PSICOLOGÍA

Amabilidad y prisas, una relación difícil en un mundo que corre demasiado

Si eres de esos que espera hasta última hora para hacer las compras navideñas formas parte de ese grupo en las calles corriendo estos días hacia todas partes. Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde las prisas se han convertido en sinónimo de éxito

Cortesía Pexels

Estar siempre ocupado —ya sea en el trabajo, en actividades personales o simplemente llenando la agenda con algo— parece validar nuestra relevancia. Sin embargo, cuanto más corremos, más evidente es que este frenesí tiene un costo: no solo agotamos nuestras energías, sino que también perdemos algo esencial, la amabilidad. Porque, cuando estamos apresurados, ¿cómo podemos detenernos a ser atentos y empáticos?

Prisas, alerta constante y pérdida de amabilidad

En las grandes ciudades, la velocidad parece ser la norma. Las personas desayunamos de pie, revisamos los correos en medio de reuniones y respondemos mensajes mientras cruzamos la calle. La eficiencia reina, y detenerse a ser amable puede percibirse como un lujo, o peor aún, como una pérdida de tiempo.

Las prisas nos colocan en un estado de alerta continua. Nuestro sistema nervioso entra en modo de “lucha o huida”, diseñado para emergencias, pero activado hoy por la presión constante. Esto afecta nuestras interacciones: nos volvemos impacientes, bruscos y menos tolerantes. Lo he sentido en mi propia vida: los días en los que estoy más acelerada soy más brusca, menos paciente y mucho menos propensa a escuchar.

Un estudio publicado en el Journal of Positive Psychology confirma que las prisas afectan nuestra capacidad de conectar con los demás. Los pequeños gestos de amabilidad, como una sonrisa o un “gracias” sincero, suelen quedar en el olvido porque nuestra mente está enfocada en “lo próximo”. Sin darnos cuenta, las relaciones se vuelven transaccionales y nuestra amabilidad queda relegada.

Además, este estado de alerta perpetuo puede intensificar la agresividad. Vivimos como si todo fuera una amenaza, lo que nos lleva a reaccionar de manera más hostil en situaciones cotidianas. ¿Cuántas veces hemos sentido tensión en una cola o frustración en el tráfico porque todo parece un obstáculo? Esta irritabilidad es el reflejo de un sistema nervioso sobrecargado por la prisa. Pienso en las veces que he reaccionado de forma cortante porque estaba demasiado ocupada.

Escena de la película ‘Love Actually’ (Richard Curtis, 2003)

La siesta: más que un descanso físico

Frente a esta dinámica, detenernos se convierte en un acto necesario, casi revolucionario. Recuerdo mis días en Estados Unidos, en 1984, cuando hablar de la siesta me causaba vergüenza. En un entorno obsesionado con la productividad, una pausa a mitad del día parecía una pérdida de tiempo. Sin embargo, con los años he aprendido a verla de otra manera: no solo como un descanso físico, sino como una herramienta para reconectar con la calma y la humanidad.

Hoy, la ciencia respalda lo que nuestras tradiciones ya intuían. Estudios demuestran que una siesta breve, de 20 a 30 minutos, mejora la concentración, la creatividad y reduce la agresión. Nos ayuda a salir del estado de alerta continua, permitiéndonos volver a nuestras actividades con una disposición más tranquila y, en consecuencia, más amable. Ahora reivindico la siesta como un acto de cuidado personal que, además, nos beneficia en cómo tratamos a los demás.

La paradoja de las prisas: más ocupados, menos humanos

Es irónico que las prisas, asociadas al éxito, nos lleven a perder las cualidades humanas que realmente importan. Cuando corremos todo el tiempo, no solo sacrificamos nuestra capacidad de empatizar, sino que nos desconectamos de los demás y de nosotros mismos. Como señala Arianna Huffington fundadora de The Huffington Post, lo explica así: “El agotamiento es la enfermedad de nuestra era. Y lo peor es que creemos que estar ocupados es una señal de éxito, cuando en realidad nos está robando nuestra humanidad.” Estas palabras me resuenan profundamente, porque cada vez es más evidente que correr sin parar no solo nos aleja del descanso, sino también de la amabilidad.

Incluso Tim Cook, CEO de Apple, ha destacado la importancia de detenerse: “La vida no se trata solo de correr más rápido. A veces, necesitas frenar para encontrar claridad y propósito.” Y tiene razón. ¿Cómo podemos conectar con los demás, o incluso con nosotros mismos, si no nos damos tiempo para parar?

Keira Knightley en una de las míticas escenas de ‘Love Actually’ (Richard Curtis, 2003)

El impacto de las pequeñas amabilidades

He comprobado que la amabilidad genera un efecto transformador. Un gesto simple, como escuchar con atención o sonreír, puede cambiar el tono de una interacción. Pero para ser amables, primero debemos detenernos. No se trata de dedicar horas, sino de salir por un momento del estado de urgencia que nos consume. La amabilidad no solo transforma el día de quien la recibe, sino también el tuyo. Es un recordatorio de que, aunque las prisas parecen inevitables, no tienen que dominar nuestras vidas.

La pausa —ya sea una siesta, unos minutos de respiración o un descanso consciente— es clave para romper con la desconexión que generan las prisas. Nos permite volver al presente, reducir la irritabilidad y tratar mejor a quienes nos rodean. En las clases que imparto del trabajo que he desarrollado de Inteligencia Corporal las personas no solo mejoran de su dolor de espalda, movilidad, postura etc. sino que insisten en comentar que son más amables, que sienten como la amabilidad se instaura y se encarna en sus cuerpos.

Un futuro más amable y equilibrado

Me preocupa que el mundo siga avanzando hacia un ritmo cada vez más acelerado y desconectado. Pero quiero creer que pequeños actos pueden marcar la diferencia. Reivindico el valor de parar, no solo para descansar, sino para recuperar nuestra humanidad. Porque cuando nos permitimos desacelerar, dejamos espacio para la empatía, la paciencia y la conexión real. Si no cambiamos esta dinámica, seguiremos perdiendo más que tiempo: perderemos nuestra capacidad de ser amables, de entender y de cuidar nuestras relaciones.

Seguiremos atrapados en un ciclo de estrés y desconexión que afecta tanto a nuestras relaciones como a nuestro bienestar. Las estadísticas alarmantes de problemas mentales ya sean en entornos laborales no deja de crecer. Posiblemente ya estemos llegando tarde, incluso si en este mundo de las prisas. Pero si aprendemos a frenar, recuperaremos algo vital: el espacio para la amabilidad, para cuidar nuestro cuerpo y para conectar de manera más genuina con quienes nos rodean.

En estas fechas sino sabes que regalar, tu presencia amable podría ser un buen regalo, ¿no te parece? No tengo ninguna duda que la verdad y la belleza convergen en la amabilidad. ¡Feliz Navidad!

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