ESTILO 14

Anna Wintour, la última editora de moda con categoría de icono. ¿Ángel o diablo vestido de Prada?

La carismática editora jefe de Vogue se desprendió hace unos días de sus gafas negras para saludar al rey Carlos III y asomó uno de los rostros más enigmáticos del planeta

La editora en jefe de la revista Vogue y directora creativa de Condé Nast, Anna Wintour. (EFE)

Hace 35 años la sonda Voyager 1 tomó una fotografía desde una distancia de aproximadamente 6.000 millones de kilómetros y apareció la Tierra como un diminuto punto azul pálido, una mota de polvo suspendida en el espacio. Ni en medio de esa inmensidad pasaría desapercibida la figura de la editora de moda Anna Wintour caminando el pasado 4 de febrero hacia el Palacio de Buckingham para ser nombrada Compañera de Honor por Carlos III. Con pies de plomo, traje gris de Alexander McQueen y un espectacular collar de amatistas que perteneció a la reina Carlota, vimos la imagen de una mujer poderosa.

La legendaria editora, nacida en Londres hace 75 años, se quitó por una vez sus sempiternas gafas de sol negras para cumplir el protocolo real una vez iniciada la ceremonia y mudó su rostro serio por una amable sonrisa mientras estrechaba su mano al monarca británico. Como siempre, hizo gala de su dominio de la escena y de una inquebrantable personalidad enmarcada en su inamovible corte de pelo bob. La actualidad es una excelente ocasión para entender quién es y qué le hecho merecedora de esta condecoración.

Editora jefe de la revista Vogue desde 1988, está considerada la máxima autoridad en el mundo de la moda, una especie de papisa cuyas manos ovillan y desovillan todo lo que se mueve alrededor de esta complicada industria. Su biógrafo Jerry Oppenheimer la describió en 2005 como la diosa de la Biblia de la moda. En esa época, su ex ayudante Lauren Weisberger ya había publicado sus vivencias en la novela El diablo viste de Prada, llevada al cine en 2006 con una magistral Meryl Streep interpretando el papel de Miranda Priestly, la tiránica editora inspirada claramente en ella. ¿De verdad tiene el implacable carácter que se le achaca? ¿Cuánto hay de cierto en las delirantes peticiones a sus empleados?

Anna Wintour / EFE

Según cuentan quienes han trabajado con ella, seguir su ritmo, sus hábitos, sus pasos o sus horarios puede llegar a ser delirante. Pero, sin duda, ella merece una reverencia. Por ejemplo, le gusta madrugar. No sería nada extraño si no fuese porque el hábito le lleva a considerar que cualquier cosa que se haga a partir de las 5 ya constituye siesta. Dosifica su vida milimétricamente, de manera que en las fiestas tiene la saludable costumbre de desaparecer a los 20 minutos. A las 7.30 de la mañana, ya ha practicado ejercicio, enviado mails… Siempre va un paso por delante de cualquiera. Con esta celeridad, tener a punto su café Starbucks es todo un logro para sus asistentes.

En Anna. The Biography, la periodista de moda Amy Odell recoge testimonios que confirman ese carácter intimidante y autoritario que le han valido apodos como “Wintour nuclear” o “La reina de hielo”. Una de sus costumbres más exasperantes es la de enviar a altas horas de la madrugada correos electrónicos que, evidentemente, tienen que estar respondidos cuando llega a la oficina. Uno de sus asistentes relata desde el anonimato la zozobra que le provocaban sus peticiones continuas, “día y noche”, que había que cumplir de inmediato.

Todo ello es parte de una identidad que ha ido forjando en el tiempo. También lo es su gesto hierático, su peinado, su hábil modo de parapetar su mirada tras unas gafas para que nadie desentrañe lo que hablan sus ojos. Es su narrativa, su manto de musa con el que proyecta una sombra alargada que inspira y se respeta en los eventos y pasarelas de todo el mundo.

Anna Wintour y Bill Nighy (EFE/Justin Lane)

Puede que sea la última gran editora de moda con categoría de icono. Por su apoyo a los diseñadores emergentes, por impulsar la cultura de las celebridades tal y como la concebimos hoy, por combinar la alta costura con la moda asequible o alinear política, sociedad y moda. Su legado principal es su estilo de liderazgo firme y sorprendentemente perdurable en un mundo como la moda, donde cada tendencia o ingenio no dura más que un susurro al viento.

Anna recibió la herencia de su padre, un exitoso editor que, al recibir la noticia del atropello mortal de su hijo de diez años, siguió con sus tareas en un gesto que Oppenheimer describió “indiferencia a sangre fría”. Ese estilo de crianza gélido y con poco espacio para las emociones quedó estampado en la naturaleza de su hija Anna, ambiciosa y egocéntrica, pero con una concepción de sí misma y de su posición en el mundo fuera de lo común. De ahí la metáfora de su visibilidad en la inmensidad espacial.

No se fijó un plan maestro. Simplemente persiguió su sueño confiando, según Oppenheimer, en que era la “persona más brillante, más creativa y más ambiciosa de la moda”. Por tanto, merecía que le “entregaran, en bandeja de Tiffany, el puesto de moda más importante de una de las revistas más modernas y consolidadas”. Los resultados le fueron dando la razón, aunque cuando se enfadaba era la viva imagen “de una diva de ojos desorbitados”, como describió el fotógrafo Pat Hill.

No le importa su reputación. Es un icono. Lo es por su dominio de la moda, por mantenerse imperturbable, por sus lecciones de éxito, creatividad, motivación y logros vitales. Fue la primera editora de Vogue estadounidense en publicar historias centradas en temas no relacionados con la moda, como la infertilidad, el bienestar y la salud mental. Con su endiablado carácter, consigue que a veces se le fuguen los talentos, pero lo toma como una “oportunidad emocionante para encontrar a alguien nuevo con algo diferente que ofrecer”. No mira atrás ni siquiera para calibrar sus errores. “No hago autopsias”, declara tomando un consejo de Beatrix Miller, otra legendaria editora del Vogue británico.

Pero volvamos a esas gafas de las que se desprendió en un gesto sin precedentes ante el rey Carlos. Además de ayudarle a ver sin ser vista, podrían proteger esa fragilidad que destapó de Meryl Streep en la película, aunque siga jugando a ganar. Su figura es fascinante, aunque aún no hayamos resuelto si tiene más de ángel o de diablo vestida de Prada, Chanel o Alexander McQueen.

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