Rebeca, nombre ficticio de nuestra protagonista, que quiere ser anónima, tiene 49 años, está divorciada y lleva siete años literalmente atrapada en aplicaciones de citas. Es resultona, trabajadora, sana, con ideas claras y con muchas ganas de enamorarse. Cualquier consejo que se le pueda dar acerca de encontrar a ese hombre que la amará ya lo habrá probado. La última aplicación que ha probado es Tinder y está cumpliendo religiosamente eso que, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Tilburg (Países Bajos) publicado en Plos One, le llevará a triunfar. Es periodista especializada en moda y no le ha resultado difícil: fotografías bien cuidadas, redacción impecable en su perfil y una detallada descripción de sí misma, sin clichés tipo “adoro los paseos por la playa”.
Con esto, según la investigación, Rebeca debería resaltar como más inteligente, graciosa y atractiva. Pero su problema no es si recibe o no un match, sino qué hace con ese match. Su experiencia es la de muchas otras mujeres estancadas en un bucle de citas anodinas que se podrían haber ahorrado. Además, más de una vez ha llegado a sentirse incómoda, casi diría que agredida sexualmente. La investigación Apps Sin Violencia Sexual afirma que un 70% de las mujeres que utilizaron este servicio de citas se ha sentido presionada para mantener relaciones sexuales y hasta un 21,7 % asegura que ha sufrido una agresión sexual con violencia.
La facilidad de contacto y la inmediatez han convertido Tinder y cualquier otra aplicación de citas en un campo minado donde abundan usuarios sin más intención que un encuentro sexual casual. “Perdí la cuenta de los sapos que besé hasta dar con un príncipe que, encima, acabó resultando rana”, dice nuestra protagonista. Y nos confiesa con cierto sonrojo que el precio del “beso” le salió excesivamente caro: desde que debutó en las plataformas de búsqueda de pareja ha contraído en más de una ocasión alguna enfermedad de transmisión sexual (ETS).
No está sola, aunque esto no le servirá de mucho consuelo. Las autoridades sanitarias alertan de que, en los últimos años, coincidiendo con el boom de estas aplicaciones, no han dejado de aumentar los casos diagnosticados de ETS. La sífilis, según la Unidad de Infecciones de Transmisión Sexual Drassanes-Vall d’Hebron, es una enfermedad que hace años se daba por estabilizada y ahora ha vuelto a brotar.
Rebeca ya va con la lección aprendida. Sin embargo, lo que no consigue reponer es su autoestima, su corazón hecho trizas cada vez que se ilusionó con un hombre y sus expectativas se fueron al garete. Igual le ocurrió a la periodista y escritora francesa Judith Duportail, autora de El algoritmo del amor: Un viaje a las entrañas de Tinder. Después de 870 fracasos y otras tantas decepciones, quiso saber qué mal aprendiz de Cupido trabaja en este negocio para hacerlo tan rematadamente mal.
El primer gran problema es que nos encontramos ante un auténtico supermercado a la carta con casi 600 millones de usuarios en todo el mundo. ¿Cómo no deslumbrarse? ¿Cómo no empacharse? En España lo utilizan cada mes unos cuatro millones. Se dice pronto. El algoritmo, ese falso Cupido al que confiamos nuestro corazón, está programado para satisfacer a sus clientes. ¿Y estos qué quieren? Principalmente sexo. Cuanto más rápido y menos comprometido, mejor. Algunas encuestas confirman que esta es la intención primera de los suscriptores masculino. Otra cosa es que consigan rematar su objetivo, tal y como indica un estudio de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. El profesor Leif Edward Ottesen Kennair, uno de sus autores, explica que, generalmente, el hombre va directo al sexo, si bien es verdad que los logros no son mayores que cuando lo buscan en la calle.
Duportail asegura que estamos ante un espacio tóxico y falsamente abundante. Muchas de las citas ni siquiera se producen, generando aún más frustración y sensación de soledad en esa persona que está buscando un amor real, palpable, tocable, afectuoso, divertido… como los de toda la vida. Un estudio liderado por el psicólogo Germano Vera Cruz, en la Universidad de Picardie Julio Verne (Francia), encontró que la mitad de los usuarios de Tinder no están interesados en quedar fuera de línea y casi dos tercios ya están casados o tenían pareja. Usan las citas virtuales como distracción o incluso para mejorar su autoestima.
Y la saturación en este mercado infinito nos vuelve insaciables e inconformistas. Según la escritora, nos empeñamos en buscar esa inexistente media naranja que se ajuste exactamente a nuestra mitad. “Te hacen creer que tienes derecho a tener lo que sea que estés buscando. Y esto es lo opuesto al amor”. Documentándose para su libro, buscó en Google “Tinder me hace sentir…” Lo que apareció fue: “deprimido, solo, vacío, ansioso, mal, inseguro… Si hacemos esa misma búsqueda, no cambian las cosas. “Feo, sin valor, como parte de un mercado donde se ofrecen productos”.
No vamos a demonizar las aplicaciones. Seguramente esos mismos sapos están en la calle, pero aquí se condensan en un mismo espacio dejándolos a nuestro alcance y favoreciendo la fragilidad de los vínculos humanos y la poca consistencia de las raíces emocionales. El éxito de Tinder o de cualquier otra se debe al deseo del ser humano de enamorarse y ser feliz. Y rompen muchas barreras, como la timidez o la falta de ganas para volver a ligar en la barra del bar, pero el riesgo de caer en brazos de un algoritmo diseñado para engancharte a él es muy alto. Uno de cada tres usuarios desarrolla adicción.
Burrhus Frederic Skinner, psicólogo y filósofo social del siglo pasado, hablaba del refuerzo intermitente, una teoría que hoy explicaría esta forma de cuelgue. La incertidumbre de si devolverá o no el match esa persona que ha captado nuestra atención genera más adicción, debido a la dopamina liberada, que la garantía de recibirlo. Y así una y otra vez, casi hasta el infinito. El mecanismo no es muy diferente a las máquinas tragaperras. Al final, las aplicaciones son empresas y utilizan sus tácticas inteligentes para enganchar a sus usuarios en esa búsqueda eterna del amor con un catálogo amplísimo, aunque las opciones se reduzcan a escoger lo mismo entre lo mismo.