Inaugurado en 1912 como respuesta española al Ritz de París, el legado de El Palace no se mide en estrellas (cinco, para los que necesiten cifras), sino en anécdotas: Hemingway bebiendo Dry Martinis en la barra, Mata Hari conspirando entre sus pasillos, Picasso descansando después de un paseo por el Prado. Cualquiera que haya tenido algo que decir en la historia del siglo XX ha pasado, al menos una vez, por sus puertas giratorias.
Después de dos años de restauración, El Palace se reinventa sin perder un ápice de su identidad. No es un regreso, porque en realidad nunca se fue. El lujo aquí no es ostentoso, sino un murmullo elegante: en la boiserie de los pasillos, en los papeles pintados que evocan El Retiro, en las lámparas de araña que sobreviven a modas y tendencias…

Cortesía: Hotel Palace de Madrid
“The Palace ha sido un referente en la escena cultural de Madrid durante más de cien años”, asegura Helen Leighton, vicepresidenta de marcas de lujo de Marriott International para Europa, Oriente Medio y África. “Su adición a la marca The Luxury Collection ha permitido al equipo incorporar realmente la ecléctica historia del edificio, retratada a lo largo de la lujosa renovación. El encanto único de The Palace enamorará a locales y visitantes por igual, estamos impacientes por inaugurar este nuevo capítulo”.
La fachada del hotel ha vuelto a ser la de 1912, pero sin la niebla del tiempo encima. Después de meses de trabajo quirúrgico de Ruiz Larrea Arquitectura, 8.000 metros cuadrados de historia han salido a la luz con un color que estaba ahí pero nadie recordaba: el “color Palace”, un beige cálido que, al lado del terracota, ha sacado a pasear guirnaldas y flores que llevaban décadas en la sombra, como si hubiesen estado esperando pacientemente su momento.

Cortesía: Hotel Palace de Madrid
No ha sido solo la piel del edificio la que ha rejuvenecido. La cúpula, esa joya de Eduardo Ferrés i Puig que en su día levantaron los vidrieros Maumejean, ha vuelto a brillar con 1.875 vidrios restaurados uno a uno, desmontados con la delicadeza con la que se desmonta un recuerdo frágil. Para ello, más de 100 especialistas han trabajado con la precisión de un relojero suizo y la paciencia de un restaurador de arte.
Y como la memoria es un juego de equilibrios, la lámpara con forma de palmera, que en su día presidía el vestíbulo, ha vuelto a su sitio bajo la cúpula, devolviendo al hotel ese aire de destino histórico, como si el tiempo, al menos por un instante, hubiese dado marcha atrás.
Bajo esta cúpula se han brindado victorias, se han cerrado negocios millonarios y se han sellado romances que durarían lo que el check-out. Ahora, ese epicentro renace con La Cúpula, el nuevo restaurante del hotel que rescata el glamour de los felices años 20. A sus pies, una gran barra central preside el espacio como un anfiteatro donde conviven locales, viajeros y algún que otro espía romántico que todavía cree en el amor a primera vista.

Cortesía: Hotel Palace de Madrid
La cocina, comandada por el chef Nuno Matos, es un viaje entre épocas: el steak tartar de Julio Camba convive con un pulpo gallego con ajo blanco de piñones, el Wellington The Palace se sirve con la misma teatralidad de hace un siglo, y el carpaccio de carabinero con limón y azafrán aparece como el guiño contemporáneo a una carta que respeta el pasado sin quedarse atrapada en él.
Por las tardes, la luz se filtra entre los cristales y el menú se aligera en una propuesta de tapas que invita al picoteo: croquetas de jamón, anchoas con mantequilla de algas, gildas y el infalible bikini de jamón ibérico, porque algunas cosas no necesitan reescribirse.

Cortesía: Hotel Palace de Madrid
Las 470 habitaciones y suites del hotel han sido repensadas para que entre la luz de Madrid a todas horas. La reforma es un homenaje a la elegancia clásica, sí, pero también a ese Madrid que es una ciudad y un estado de ánimo a la vez. En las boiseries han aparecido papeles pintados a mano que miran hacia El Retiro, y en los baños, mosaicos que enseñan el Real Jardín Botánico como si lo estuvieras viendo desde un globo aerostático.
El resto es puro carácter: chimeneas de mármol para sentirse en casa aunque la casa sea de paso, lámparas de araña con guiño Mid-Century y tejidos que no se tocan, se acarician. Y como el estilo está en los detalles, los uniformes del personal también han cambiado. Ahora llevan la firma de Juanjo Oliva, que les ha dado esa sofisticación elegante que no grita, pero se nota, como el nuevo espíritu del hotel.

27 Club. Cortesía: Hotel Palace de Madrid
Un bar con memoria: el 27 Club
Si El Palace es historia, el 27 Club es su sótano secreto. Antaño conocido como el Museo Bar, este espacio se ha convertido en un homenaje a la Generación del 27, la pandilla de poetas que convirtió Madrid en un café literario interminable. Pero esto no es un museo: aquí no se viene a contemplar, sino a vivir.
En un ambiente que recuerda al Madrid nocturno de otra época, los cócteles se sirven con la misma devoción con la que se leen versos de Lorca. La carta es un homenaje en estado líquido: el 1912 John Collins revive el cóctel londinense que se servía en los días de la Preprohibición; el Dalí Cobbler juega con el surrealismo en cada trago; y el Un Americano en el Prado es un negroni que sabe a sobremesa en el Paseo del Prado.

Cortesía: Hotel Palace de Madrid
Las paredes del 27 Club cuentan su propia historia con una colección de ilustraciones inspiradas en los archivos del hotel, firmadas por el estudio de Lázaro Rosa-Violán. Aquí no hay tiempo para la nostalgia, porque la mejor historia siempre es la que está por ocurrir.
El Palace no ha cambiado. Y al mismo tiempo, lo ha hecho todo. Ha restaurado su fachada hasta recuperar el color original que Madrid había olvidado. Ha diseñado habitaciones donde las chimeneas de mármol y los mosaicos del Real Jardín Botánico conviven con tecnología puntera. Ha reducido su huella de carbono, ha optimizado su consumo de energía y ha hecho del lujo una cuestión sostenible.
Pero lo más importante es que ha conseguido lo que muy pocos pueden: seguir siendo un hotel con alma; un lugar donde se habla en voz baja porque la historia está escuchando. Un refugio donde se mezcla el pasado y el futuro sin que nadie note la costura. El Palace no ha vuelto. Porque, en realidad, nunca se fue.