El Palacio de Buckingham ha confirmado lo que ya flotaba como niebla sobre Londres: el rey ha cancelado parte de su agenda pública por los efectos secundarios del tratamiento contra el cáncer que se le detectó hace unas semanas.
Lo que comenzó como un ingreso por una afección prostática, y fue comunicado con la naturalidad que sólo los Windsor pueden simular, ha mutado en una lucha más seria y silenciosa. Un comunicado de la Casa Real Británica ha detallado que Carlos de Inglaterra “continúa con su tratamiento” y que, aunque sigue trabajando en privado, se ha visto obligado a suspender varios compromisos públicos debido al impacto físico de las sesiones.
No hay dramatismo en el comunicado. Pero sí lo hay en el silencio posterior. Porque cuando un rey no habla, es su ausencia la que grita. Y la ausencia de Carlos en actos previstos -esos en los que se estrechan manos con una sonrisa medida y se da sentido al papel ceremonial de un monarca- empieza a notarse con la preocupación que sólo despierta lo desconocido en un país que ha sobrevivido siglos gracias a la previsibilidad de su Corona.

Carlos de Inglaterra. Fotografía: EFE
El tratamiento, según cuentan fuentes cercanas citadas en la prensa británica, está siendo más agresivo de lo que inicialmente se creyó. No ha trascendido el tipo de cáncer ni la fase, pero sí que está “respondiendo bien”, esa expresión neutra que tanto gusta a los comunicados médicos para decir que el paciente no ha perdido la guerra aunque haya cedido el terreno.
Mientras tanto, la reina Camila hace las veces de puente entre la monarquía y el exterior. Se la ve en actos, en inauguraciones, en las páginas de sociedad como una figura que ha pasado de sombra a guardiana. El príncipe Guillermo, el heredero, también se mueve más. La maquinaria sigue, pero no escapa al aire de interinidad, como si todo se celebrara a media luz.
Carlos III ha esperado más de setenta años para reinar y ahora, cuando al fin lleva la corona, tiene que pelear con algo que no se combate en el Parlamento ni se arregla con diplomacia. El cáncer no es republicano ni monárquico: es cruelmente igualitario. Afecta con la misma contundencia a un jubilado de Birmingham que a un rey en Windsor.
Que el monarca siga cumpliendo tareas de despacho es una forma de resistencia que Inglaterra entiende bien. Es un país construido sobre la resiliencia, sobre el seguir adelante pese a todo. Pero la pregunta está en el aire, y cada vez más cerca del suelo: ¿hasta cuándo podrá seguir así? Porque la enfermedad, como el poder, a veces se cobra el protagonismo entero.