Celos, gritos y toxicidad en ‘La isla de las tentaciones’: ¿el amor en la generación Z?

Lo que se desprende de este concurso es que los jóvenes disfrutan del sexo sin culpa, pero en el amor siguen rigiéndose por patrones poco saludables. Una psicóloga nos ayuda a detectar algunas líneas rojas

De todas las frases para enmarcar que nos sirve La isla de las tentaciones en cada una de sus ediciones, hay una que debería entrar en cualquier antología que defina qué no es el amor: “Montoya solo va donde brilla”. La ha pronunciado uno de sus concursantes, Juan Carlos Montoya, sevillano y quizás el más visceral. Y lo dice tirándose al suelo, desgañitándose, sintiendo astas en el lugar donde debería haber un par de neuronas que le devolviesen el sentido común y, de tanto como dice que quiere a su novia, acaba rompiéndose la camisa. Literal. Igual que cantó el icónico Camarón, pero cambiándole la letra y la intención.

Anita, la mujer que le hace perder el sentido, no le va a la zaga en despropósitos y en una forma de amar, definitivamente tóxica, por más que nos deje enganchados a la televisión o a las redes sociales que viralizan estas situaciones. Lo mismo se puede decir del resto de los concursantes, que tan pronto juran amor hasta la eternidad y mueren de celos como se entregan apasionada y voluptuosamente a la tentación. Lo que allí se observa es, según nos indica Cristina Delgado, psicóloga y fundadora de Creciendo Juntos, “el mapa del amor tóxico en todas sus formas”.

Choca porque la generación Z, a la que pertenece la mayoría de sus concursantes, nos hace cree que sus reglas del amor son otras. Lo dicen algunos estudios y lo corroboran en sus encuestas. “La generación Z tiene claro quién es, cómo se define y qué lenguaje usa para cada cosa. En el amor, rechaza presiones, etiquetas, estereotipos, exclusividad o compromiso”, explica la psicóloga. Un 80% da prioridad al autocuidado. Perfecto. Son sus patrones y nada podría reprochar el baby boom, la generación millenial o cualquier otra que les preceda. Pero no les ponga usted a prueba. No les haga mostrarse tal cual son. Al desnudo, sin máscaras, sin mecanismos de defensa y con sus vulnerabilidades a la luz, tal y como hace La isla de las tentaciones. “Cuando me hacen enfadar, pongo la garrita. A malas soy muy mala, la verdad”, avanzó Anita en su presentación. Y no defraudó.

En este programa de televisión, cinco parejas en crisis viajan a una isla paradisíaca para poner a prueba la fortaleza de su relación. Separadas en casas diferentes, deberán convivir con un grupo de solteros y solteras que les pondrán a prueba diariamente. Es decir, máximum de tentación y el máximum de oportunidad. Y ahí estos jóvenes, que dicen resistirlo todo, caen. No se salva ni el tato. Rescatando otra de las gloriosas frases del concurso, todos están “más frescos que una atracción de feria”.

Una a una, y sin esperar demasiado, van asomando esas actitudes de unos y reacciones de otros que, según nos explica Delgado, delatan toxicidad en sus maneras de vivir y expresar el enamoramiento: “Llantos, gritos, faltas de respeto, necesidad de control y manipulación, cosificación e infidelidades motivadas por una necesidad de venganza más que por un deseo auténtico”. Se repiten frases tan debilitantes, como “sin él/ella no soy nada”, “no tengo ganas de nada”, “lo era todo para mí” o, volviendo al singular Montoya, conocido como el romántico de la rumba, “ya no me apetece ni berrear ni llorar”.

En estos comportamientos y expresiones la psicóloga detecta inseguridades y falta de control emocional propios de estilos afectivos controladores, posesivos, inmaduros y, a menudo, narcisistas. ¿Es así como ama la generación Z? Paradójicamente, es la primera generación de hombres y mujeres que se ha criado con la palabra empoderamiento en el biberón, un vocablo que, a la vista está, ha resultado engañoso.

Estas mismas mujeres sufridoras viven el sexo sin culpa y la monogamia les produce urticaria. Se dicen empoderadas y reclaman su derecho al placer. Aparentemente, viven el concurso sin miedo, sin juzgarse a sí mismas cuando disfrutan del sexo de una forma más fluida, menos encorsetada. Pero, de repente, al descubrir la misma actitud en sus parejas, se les dispara el termómetro emocional y recuperan tabús, prejuicios y corsés. Y viceversa.

En los hombres la reacción es idéntica. “Es una actitud contradictoria, poco saludable y causante de daños emocionales que, en ocasiones, son el detonante de agresiones físicas. No han conseguido escapar de esos estilos de amor tóxicos y dañinos para su crecimiento tan profundamente arraigados en la sociedad. Es una constante y vemos en ellos las mismas actitudes expresadas con un vocabulario diferente”, advierte Delgado.

Pero por mucho que la sociedad se transforme, las ganas de amar y enamorarse no se han perdido. Eso es evidente. Falta, sin embargo, un cambio de patrón para hacerlo de manera placentera y positiva. No puede ser que el coste de un flirteo o de una relación de amor sea fuente de sufrimiento, ansiedad, pérdida de autoestima o comportamientos autodestructivos. Si nos atenemos a lo que transmiten estos concursos, los problemas son los de siempre y, en la era de las aplicaciones de citas y las redes sociales, vienen marcados por el anonimato, la inmediatez y la sobreexposición. “Especialmente las mujeres -añade la psicóloga-, deben enfrentarse a nuevas formas de violencia, como la difusión de imágenes de contenido íntimo sin consentimiento o recepción de contenido sexual sin haberlo solicitado, acoso verbal, obligación de responder inmediatamente a la pareja, etc. No han aumentado, pero sí se encuentran con nuevos desafíos”.

No todo es turbio. La generación Z ha dado un gran paso. “Conoce mucho mejor que los jóvenes de otras generaciones las líneas rojas que dan paso a una relación tóxica y disponen de mejores recursos para identificarlas, tomar medidas y buscar ayuda en amigos, familiares o un profesional cuando las viven en su propia carne”. Las señales son inequívocas: faltas de respeto (insultos, desprecio o burlas), celos, revanchas, control, hacer que el otro se sienta culpable sin una causa, mala comunicación y, por supuesto, violencia, tanto emocional como física. Rascando un poco más, son síntomas de relaciones entre personas dependientes que buscan validarse o tienen sensación de no poder vivir una sin la otra. También se dan en relaciones narcisistas, en la que uno busca atención constante sin ser capaz de reparar en las necesidades de su pareja. O en relaciones basadas en la manipulación y el control.

La isla de las tentaciones es una ventana perfecta porque reproduce patrones presentes en nuestra sociedad. Lo que se aprecia es que queda por delante mucho trabajo para no cruzar los límites saludables, mantener conversaciones y saber alejarnos de personas poco empáticas y con comportamientos inadecuados antes de crear con ellas apegos patológicos basados en la desconfianza. Si el amor no es alegría y motivo de crecimiento mutuo, claramente el corazón no está latiendo como es debido.

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