Ángeles Santos dejó la granja de sus padres, en un pueblo a cincuenta kilómetros de Zamora (Fariza de Sayago) para estudiar en la Universidad de Salamanca. Era el sueño de cualquiera que vivía en el campo. Salir y prosperar en la ciudad.
Se licenció en Administración y Dirección de Empresas y estuvo trabajando un año en una entidad bancaria. Pero no era lo suyo. Sus padres le dieron alas para que eligiera su camino y ella volvió a la granja familiar, con las ovejas. Todo lo contario que sus amigas. A Ángeles le inculcaron la libertad de elección pero también el amor por el trabajo que realizan los ganaderos. Y regresó a sus orígenes.
“Es realidad yo empecé a ser ganadera desde pequeña, porque había ovejas en casa. Soy la mayor de tres hermanos y siempre he ayudado con la granja, empezamos como un juego y al final se convirtió en un modo de vida. Tanto yo como mis hermanos estudiamos fuera, pero también que hay que estar orgulloso de lo que se hace dentro, porque producir alimentos es algo honorable. A mis amigas les dijeron: estudia y vete. En nuestro caso, hemos vuelto los tres. Es importante la educación y por supuesto que el negocio sea rentable y nuestra rentabilidad vino dada a través de la transformación”, explica.
En su granja tienen ovejas churras, cultivan cereales y leguminosas y además elaboran quesos en su propia fábrica. “Trabajamos siete personas, cinco de la familia. Cuando estudiaba en la universidad, volvía todos los fines de semana. Sabía todo lo que pasaba en casa, las ovejas que parían. Por eso no siento que haya vuelto sino que ha sido una continuación. El estudio fue un paréntesis de mi vida. Trabajar en la ciudad me parecía terrible, el tipo de trabajo, tratar con la gente, no era para mí. Lo importante era salir y coger perspectiva. Y eso hice”, recuerda.
Ella es la única mujer de los tres hermanos. Su abuela no entendía por qué había vuelto con las ovejas con el futuro prometedor que le esperaba. “Sí, mi abuela me decía, hija cómo es posible que después de estudiar vengas a cuidar ovejas. Pero la diferencia, es que yo elegí cuidar ovejas. Ella no tuvo elección”. Y ha tenido que lidiar con actitudes machistas dentro del campo, con hombres que le preguntaban si sabía conducir el tractor o le pedían hablar con los varones de la familia. “Tenemos una sociedad civil donde yo soy la representante y hay mucho machismo. Me preguntan si está mi padre o mi hermano, todavía se sorprenden cuando les dices que me cuenten a mí, te sientes más cuestionada por si vas a coger el tractor, por ejemplo. Todo se cuestiona un poco más porque a un chico nadie le pregunta qué va a hacer con el tractor. Ahora que soy madre, es importante la corresponsabilidad, mi pareja está más tiempo en casa, él se encarga más por la tardes y es un paso importante para poder trabajar. Y como sindicalista, en la organización agraria COAG, ha habido reuniones en las que me he llevado a mi hijo e incluso le he dado de mamar en mitad de esas reuniones. Es hacer encaje de bolillos, ser madre y trabajadora es una asignatura pendiente para esta sociedad”, reflexiona.
En su pequeño negocio familiar, transforman 100.000 litros de leche y elaboran 23.000 kilos de queso al año. Y sus padres siempre les han consultado las decisiones importantes. Quizás es una de las razones por las que todos los hijos hayan vuelto. Porque todos tienen voz y voto en la granja. “Nosotros lo que hacemos es producción ecológica. La decisión de hacer quesos se tomó cuando fuimos grandes, siempre se ha tenido en cuenta nuestras opiniones, no eran unos padres autoritarios, nos preguntaban y esa transición de cambio de generación ha sido más fácil, por eso decidimos trabajar aquí, a veces ese escalón falla y los hijos no quieren quedarse en los negocios familiares”.
El sector agrario y ganadero vive en este momento una oleada de protestas que ha llegado hasta Bruselas, coincidiendo con las elecciones europeas. Piden más flexibilidad para cumplir con la burocracia de las ayudas que reciben de la Política Agraria Común (PAC), que se cumpla la Ley de la cadena alimentaria o que se acabe con la competencia desleal de países terceros, de fuera de la Unión Europea, cuya normativa no es tan exigente. Las principales organizaciones agrarias se han reunido en varias ocasiones con el ministro de Agricultura, Luis Planas, para tratar esta situación tan delicada que también viven otros agricultores y ganaderos europeos. Pero en el caso de Ángeles, este ha sido un buen año, su granja es rentable, aunque también sufre los mismos problemas. “En nuestro sector hemos tenido un año bueno, con buenos precios, tanto en carne como en leche, pero la burocracia excesiva nos afecta a todos, la poca flexibilidad, las leyes se hacen no ya desde Madrid sino desde Bruselas y se regulan, por ejemplo, unas temperaturas que para centro Europa están bien pero por ejemplo no se tienen en cuenta las peculiaridades de España. Queremos que nuestro trabajo sea rentable y que se pague justamente por lo que hacemos”.
“En nuestro caso intentamos producir con la máxima calidad, raza autóctona con denominación de origen, queso zamorano, tenemos unas garantías de calidad y vendemos lo más cerca posible”. Para ser rentables, “es fundamental el pastoreo, aprovechar los recursos de nuestra zona, esta primavera ha sido muy buena con mucha hierba y han disminuido los gastos, tener una raza autóctona y transformar le añade valor al trabajo, es importante poner un precio que cubra tus gastos y que genere beneficios”, relata y puntualiza: “Y por supuesto, el resultado es artesanal pero intentamos aprovechar la tecnología y en la ganadería tenemos GPS y así sabemos dónde están las ovejas en cada momento”.
Con un bebé en casa, piensa inculcarle lo mismo que hicieron sus padres con ella. “Como madre, me gustaría que continuara en la granja pero lo que más me gustaría es que fuera feliz con lo que haga, que esto sea una opción. Aunque sería un orgullo que fuera ganadero”, confiesa. La clave está en la libertad para elegir su futuro. El campo o la ciudad por elección propia.