Para entender a Cayetana de Alba y su gracia al exprimir la naranja de la vida un día sí y otro también, simplemente hay que detenerse en la imagen con la que inauguró su tercer matrimonio, el 5 de octubre de 2011. Salió con Alfonso Díez, el nuevo duque consorte, a las puertas del Palacio de Las Dueñas y compartió su alegría con los sevillanos bailando descalza. Sus pies bailarines sostenían el peso de sus 85 años como un imán que atraía hacia sus plantas todas las fuerzas de la Tierra. Emanaba energía y con sus gráciles movimientos festejaba la sensación de estar viva y de seguir amando.
En su cuerpo, consumido por los años, tomaba vida su vestido de estilo barroco diseñado por Victorio&Lucchino en seda natural de color rosa coquillage, con encaje Balencie y unos sutiles volantes de gasa. Sus manoletinas en encaje y gasa con jazmines realzaban su ya frágil salero. Era la vivía estampa de esa “duquesa castiza, valleinclanesca, artista, única e intransferible, dueña de sus silencios y de su libertad”, como la describió su biógrafo Antonio Burgos. Un brazalete de brillantes, regalo de su madrina, la Reina Victoria Eugenia, simbolizaba el poderío de sus 43 títulos nobiliarios, 14 de ellos con grandeza de España.
Durante ese ratito, su felicidad fue la de todos los sevillanos que le hicieron el paseíllo con lisonjas y palmas. Entre ellos, su madrina de boda y leal amiga Carmen Tello, vestida de rojo y con mantilla blanca también por Victorio & Lucchino, que se inspiraron en ella como icono de mujer andaluza.
El rostro de Cayetana fue suficiente para que sus seis hijos enterrasen definitivamente cualquier suspicacia en torno a Alfonso Díez, 24 años menor. Antes de la boda, la duquesa quiso espantar cualquier desconfianza repartiendo ante notario el grueso de su fortuna, unos 3.500 millones de euros según Forbes, entre su prole. Por su parte, el nuevo duque consorte, que hoy vive una discreta jubilación en su piso de Chamberí, renunció por escrito a la herencia. La duquesa, como ella misma declaró, encontró en él “compresión, ayuda, compenetración, amor y mucho más”. Así las cosas, el matrimonio quedó bendecido.
Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia son hijos del primer marido de la duquesa, el aristócrata Luis Martínez de Irujo. La habían cortejado príncipes, banqueros, intelectuales y aristócratas llegados de cualquier parte del mundo. Su padre escogió y la boda se celebró en 1947 con un presupuesto de 20 millones de pesetas. Fue un casamiento con un tinte casi feudal. Su gran amor, cuando solo tenía 17 años, fue el sevillano Pepe Luis Vázquez, el mejor torero de capa. Juntos vivieron un apasionado romance que el duque cortó para ofrecerle un amor digno de su condición.
Cayetana nació el 28 de marzo de 1926 en el Palacio de Liria, en Madrid, uno de los buques insignias de la Casa de Alba, y fue apadrinada por el Rey Alfonso XIII. Con solo siete años perdió a su madre, María del Rosario de Silva, a causa de una tuberculosis a los 33 años. Desde entonces, su padre, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, duque de Alba se volcó en la pequeña Tanuca, que así la llamaban, y en su exquisita educación. Con 13 años, era una experta esquiadora y practicaba tenis y equitación. Dominaba inglés, alemán, francés e italiano. Después de una década en el exilio, con 16 años volvió a España. El 28 de abril de 1943, con 17, celebró su puesta de largo en Las Dueñas. Desde entonces, se consideró tan castiza como sevillana.
Con Martínez de Irujo se casó en el altar mayor de la catedral de Sevilla vestida de raso natural blanco. El general Franco no fue invitado por las malas relaciones con el duque y el periódico Arriba, órgano oficial del movimiento, narró con sorna la fastuosidad de la boda: “Al pueblo español le gusta encontrar de vez en cuando materia prima para sus sueños”. Seis hijos después y varios abortos, en 1972 Martínez de Irujo murió de forma inesperada a causa de una leucemia.
La viudez le duró poco a la duquesa. El 16 de enero de 1978, contrajo matrimonio con Jesús Aguirre, que, además de cura que había colgado la sotana por una crisis de sacerdocio, era rojo. A esta ceremonia, celebrada en la pequeña capilla del Palacio de Liria, asistieron más periodistas que invitados. Aguirre, como contó de él Manuel Vázquez Montalbán, se acomodó bien a su nueva posición. “Jesús ha sido siempre duque”, contó irónico. Aunque Carlos, el primogénito y actual duque de Alba, ejerció de padrino, Aguirre nunca se ganó el aprecio de buena parte de la familia. Su advertencia -“No se preocupen si caigo mal. Ya gustaré”- cayó en saco roto.
A quien sí sedujo fue a la duquesa. Para conquistarla, le escribía poemas de amor que le enviaba en secreto al Palacio. Después de 23 años de unión, Aguirre murió a los 64 años debido a un cáncer. De nuevo viuda, Cayetana se refugió en sus hijos y nietos y en la ciudad que tanto amó: Sevilla. Siete años de luto fueron suficientes para abrir su corazón al amor y en 2008 apareció Alfonso Díez, a quien conoció de forma casual en un cine.
La duquesa amó la vida en toda su plenitud y se volcaba con pasión en todo cuanto esta le ofrecía. La pintura, el baile, los toros, las gentes, las obras benéficas… Cualquier circunstancia era oportuna para dejar que emanase su temperamento. Por Liria y Las Dueñas pasaron Lola Flores, Sophia Loren, Vicente Parra, Francisco Umbral, Felipe González, Grace Kelly, Ava Gardner y un sinfín de celebridades. La definición de Antonio Burgos encierra todo lo que era. Artista, goyesca, aristócrata, bohemia… Su estilo, lleno de color y toques hippies, reflejaba esa personalidad arrolladora. Solo se arrepintió, y mucho, de no haberse dejado retratar desnuda por Pablo Picasso. Su primer marido se lo prohibió.
En los últimos años, sufrió varios achaques de salud, pero caminaba del brazo de su esposo y hacía su vida normal. Falleció el 20 de noviembre de 2014, con 88 años, en Las Dueñas. Por su capilla ardiente pasaron más de 70.000 personas. Su nieta Brianda le dedicó unas palabras destacando su espontaneidad y su carácter decidido y obstinado. “¡Era imparable!”, concluyó. Vivió sin convencionalismos, sin prejuicios trasnochados. Rebelde, disfrutona, divertida, irrepetible. Parte de sus restos descansan a los pies del Señor de la Salud de la Hermandad de Los Gitanos para que escuche cada Semana Santa las saetas de la Madrugá. Cayetana Fitz-James Stuart murió sonriendo porque, aunque se acabó, sucedió intensamente.