Desde la primera escena, la serie Adolescencia nos deja sin aliento. La policía irrumpe en la casa de los Miller para arrestar a Jamie, un chico de 13 años acusado de asesinar a su compañera Katie. Una familia cotidiana se hace añicos y nuestro desasosiego va en aumento a medida que vemos que en esa generación atrapada en la maraña de las redes sociales y del mundo virtual podría estar cualquiera de nuestros hijos, sobrinos o alumnos. Su fragilidad es la nuestra.
Cada episodio se rodó, a propósito, en una única toma, sin cortes, de manera que, si la serie no parpadea, tú tampoco lo hagas. El golpe al espectador es directo. En su caos emocional, Jamie nos lleva a preguntarnos en qué momento esos padres perdieron el control de su hijo, qué pudo ver o escuchar para que saltase a lo más oscuro de la red, quién le tendió la mano. La tensión es sofocante, pero no podemos apartar la mirada mientras observamos cómo un adolescente, en su búsqueda de identidad y pertenencia, se ve arrastrado en la red hacia ideologías incel y misóginas que alimentan su resentimiento. ¿Qué está fallando?

Serie ‘Adolescencia’
Josefina Cutillas, psicóloga con amplia experiencia en formación del profesorado y en la salud mental de los adolescentes, comparte su opinión: “Sin entrar a juzgar o valorar la serie, aplaudo la oportunidad de reflexión y de debate sobre cuestiones imprescindibles, incómodas y necesarias. Es una ventana que no podemos cerrar sin antes mirar hacia dentro y hacia el entorno familiar, escolar y social. Debemos hacer un ejercicio de introspección y autocrítica. Sin entrar en el alarmismo ni la generalidad, la sociedad nos está mandando mensajes de aviso”.
La historia de Jamie nos alerta de una adolescencia moldeada por extraños algoritmos que se han colado en nuestros hogares sin más intención que empatizar con los menores para alimentar su odio y su frustración. Los padres no advierten ninguna señal por una razón muy simple: los códigos que manejan la vida de los hijos son extraños para ellos. Su narrativa no es la de los adultos. “Esta crisis de patrones de conocimiento emocional y valores desembocan en comportamientos desalmados que quizás solo esconden vacíos emocionales y lagunas afectivas sin recursos para afrontar. Nos hemos despersonalizado. Nos hemos desconectado de nuestra esencia”, señala la psicóloga. La serie abre un interrogante incómodo: ¿prestamos suficiente atención a nuestros hijos?

Serie ‘Adolescencia’
Es, según nos explica la psicóloga, “un toque de atención para revisar y agitar conciencias”. No basta con identificar el problema. Es preciso actuar, impedir que las redes sociales tomen el control, tratar de desentrañar los dolores, miedos e inseguridades que habitan en su mente. La crianza de los hijos exige empatía, reflexión y acción a una velocidad todavía mayor que la del mundo digital.
“Adolescencia -observa Cutillas- destapa las necesidades o carencias de una sociedad que evoluciona a un ritmo y en un plano paralelo a la denominada vida digital. El que acapara mi interés, a razón de mis inquietudes profesionales y personales, es la posibilidad de abrir el gran cajón olvidado y relegado de la salud mental. Se trata de priorizar el conocimiento del cerebro como arma de bienestar personal y social. No es tarea fácil, mucho menos cuando entra en juego un universo paralelo digital con normas, códigos e ideología particulares”.
Como vemos, el control parental en los dispositivos no va a ser suficiente. Necesitamos rediseñar el mundo que ofrecemos a nuestros hijos, conseguir que recuperen su capacidad de sentir, crear y pensar como algo que les pertenece. Deberían entenderlo como su mayor acto de libertad. “La serie -dice la psicóloga- pone el foco en las consecuencias de no parar para escuchar esas llamadas, pero debemos priorizar la prevención y la salud mental sin el estigma de épocas pasadas. Debe actualizarse y entenderse como mecanismo de una sociedad funcional y feliz. Esto pasa por la formación, la educación como eje instrumental de conocimientos de inteligencia emocional, no como meros instructores académicos. Es otro tema que refleja muy bien Adolescencia”.

Serie ‘Adolescencia’
¿Qué sociedad somos si estamos dejando caer a nuestros hijos? Es uno de los dramas más perturbadores de los últimos años porque no usa clichés fáciles sobre niños inadaptados o familias desestructuradas. Es un retrato revelador y aterrador de las rendijas por las que pueden escapar nuestros menores sin ni siquiera salir de su habitación. Oímos hablar de violencia, de ciberacoso, de niños que se graban mientras se burlan de un compañero parapléjico e indefenso, de menores que apuñalan hasta matar…. Pero ningún progenitor cree que se verá en la situación de Eddie, el padre de Jamie.
En el corazón roto de Adolescencia late una verdad devastadora: el lugar más peligroso del mundo para un adolescente es la soledad del dormitorio. Ahí se encuentra con la manosfera y sus lógicas sombrías: la píldora roja que le invita a despertar, la hipergamia que anima a la mujer a buscar una pareja de un nivel superior, la siniestra teoría que dice que el 80% de las mujeres se siente atraída por el 20% de los hombres, el mandato masculino de defenderse de la mujer, la comunidad incel de varones que creen no poder acceder a relaciones sexoafectivas por su aspecto físico y otros macabros juegos.
Todo ello nos lo expone Adolescencia sin pausas, para que nadie se escabulla de una singular espiral de culpa y vergüenza, pero tampoco de ese dolor que provoca no comprender qué salió mal. El impacto ha sido global. Ha dejado a toda una sociedad conmocionada. No imaginábamos que la era digital pudiese abrir una brecha tan salvaje y desregulada. En lugar de quedarnos con ese poso amago, Cutillas nos anima a llegar al adolescente como individuo, desde sus circunstancias vitales, su idiosincrasia, sus miedos y vulnerabilidades, sus anhelos. “Apostemos por la educación en prevención desde los centros escolares. Atendamos con paciencia y presencia. Aprendamos a identificar sus señales desde su lenguaje, a veces sin palabras. Entendamos por qué se siente así y atendámosle en su lugar seguro, en su hogar. Los padres deben aprender a manejarse en un mundo de códigos nuevos, pero marcando nuestros límites y propias normas que los menores deben respetar”, aconseja.
Frente a las amenazas que muestra la serie, insiste en la presencia y la escucha desde un estilo afectivo, “dos lujos en algunos hogares engullidos por la prisa y el piloto automático”. Su propuesta es acompañar en el aprendizaje de las redes y limitar los tiempos, pero, sobre todo, mostrar alternativas de fuentes de bienestar: conexión con la naturaleza, deporte, trabajo en equipo y la cultura del esfuerzo y de la autoaceptación. “Acercarnos a ellos desde su estatura para traerlos al presente, sin perder de vista que los padres somos el espejo donde ellos se miran, aunque lo hagan de reojo. Busquemos un enfoque positivo porque la adolescencia no debe quedar estigmatizada ni asociada a la enfermedad mental. Es una etapa para la floración de conductas maravillosas y aprendizajes valiosos si sabemos crear y ofrecer el escenario adecuado”.