Jorge vive en Málaga. Se mudó desde Madrid hace un año y medio por trabajo. Nada más poner un pie en la ciudad se dio cuenta de que no iba a ser sencillo. “Más del 80% de los pisos eran para alquiler de corta estancia: entre noviembre y mayo. Luego te echan porque en verano alquilan los pisos por cuatro o cinco veces más”, recuerda.
Además, todo lo que veía le parecía caro. “Están convirtiendo bajos sin luz que no tenían uso en viviendas”, nos cuenta. “De hecho, mi apartamento es uno de esos locales”, añade. Dice que está contento en general. Su casero responde, no parece querer echarle y solo le ha subido el precio “lo que correspondía ajustándose a la ley”. Le gustaría estar mejor pero ve complicado mudarse porque no hay oferta.
“Yo tuve que pasar un casting a través de la inmobiliaria. Aún cumpliendo todas las condiciones económicas y teniendo dinero disponible en ese momento para asegurarme el piso tuve que pasar eso… un casting”. No era como el de algunos programas de televisión, pero casi. “En mi caso vimos la vivienda ese día 10 personas que a mí me conste” dice. Y continúa: “Para hacerme con ella tuve que pagar en ese mismo momento casi 3.000 euros”.
Antes de despedirse, nos cuenta que acaban de reformar tres bajos más en esa misma calle. “Yo creo que son para turistas”, dice. “Es que estamos al lado de la estación del AVE y aquí pueden sacarles más”. Su voz es una pero podrían ser miles. Y no. No es un problema de Madrid y Barcelona. O no solo.
Volver a casa… sin casa
Minerva es una mujer independiente , profesional y solvente. Trabaja en la misma empresa desde hace varios años y ocupa un cargo de responsabilidad. Con este perfil, Minerva es lo que cualquier casero querría. Tras muchos años en Madrid, el teletrabajo hizo que pudiera volver a su ciudad natal, Santander. Buscó, buscó, buscó… y encontró. El piso era bonito y el precio no estaba mal, pero tenía truco. “Tenía que irme en verano para que lo disfrutara el dueño. O para que lo alquilara”.
De repente se vio rozando la cuarentena y volviendo a casa de sus padres como cuando estudiaba en la universidad por culpa del alquiler. Eran lentejas, así que accedió durante tres veranos. Seis mudanzas extra en total. Una paliza. “Seguí buscando desde el momento en el que firmé el contrato”, se sincera, “pero no había nada. Si quería algo estable, tenía que irme a varios kilómetros de la ciudad”.
La urgencia a la hora de encontrar algo aumentó al quedarse embarazada. Y cuando ya estaba al límite, encontró algo. “No es perfecto pero me gusta”. Ahora paga más cada mes pero se ahorra el camión de la mudanza.
Padeciendo a diario el negocio de otros
Mientras unos no encuentran un sitio digno donde vivir, otros saludan cada día a un nuevo vecino. Laura es la presidenta de su comunidad. Agradece (y mucho) que se ponga el foco en la problemática de los pisos turísticos. Cuando le preguntamos cómo se vive en pleno centro de Madrid en un edificio con varios de estos inmuebles, no lo duda ni un segundo. “Conlleva muchos problemas, como por ejemplo entradas y salidas a deshora, llamadas constantes al telefonillo…”, responde rápidamente. “Además hay ruido y se ensucia mucho más”. Para ella no hay medias tintas: “Estamos contentas” con la regulación.
Desde el Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid son muy escépticos sobre los planes del Ejecutivo. “Parece que el gobierno sigue alineado con la patronal inmobiliaria”, denuncian. “Desplegar un reglamento no es cambiar la ley, como se debería haber hecho y como aparecía en la ley de vivienda”
A juicio de este sindicato, falta de concreción les obliga a estar en alerta. “No sabemos qué utilidad real tendrá. Tampoco si las plataformas se lo van a tomar en serio”, añaden para, después, denunciar que “tampoco se abordan los alquileres de habitación que es un gran agujero que tenemos en la ley”. Para acabar, resumen su opinión en una frase: “Las medidas anunciadas no solo son ineficaces sino que perpetúan prácticas abusivas y no ofrecen una protección adecuada para los inquilinos”.