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Carlota Casiraghi impone su elegancia con un vestido de Chanel en el Baile de la Rosa

Mientras Mónaco se rendía a los colores del Caribe en una noche de excesos cromáticos, la hija de Carolina apostó por la sobriedad de la Alta Costura

Carlota Casiraghi en una edición anterior del Baile de la Rosa. Fotografía: EFE

El pasado sábado, en el Baile de la Rosa de Montecarlo, ese parque temático del glamour donde se mezclan los apellidos más aristocráticos con las lentejuelas más caras, Carlota Casiraghi destacó una vez más por encima del resto.

Mientras muchas de las asistentes optaron por tonos llamativos acordes con la temática caribeña del evento, Carlota se inclinó por la sobriedad y elegancia del negro.

Todo a su alrededor era color, literal y figuradamente -una celebración dedicada al Caribe que bien podría haber sido patrocinada por una piña colada-, pero ella decidió vestirse de noche cerrada. Negra, sin una sola concesión a la paleta tropical que dominaba el Salle des Étoiles como una ola de terciopelo rosa, coral y fucsia. Carlota Casiraghi, cómo no, escogió Chanel.

El vestido era Alta Costura otoño-invierno 2024-2025 con corsé bordado en cristales, doble falda semitransparente como una brisa que apenas rozaba el suelo, escote recto, tirantes finísimos, y un aire de reina de otra época que no necesita llevar corona para que se le note el linaje. Lo remató todo con un recogido despreocupado; un “messy bun” que de “messy” tenía poco y de estudiado, mucho.

Su cuñada, Beatrice Borromeo, apareció también elegante, vestida de rojo Dior. Junto a ellas, una colección de estilismos caribeños que parecían salidos de un desfile entre Barbados y Saint-Tropez. Alejandra de Hannover en rosa chicle. Tatiana Santo Domingo en fucsia. Todas perfectas. Todas correctas.

Carlota, Chanel; Chanel, Carlota

La relación entre Carlota Casiraghi y Chanel no es una colaboración: es un idilio. No comenzó con contratos, sino con una herencia. Gabrielle Chanel -que detestaba los excesos- habría encontrado en Carlota esa mezcla exacta de nobleza y sencillez que convierte a una mujer en símbolo sin quererlo. Desde hace años, la firma la viste, sí, pero también la representa. Es su embajadora, su rostro, su eco en una época que corre demasiado deprisa para pararse a mirar lo que permanece.

Sus apariciones vestida por la maison francesa son actos de estilo y de memoria. De hecho, hay algo profundamente familiar en la alianza: su abuela, Grace Kelly, fue musa de Hollywood; ella, sin necesidad de cámara, se ha convertido en la musa del lujo a través de la revolución silenciosa que encarna.

Y tal vez por eso, cuando aparece en una gala como el Baile de la Rosa vestida de negro Chanel mientras todo el mundo juega a la piñata del Caribe, no es que rompa las reglas. Es que las eleva. Por eso Chanel no viste a Carlota. Carlota, en cierto modo, le devuelve a Chanel su propia historia.

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