Dicen que las vedettes no se arredran ante ninguna escalera. Bárbara Rey ha bajado muchas y muy empinadas. Con plumas gigantes, tacones de aguja y muchos humos. Eran otros tiempos y la de Totana, como dicen ahora en alusión a la localidad murciana donde nació, se permitía licencia para la altanería. No solo por su condición de musa en el cine de destape de la época o sus cualidades para el espectáculo de variedades, sketchs, cabaret o cualquier otro género. Ella se ganó, o eso creyó, un lugar destacado en la corte y orquestó un diabólico juego de avance y retroceso que acabó destapando su hijo Ángel Cristo.
Sus intensos años de romance con Don Juan Carlos le hicieron merecedora de ser nuestra Madame Pompadour si en España se hubiesen oficializado las relaciones extramaritales como hizo Francia, cuyas maitresses en titre o amantes oficiales del rey tenían apartamentos oficiales, un lugar en el protocolo y mucho poder. Corina Larsen sí instauró ese rol sin necesidad de derramar las lágrimas de Bárbara Rey. Y en el Reino Unido, Camilla ascendió al trono. No es cosa exclusivamente de hombres. También hubo reinas que buscaron el afecto y la compañía fuera de las alcobas reales, como Isabel II, que tuvo amantes de toda calaña y once embarazos oficialmente asumidos por su esposo, su primo Francisco de Asís.
Bárbara Rey llora desconsolada a sus 74 años al ver pasar su vida a través de audios, fotos y vídeos que van saliendo a la luz traicionada por su propio hijo. Su pequeño del alma, que con 13 años dice que se vio obligado a presenciar y captar con su cámara imágenes de adultos escondido entre matorrales. Y mientras ella solloza, los ciudadanos piden más combustible para este vodevil, pero que sea picante de verdad y con detalles morbosos. Haberlos haylos, pero si impera la sensatez, jamás verán la luz.
Puestos a exagerar, aseguran que la vedette grabó más que la BBC en 102 años de historia. Un romance clandestino da para mucho y el material existente es inagotable. Ella plantó la semilla y abonó el terreno cuidadosamente para que echara raíces por sí mismas. Creyó tenerlo todo bien atado, pero al mejor cazador se le va la liebre y la avaricia, que siempre rompe el caso, acabó siendo su peor carcelera.
Dicen que está disgustada, que hasta los servicios de Urgencias han tenido que intervenir, pero no ha sido más que un soponcio, una leve indisposición, “un parraque”, como dice una tertuliana en televisión. Eso no le quita fuerza para dar zarpazos al aire cuando se siente acosada entre una nube de micrófonos y reporteros. No puede más, se siente destrozada viendo cómo rascan en su pasado fogoso. Hasta María Ángeles López de Celis, que fue secretaria personal de Adolfo Suárez durante su etapa de presidente, ha relatado en televisión los encuentros de la actriz en su despacho. “Creo que no hace falta ser muy listo. Esas visitas que empezaron como algo profesional, probablemente acabaron de una manera más cercana”, ha insinuado. Aunque si algo ha dejado claro es que todos los presidentes supieron la historia entre Juan Carlos I y Bárbara Rey, pero callaron para salvaguardar la monarquía.
Hoy Bárbara es una septuagenaria que retiene la belleza que cautivó a aquella España de los setenta y ochenta después de ser elegida Miss España 1970. María García, su nombre real, Marita, para la familia, había salido de Totana solo un año antes, pero enseguida se convirtió en un icono erótico, asumiendo con gusto su rótulo de sex symbol tras protagonizar varias películas del destape. Rodó más de 40 títulos en los que se desnudó de mil modos, pasó a la televisión, editó un disco con sus mejores canciones, protagonizó espectáculos de revista musical, fue burbuja Freixenet y enamoró incluso a Alain Delon, con el que fue fotografiada alternando en el Café de Chinitas en el 75.
Cuando estaba en la cúspide del éxito, conoció al domador Ángel Cristo. Por amor, se casó en 1980, se mudó a su caravana y le ayudó en sus tareas como domadora de elefantes. De su matrimonio, nacieron Ángel y Sofía y un infierno de palizas, adicciones, celos y denuncias que ella confesó con el paso del tiempo en un relato desgarrador. A pesar de todo, tuvo ese poder mágico y delicioso que señalaba Virginia Woolf en Una habitación propia de reflejar la figura de un hombre el doble de su tamaño natural.
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El mismo año que cerraron el circo, Bárbara Rey triunfaba con Los hombres para mí son como marionetas de cartón, tan repetida estos días. Aunque era una víctima en su matrimonio, la vedette difícilmente podía despegarse de esa imagen misógina de mujer pecadora, devoradora de hombres, destructora de parejas y sexualmente insaciable.
Lo del Rey Juan Carlos era ya un secreto a voces. La relación comenzó a mediados de los 70 y duró hasta 1994. Poco a poco fueron saliendo los detalles de sus encuentros en la casa de la artista de Boadilla del Monte, de la compra de su silencio, de los intentos de chantaje cuando irrumpió en escena Marta Gayá o del robo de material comprometedor para el país.
Entre tanto y hasta ahora, la artista no se ha privado de conquistas y romances: el ex futbolista Carles Rexach, Paquirri, Joaquín Garrigues Walker, Chelo García Cortés, Frank Francés, Bigote Arrocet o Manolo Rincón. Nada de esto tendría ahora el menor interés de no haber sido por la explosión de las grabaciones y fotografías y su potente impacto mediático. Todo bien servido, aliñado de manera exquisita y dosificado cautelosamente para no provocar empacho en los ciudadanos tan necesitados como estamos de estos ratos de evasión.
Ahora que todo ha estallado, Bárbara hace creer que se siente tan perturbada que apenas es capaz de hablar. Haría bien guardando silencio. Sin embargo, sabe cómo alimentar esa necesidad de más, jugando a insinuar, ofreciendo en su ansiedad lo que el público quiere ver, pero dejándonos insatisfechos y en permanente cosquilleo.