estas realezas en común? Deberían haber utilizado Ashley Madison”.

Dos meses después de la publicación del libro de Eyre, Ashley Madison volvía a la carga, con un fotomontaje en el que se veía a Juan Carlos de Bribón flanqueado por dos modelos con poca ropa junto al eslogan: “El mejor lugar para cazar una aventura”. Poco después, Ashley Madison repitió la jugada, publicando en la revista satírica El Jueves una imagen retocada de la Reina Sofía, en la que esta aparecía sonriente sobre los hombros desnudos de un hombre mucho más joven, bajo el eslogan “Ya no tienes por qué pasar la noche sola”. En este caso, a Doña Sofía sí se le hincharon las narices y presentó de forma privada, a través del abogado Antonio Hernández Gil, una demanda en defensa de su propia imagen en el Juzgado de Primera Instancia número 50 de Madrid contra la firma Avid Dating Life Europe Ireland Ltd., propietaria de Ashley Madison. La demanda fue retirada pocos meses después, para que no se produjera un indeseado “efecto Streisand”, ya que la todavía reina no pedía ninguna compensación económica, sólo una disculpa pública y la garantía de que no volvería a ocurrir.

Han sido casi cincuenta años de humillaciones, y Doña Sofía sí ha manifestado que le gustaría pasar sus últimos años en Grecia y que cuando muera sea incinerada, y que sus cenizas sean arrojadas al mar Egeo. Desde la muerte de su hermano Constantino, en enero del año pasado, la reina emérita procura pasar el mayor tiempo posible con su hermana, la princesa Irene de Grecia, residente en el Palacio de la Zarzuela, y su cuñada, Ana María de Dinamarca y Grecia.

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