Empieza la temporada de las cenas navideñas en el mundo de la empresa. Todos tenemos ya más o menos claro, cuándo y dónde tocarán, pero nuestro imaginario aún no abarca todo lo que nos depararán.
He vivido en varios países y, desde luego que como en España, no se vive esta curiosa cita. A pesar de crisis económicas y pandemias, la cena de empresa sigue siendo una tradición tan inquebrantable como necesaria.
La relación laboral, durante unas horas, se transforma. Se mezcla buena comida con algo de vino y claro, ese halo festivo nos exalta. Administrativos y juristas se olvidan de los tediosos procesos y NDA, y hasta el compañero más aburrido, con el karaoke se anima. En Madrid, por ejemplo, muchos acaban en el Toni2, alrededor de un piano, cantando canciones de otra época.
Sin embargo, al día siguiente y sin precisar de la UCO, revisamos nuestros móviles, y “madre mía”. Sí que dio de sí, la cenita. Descubrimos con sonrisas (o lágrimas), como todas esas peripecias se han ido difundiendo en redes y más allá. Nadie se salva, la que parecía ser una noche de las más plácidas, se transformó de repente, en un vago recuerdo y un auténtico campo de minas.
Magia y peligros virales de la cena
Las cenas de empresa de este año seguirán probablemente venerando esta veterana institución. Serán como una mezcla entre “reality show” y ficción, una oportunidad única de ver bajo un nuevo prisma ese compañero que nunca suelta el boli, ni una palabra. En esta fantasía laboral, en la cual cada uno participa, cambiamos el tradicional vestido o chaqueta, por un atuendo que deslumbra o da risa. La taza de la cafetería se transforma de repente en copa de balón y las sillas de la oficina en un cómodo sillón.
No obstante, con el auge de la tecnología de bolsillo, estas cenas y otros eventos privados, también se han convertido en un auténtico peligro. Los asistentes a estas festividades terminan compartiendo contenidos tan privados como “delicados” en redes.
Las cenas navideñas generan memorables momentos, son un hermoso pilar del team building, pero acumulan a menudo cartulinas rojas por pequeños descuidos. ¿Quién no sucumbirá este año a la tentación de grabar a su jefe o su compañero bailando? Parece inofensivo, pero ¿qué cara se le quedará el lunes cuando vea las imágenes fuera de contexto?
Decálogos de errores comunes
Sea en la empresa o en una fiesta privada, tenemos que ir aprendiendo y no repetir los mismos errores que en nuestra propia casa. La ocurrencia más habitual es retratar instantes divertidos y distribuidos sin permiso de los propios interesados. A estas alturas, ya deberíamos haber asumido que no todo lo vivido, debería ser compartido.
Otro daño colateral de esta gran traca final es la fuga de información a través de algún chat grupal. Lo presencié en alguna ocasión y me entró una gran vergüenza ajena y hasta cierta indignación. Alguien había confundido el destinatario de un osado mensaje privado, y se convirtió en una desafortunada metedura de pata en un masivo foro corporativo. Estos malentendidos generan daños a la reputación y por supuesto mal rollo. Videos que circulan como si fueran cromos por grupos de mensajería, acaban siempre en las peores manos. Sea en esta o en otra época del año, deberíamos saber (y más con lo recientemente acontecido en el panorama político) que contar cosas morbosas por WhatsApp es un deporte más que arriesgado.
Recordemos también que estas cenas suelen ser el paroxismo de la amistad y su exaltación, algunos bailes acaban, de hecho, en algún tipo de relación. Sin embargo, hay que controlarnos en la creatividad ya que algún selfie de lo más inocente, puede convertirse en una tensión de la más fuerte, dependiendo de quién lo vea y cómo lo interprete.
¿Cómo sobrevivir a la cena de Navidad?
El grado de alcohol y el ambiente ayudando, nos solemos dejar llevar por el “demasiado” buen rollo. No nos entreguemos a esa falsa sensación o a ese pícaro amigo. Si estamos pensando en grabar algo, reflexionemos primero. La regla de oro es muy simple: si la foto puede incomodar a alguien, ¡no la publiques!
Como suelo hacerlo en mis multitudinarias fiestas de verano, establecer unos límites es de lo más prioritario y sano. Pedir a la gente su autorización para retratarles e indicarles que la idea es compartirlo, no es ningún incordio. Subir a redes momentos alegres es pan de cada día, y tus compañeros agradecerán tu pregunta. Habrá probablemente algún “prefiero no salir en fotos” y habrá que aceptarlo llanamente para evitar futuros dolores de cabeza.
Las redes sociales van cambiando. Revisa también tu configuración de privacidad de vez en cuando. Asegúrate de quién tiene acceso a todo. Es también mejor evitar etiquetar a gente sin su acuerdo previo. ¿Cuántas amigas no se veían bien en la foto y supuso un posterior disgusto? Si no ha gustado algo, mejor borrarlo antes de pasar un mal trago.
Sencillamente, disfruta del momento
En mi último libro Máster en Desconexión Digital trataba en particular del Mindfull Work (mindfulness en el trabajo) y de cómo disfrutar de un buen ambiente en el curro y durante todo el año. Entre decenas de consejos prácticos aparecen algunos como dejar de usar los teléfonos en reuniones o charlar con los compañeros en el desayuno, en vez de estar todos en la pantallita focalizado. Dejar el móvil apartado en estas cenas es la mejor manera de vivir el momento y evitar problemas.
Participa mejor en conversaciones y deja para más tarde, los Whatsapp y otras felicitaciones. Las cenas de empresa no solo son una oportunidad para divertirse, también lo son para fortalecer lazos con tus compañeros de oficina, durante la cena y en el posterior baile.
Así que, este año cuando resuene la música, recuerda lo que te dije y apórtale tu propio toque de discreción y alegría. Deja tu smartphone en el bolsillo y saca tu mejor faceta, la más genuina.