Meghan Markle o Belén Esteban. Salvando distancias, tanto monta, monta tanto. Mandil a la cintura, ambas saben cómo elevar el drama a su punto de ebullición. Una es duquesa de Sussex y la otra princesa del pueblo. Pero la nuera del rey Carlos III le saca ventaja: tiene ya su propio documental en Netflix. Ocho capítulos en los que comparte consejos y trucos personales sobre cocina, belleza y decoración de jardines.
Para Belén, su biopic aún está en el aire, aunque ya han salido candidatas que “matarían”, como ella dice, por plantarse el icónico pijama de leopardo rosa con el que ganó GH VIP 3. Qué curioso que tantas actrices quieran meterse en su piel. Todas menos una, Macarena Gómez, la única valiente que se ha expuesto al enfado de la royal de Paracuellos.

María Patiño y Belén Esteban. Fotografía: RTVE
La mujer de Harry debería mostrarle, ahora que todavía está a tiempo, sus desastrosas audiencias para que tome nota. Su interés cae en picado cuando no tiene en boca a la familia Windsor. No obstante, el consejo le sobra a nuestra princesa del pueblo, que lleva casi 26 años dando la matraca con Jesulín de Ubrique, tantos como cumplirá en julio su hija, Andrea Janeiro. Y los que quedan. ¿Por qué otra razón la habría fichado RTVE para las tardes de La 1 en un programa similar a Sálvame? Esta es, por cierto, su aventura más inmediata y más certera, según parece, que su documental.
Llevamos años tratando de desentrañar qué hace que esta mujer deslenguada y de tan burdos modales se meta a la audiencia en los bolsillos. Ha merecido la atención de sociólogos, políticos, empresarios de los medios de comunicación, publicistas, expertos en marketing… y todos llegan a la misma conclusión: es la princesa del pueblo. ¿Quién supera eso? Aunque su deje antisanchista le impida reconocerlo, se anticipó a la idea progre de que las princesas también son de barrio y van al mercado en bata de guatiné y zapatillas de andar por casa porque están siempre a la carrera.

Programa ‘La familia de la tele’. Fotografía: RTVE
Belén Esteban tiene esa cosa que decían los clásicos, propia del ignorante, de afirmar antes de dudar o reflexionar, como sí hacen los sabios. Conste que nuestra princesa nunca ha presumido de saber, pero sí se ha envalentonado en su falta de cultura y puede que eso mismo nos haya dado un conocimiento del mundo diferente. Es un personaje único. “No copia a nadie: se ha inventado uno que irrumpe como un elefante en una fábrica de porcelana y arrasa con todo sin freno alguno”, dice Miguel Ángel Roig en su libro Belén Esteban y la Fábrica de Porcelana.
Desde su privilegiada posición, ha sido y es la amiga abandonada por su marido, la vecina del cuarto que no consigue conciliar el sueño si no es con una ayuda, la divorciada del quinto que llora el nido vacío o la dependienta a la que nos quejamos con un “¡Ay, Señor! Qué cara está la vida”. La colocamos en nuestro salón y es una más que, ante lo bueno, lo malo y lo peor, cruza los brazos y sube con ellos sus pechos como quien se ata los machos.
Nos guste o no, es un monstruo televisivo y por eso ha conseguido mantener su trono. Parece disparatado, pero todo se lo debe a su despecho sin cicatrizar, un sentimiento tan amargo como peligroso que, a ojos de cualquier psicólogo, ciega nuestra cordura. Para ella es un valor seguro, quizás el único, para elevar los índices audiencia, un desafío al que volverá a enfrentarse si definitivamente pasa a la televisión pública.

Belén Esteban. Fotografía: Mediaset.
El cuadro familiar que ha rentabilizado Belén de manera insólitamente millonaria no ha variado mucho. Lo componen hija, madre, hermanos y sus entrañables amigas Tina, Mariví y Sole, las de siempre, las de su barrio madrileño de San Blas. Y, sobre todo, los hombres de su vida, algunos ya en el recuerdo, como Fran, su primer marido, o el patriarca del clan Janeiro, Umberto, conocido como el “tigre de Ambiciones”. En el centro de la escena, Jesulín, el becerro de oro, y toda su cohorte.
A sus 51 años, se ha reinventado por dentro y por fuera, ha superado traiciones, adicciones y cualquier otro estado alterado de la conciencia. Lo sabemos porque nos ha hecho partícipes y con ello ha batido récords de audiencias en televisión y lectores en las revistas del corazón. La duda es insistente: ¿Por qué? María Lamuedra Graván, profesora de la Universidad de Sevilla, buscó la respuesta después de preparar su tesis doctoral y descubrir su caso. En un artículo que tituló “Formatos híbridos y melodrama en televisión: el caso de Belén Esteban como heroína postmoderna”, reconstruyó la narrativa de esta mujer de origen humilde que se enamora, a modo de telenovela clásica, de un hombre rico hecho a sí mismo. “La trama, abierta al futuro, sin final, sucede de forma paralela a la vida de los telespectadores”, concluyó.
Menos acertado estuvo el diario francés Le Monde cuando en 2012 le dedicó un artículo ridiculizando su figura y pronosticando su caída como simple “juguete de la cadena y del público”. Todo lo que se diga de ello es cierto, incluso puede que nos resulte cansina, pero, cuando suena con un acento diferente, no queremos que nos la toquen. Es la princesa del pueblo y su éxito es legítimo. Ese pellizco que sentimos cuando desde fuera nos la desarman es la mejor señal de que su historia de héroes y villanos todavía engancha. A directivos de la televisión lo que les excita son las curvas, nada sinuosas, no de ella, sino de las audiencias cada vez que dice cosas como “Tengo más hambre que Dios talento”.
Ahora bien, vaticinamos que alguien se las tendrá que ver en el Congreso cuando Sus señorías se pregunten si Belén Esteban y La familia de la tele se ajustan exactamente al buen gusto que se espera de una televisión financiada con el dinero de todos los españoles.